“Les trajimos el cine. Ahora espero que lo disfruten.” Con esa bienvenida, el actor Fernán Mirás dio play a un nuevo estreno de su ópera prima, El peso de la ley, aunque esta vez, en un escenario particular: la película se proyectó en la cárcel de mujeres en Ezeiza. A días del debate en Diputados sobre el proyecto manodurista que elimina la libertad condicional en varios delitos, el director y casi treinta mujeres detenidas observaron y debatieron acerca de este film que retrata las ineficiencias del sistema judicial y la nula protección estatal para personas de bajo recursos. “Esta película se anima a mostrar lo que sufrimos día a día en la cárcel. Aunque sólo una pequeña parte: la realidad es aún mucho peor”, relató una de las mujeres presas en la Unidad Penitenciaria 4.
Una mujer detenida le pide a su compañera de butaca que deje de hablar así puede arrancar la película. “No empieza hasta que no llegue la estrella”, responde Paola, detenida hace menos de un mes en el penal. Minutos atrás, sucedía otra consulta por “la estrella”, esta vez, de los propios guardias de seguridad cuando la camioneta del Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales (Incaa) ingresaba al Servicio Penitenciario Federal (SPF), entre controles y registros. La figura esperada era Fernán Mirás, director, actor y coguionista del film El peso de la ley, película elegida para proyectarse en el centro cultural del penal de mujeres de Ezeiza, a partir del Ciclo de Cine en las Cárceles, programa organizado conjuntamente por el Incaa, la Academia del Cine y la Procuración Penitenciaria de la Nación, con la colaboración del SPF. Sin alfombra roja ni el glamour hollywoodense pero con aplausos de toda la sala, el actor de Tango Feroz dio la bienvenida y pidió que apagaran las luces.
La película comenzó y ya en la primera escena se oyeron carcajadas de las treinta mujeres que permanecen detenidas en uno de los pabellones de la Unidad 4 de Ezeiza. Es que la protagonista de la película (Paola Barrientos) se cae de manera insólita, segundos después de recibirse de abogada. Para Claudia (y para varias presas más) es la primera vez que está frente a una proyección parecida a los cines argentinos. El entusiasmo no se disimula en su voz. “Me encanta la actriz del Galicia. No sólo como investiga el caso, sino cómo se ríe de sí misma y putea a todos”, explica a PáginaI12 en plena proyección de la película.
Pero más allá de los pasos de comedia entre los personajes de Barrientos, Darío Grandinetti y María Onetto, el sentido del film escapa al humor y desnuda los manejos del sistema judicial. Mirás retrata la historia (basada en hechos reales) de Gloria, mejor conocida como “La Renga”, una abogada estatal que se obsesiona con el caso de un homosexual acusado de violación, quien queda detenido sin condena. “Me lloré toda la película. Casos como ese hay millones acá adentro, chicas que están detenidas, hace dos años, sin un juicio. Lo de ´toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario´ es una gran mentira”, establece una de las mujeres detenidas, en una especie de cine-debate con el director al finalizar la proyección. Mirás, en su primera experiencia detrás de cámara, responde:
“Como siempre, la realidad supera la ficción. Porque el Gringo (el personaje detenido) tiene una juicio justo y sale de la cárcel. En cambio, ustedes siguen sufriendo las fallas del sistema”. La cifra asusta: según el último informe de la Procuración Penitenciaria, seis de cada diez presos se encuentra bajo prisión preventiva, es decir, sin una condena firme.
Los olvidados por el sistema judicial, ya sea en la realidad o en la ficción, son siempre los mismos: los sectores de más bajos recursos. Un plano-secuencia en el despacho de la fiscal Rivas (Onetto) lo refleja: los expedientes se acumulan en un enorme pilón, mientras el secretario le pide a Rivas que se apresure para firmarlos, ya que “hay detenidos”. Ella sigue hablando por teléfono y no responde. “La película tuvo una gran trabajo de investigación. Cuando visitamos los tribunales, los propios fiscales y jueces se quejaban de la mala organización y que al ocuparse de un caso descuidan otros nueve. Entonces, el exceso de trabajo reduce todo a números y fojas de expedientes”, argumenta el director acerca de su primera ópera prima.
“Pero lo que los jueces no entienden es que esos números que se acumulan somos nosotras”, dice, entre lágrimas, una de las mujeres detenidas, que en su caso, ya suma más de quince años entre las rejas de la Unidad Penitenciaria 4. Este penal, creado en 1979 y categorizado con un nivel de seguridad mediano-máximo, tiene capacidad para 569 mujeres. En la sala no había más de 30.
La película remarca la inocencia del Gringo, quien mantiene relaciones consentidas con otro hombre en un pueblo casi fantasma de la provincia de Buenos Aires. Para Mariana Lauro, coordinadora de Trabajo con colectivos sobrevulnerados en la Procuración Penitenciaria, “lo importante no es si una persona es o no culpable de un delito, sino que se brinden las garantías para todos, sean o no condenados”. “Además, acá son todas inocentes”, bromea. En su reflexión sobre el film, la abogada destacó que “se evidencia cómo los defensores oficiales siempre tienen una mayor sensibilidad y vínculo con los grupos menos atendidos por el sistema judicial”.
En el historia, el personaje de Barrientos debe atravesar una infinidad de obstáculos (perseguir a un juez federal, por citar un ejemplo) para que la situación del Gringo no quede en el olvido. “Ojalá mi abogada fuese así. O ni siquiera eso, con que me atienda el teléfono es suficiente”, susurra por lo bajo Claudia, una vez que terminaron los créditos, lo que genera la risa de varias presas más.
“Cada vez que venimos acá y vemos una película con ustedes, nos vamos con la certeza de que aprendimos algo nuevo. El cine es una experiencia enriquecedora”, argumenta Camilo Moreira Buirra, coordinador del Ciclo de Cine para el Incaa. La conmoción permanece en esta sala de cine improvisada y casi ninguno se avergüenza de mostrarse con los ojos hinchados, incluso hasta algunos guardias. En el camino de vuelta, Moreira Buirra baraja qué otras películas proyectar para las próximas fechas.
Como casi siempre, las escenas finales de una película quedan para en el recuerdo. Esta proyección no fue la excepción a la regla. Mientras Mirás explicaba que “el cine no puede cambiar el mundo pero sí ayuda a denunciar las injusticias”, una detenida –que hasta ese momento no había dicho una palabra– pidió el micrófono y se animó a planificar El peso de la ley II. “Estaría bueno que se muestre cómo es la vida después de la cárcel. Porque cuando salís, la sociedad misma te pone un parate. Nadie, pero nadie, te da una mano. Entonces, la solución que encontramos es o cartonear o salir a robar”.
Las luces se encendieron. Aplausos, últimos autógrafos y flashes. Los guardias piden que las mujeres vuelvan a la celda. La función terminó.
Informe: Jeremías Batagelj