La última semana se conocieron los datos de inflación de Estados Unidos
para febrero y el nivel de incertidumbre de la economía global continúa
escalando. El incremento interanual de precios fue del 7,9 por ciento, la cifra más elevada en 40 años. Se trata de datos que no incorporan plenamente
los efectos de la guerra de Europa sobre las materias primas, lo que hace
pensar que en marzo podría seguir la aceleración.
La situación bélica entre Rusia y Ucrania por el momento no termina de despejarse. Para los optimistas, próximamente podría alcanzarse un acuerdo entre las partes, mientras que los pesimistas aseguran que el conflicto recién empieza.
En la medida en que el conflicto siga, las presiones inflacionarias parecen lejos de revertirse en Estados Unidos, pero también para el mundo en desarrollo. Los países en guerra funcionan como un granero para el norte de África y Cercano Oriente. Turquía, Egipto y el Líbano son algunos de las economías que lucen más vulnerables.
A esto se suman los faltantes de fertilizantes producidos en Rusia y el problema por el salto de precio del barril de crudo. Para algunos países africanos como Argelia, Nigeria, Sudáfrica, que importan alimentos pero exportan energía, la situación puede moderarse. Sin embargo, en partes de Asia como Pakistán, Sri Lanka o Vietnam el desequilibrio de los precios relativos en alimentos y energía resulta alarmante.
En este desorden se agrega la posibilidad que la Reserva Federal norteamericana aumente más de lo esperado las tasas de interés, con el objetivo de contener la aceleración de precios. Es decir, dos nuevas fuentes de presión. Por un lado, el freno para la actividad en Estados Unidos y, por otro lado, el impacto en los flujos de capitales que sostienen a buena parte de la deuda soberana y corporativa del mundo emergente.
Estos desajustes e interrogantes para la economía global van en aumento y hacen que los analistas planteen puntos de quiebre para la arquitectura financiera mundial. En este sentido se destaca la postura del jefe de estrategia de Credit Suisse, Zoltan Pozsar.
¿Nuevo orden?
En una opinión difundida en distintos portales especializados, entre ellos Bloomberg, Pozsar indicó que el estallido de la guerra y las sanciones de Occidente a Rusia marcan el punto de inicio para un nuevo orden monetario que estará liderado por el Yuan, la moneda de China.
El analista húngaro consideró que “el fin del actual régimen monetario corresponde al día en que los países del G7 se apoderaron de las reservas de divisas de Rusia. Lo que antes se consideraba libre de riesgo ya no lo está, pues el inexistente riesgo de crédito fue sustituido instantáneamente por un riesgo de confiscación real”.
“Esta crisis no se parece a nada que hayamos visto desde que el presidente Nixon retiró el dólar del patrón oro en 1971 y marcó el fin de la era de las monedas basadas en las materias primas. Cuando la guerra termine, el dólar debería ser mucho más débil y el yuan mucho más fuerte, respaldado por una canasta de productos básicos", adelantó.
Se trata de declaraciones potentes, a pesar de que la caída del dólar como reserva de valor mundial fue vaticinada muchas veces sin éxito. La capacidad de Estados Unidos para evitar ceder el predominio monetario no puede subestimarse.
Los anuncios de Biden de la semana pasada para que se estudien los beneficios y riesgos de un dólar digital pueden pensarse como una forma simple de ver que las autoridades estadounidenses apuestan a sostener el rol y la hegemonía del dólar en el sistema financiero global por mucho tiempo. Aunque los anuncios parecen llegar tarde y con falta de timming comparados contra los avances del Yuan digital para la economía china. El Gigante asiático lo viene desarrollando hace 8 años y lo tiene probado en más de 200 millones de habitantes.