En la vereda oeste, yendo por San Martín al Bajo, quedan los restos de mampostería de lo que fuera una pensión. Allí vivieron entre otros Rita la Salvaje. Yo usaba en calidad de préstamo un departamento en un piso nueve desde donde veía el paso de los barcos. Y me solía quedar a oscuras solamente iluminado por las luces intermitentes de los navíos, con mi whisky y mi depresión. No me avergüenza decirlo: era una hondura de esas chivas de la que salí morigerando la culpa y adiestrando el caballo de la ficción para vivir, para escribir. Nadie me visitaba, los muebles eran prestados y en un sitio dormían mis cosas que fui pelechando de un desamor, de la sangre esparcida y la mala vida. Entonces vivía allí al lado, en una casa alta, desvencijada, el Señor Dios. La primera vez que lo noté estaba en calzoncillos y desde abajo, sin pudor en decirlo, se le notaban algunas de sus partes pudendas. Tomaba cebándose de una pava unos matungos y escuchaba radio muy fuerte, por lo general programaciones de turismo carretera o algunas emisiones en idioma extranjero. Debía ser ruso o noruego, quién sabe. Regaba sus plantitas y en la jaula vacía se resecaba un canario plástico. Adentro, tras un velo de semioscuridad, uno detectaba un empapelado verde mar y una heladera antigua. Todo muy años 50.Abajo en las noches o en madrugadas se agolpaban rockers viejos con sus motos o raperos que hicieron esa entrada que parecía vedada para siempre su apostadero para juntarse antes de la joda. Ignoro cómo aquel balurdo no molestaba al Seños Dios, pero deduje muy atinadamente que debía haberse quedado sordo. Con mi curiosidad a cuestas y al ver la puerta entreabierta subí a su caverna. Cuando abrió no le pude distinguir las facciones: era como esos dibujos hechos a birome, todos mezclados hasta que confundidos en un mar de trazos terminan siendo ninguno. Dios no tenía cara pero aquello no me amilanó; es más, sentí un alivio: no quisiera haber tenido la obligación de recordar su rostro.
– Está cara la cebolla -le anuncié a modo de saludo.
– Ya compramos -me dijo y amagó en cerrar la puerta.
Puse un pie como hacen en los films yanquis los vendedores.
– Soy el técnico de su PC -se me ocurrió al voleo.
– Ahh… -dijo. Y de espaldas a mi comenzó: –Todo empezó con “Unirse al grupo”. Después, “Su sesión ha expirado”.
– ¿Dónde tiene la compu, maestro?
– Acá… -y se señaló la sien derecha. Hace de cuando iba al Suipacha a visitar a mi primo que no sentía lo mismo.
– Bueno, la tendría que mirar por dentro -me aproveché. Quería jugar un poco. Nadie hace chanzas con Dios todos los días.
– ¿Qué tipo de chanzas?, inquiere. Me sobresalto.
– Chanchas, digo que este barrio está lleno de cerdas.
– Ah, sí… -admite mientras parece acordarse de algo. Con un tenedor me señala un poster de neumáticos con una dama en flor, al lado de otro que parece extraído de una carnicería donde se distinguen las fetas de jamón. Comprendo el equívoco ¿Dios será machista? Qué sé yo… por las dudas le tiro al voleo:
–Ah, eso -le contesto. Son bonitas las mujeres. ¿Le gustan?
No me mira ni me contesta.
– Siéntese por ahí… -y me señala de nuevo con el tenedor una silla floreada horrenda. Recita como un poema:
– Insertar diseño de página, cada cual con su formato; hay que revisar complementos con Acrobat titulado. Seleccionar edición, archivo en portapapeles, guardar y pegar asunto en los sitios más recientes. Ah, y si la fuente es de escritorio la activación cambia la clave de red. Eso no rima...
– No, porque esta parte es verso libre.
Impulsado por una respuesta acorde continúo: – ¿Entonces usted tiene la compu en su sabiola?
– Gran jugador el chiquito ese, El Conejito. Aprendió a escribir en la escuelita del Monumental.
“Vamos, ánimo -me digo- tenemos una charla al fin con Dios, pero me desconcierta porque continúa su monólogo y vuelvo a entrar al Suipacha sin escalas”.
– Cada uno con su compañera -canta suavemente: Es una canción estúpida del Club del Clan. Antes de que deje de sorprenderme, continúa: –La no propagación y aniquilamiento de especies como el gorila hace que la gente escriba sobre ellos, confundiéndolos con anti todo, pero no es así, son buenos y brillantes, conocen los secretos de las Pirámides.
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– Nunca supe cómo parar a estos tipos.
– ¡Muy bien! -casi le grito- es como el Martín Fierro de las compus. Lo felicito maestro.
Su cara está sumida bajo la mata de pelambre. – ¿Usted cree que soy idiota? ¿Eh? Esta es la parte que siempre me dio miedo: con los locos se produce este intervalo donde reaccionan, parecen volver a la realidad y se tornan agresivos. Tendría que haber traído un rifle con dardos somníferos. En cuanto se dé vuelta lo surto o me voy. Miro hacia la puerta: el pomo de la manija está ausente reemplazado por un pedazo de alambre. Tomo una piedra de la mesa que dice “Recuerdo de Alta Gracia”. Se la muestro: al instante se convierte en una repugnante paloma que sale espantada hacia la otra habitación. Mira al techo y continúa: –Abrazaos los que tienen culpa, porque de ellos será el Monumento a la Bandera. Cada pochoclo con su serafín cada reina con su paje, cada plomero con su llave, cada rezo con su iglesia, cada peine con su escoba, cada niño con su perro, cada… cada… -y se queda colgado en las alturas. Parece fumado.
– Maestro no se enoje pero me hace acordar a Peralta Ramos cuando recitaba.
Me interrumpe: –¡Callaos los unos a los otros! Se requiere la activación del producto y proteger el documento de los títulos. Si el título de edición caducó, mostrar todas las propiedades de la edición. Un documento de word está en la biblioteca, el nombre del archivo es de referencia. Copiar formato y agregar una etiqueta, el diseño de página tiene su correspondencia.
Está de espaldas agachado, como orando. Cazo la paloma que ha venido a posarse en su hombro, y de un golpe firme en la sien, lo desmayo. Vuelan plumas y palabritas como de brillantina por el aire. Voy de un salto hacia la puerta, le pego un cimbronazo al alambre y huyo como quien ve a al demonio. Nunca supe qué hacer en estos casos. Lo mejor que se me ocurrió fue apagar y que otro reinicie de nuevo la máquina. Y si se pierden los datos mejor. Nada tiene ya importancia.

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