El indie tiene su costumbrismo adorable, el pop español roba corazones desde su storytelling sin competencia lírica y, sorteando la arenga del rock, el hip hop y el rap enturbian las aguas de quien aparezca en su camino. Pulla, tiraera, diss tracks, beef, son modos que refieren a lo mismo: un recurso que emplea el artista para reunir todo el veneno que siente hacia alguien (o algo) y reproducirlo en una canción.
El filo de la katana queda supeditado a su ingenio y habilidad de escritura. Es momento para capitalizar metáforas, juegos de palabras e incluso revelar algún secreto oculto del target. Aunque, por lo general, el enfrentamiento deja entrever una postura más que conservadora; sí, porque aunque sean raperos con cara de rufianes, la bandera de los valores y la familia -la cosa sana- la llevan bien firme.
La historia es vasta y está llena de barro. Si los ventrículos del corazón del reggaetón son la democratización del placer, sus aurículas afirman identidad en las guerras entre sus íconos. El reggaetón -el old school, pero ése es otro tema- es rabia y deseo: Tego Calderón, Don Omar, Tempo, Daddy Yankee, todos batallaron para defender lo suyo, limpiar su honor, humillar a su oponente, etcétera.
► Cómo identificar un buen beef
Las tiraeras son atractivas no exclusivamente por sus implicados. Los consumidores son voyeuristas en una arena digital que, si quiere, baja el pulgar antes de apretar play. En ellas se observa una "pelea" de afuera, en primera fila y con toda la impunidad que las redes sociales concedieron. Escarnio público, prensa subiendo notas aportando menos a la conversación que un hater aficionado, una plaza vacía donde el ganador no se resuelve con likes.
En el beef ganan todos: los que eligen cómodos un lugar del ring para ver sangre, los que no están en tema pero quieren saber qué onda y los protagonistas porque, por si es necesario recordarlo, la publicidad negativa no existe. Y, por supuesto, en 2022 ganan también los youtubers, streamers, reaccionadores y todo vampiro de contenidos que, lamentablemente, en gran medida funcionan como bots, copiándose de su compañero de banco en las bateas de la plataforma. De sentido analítico, ni un intento.
Si se condensara la fórmula de un buen beef, habría que tener en cuenta determinados factores:
- Al menos algunas de sus barras puedan ser entendidas sin necesidad de contexto.
- La letra debe complementarse de un beat sólido y con diferentes moods, que no acompañe nada más. El beat tiene que transmitir la fuerza de lo que se está diciendo.
- La canción necesita tener peso propio, melodías en su estructura.
- Tiene que tener gancho y poder cantar alguna parte más allá de su estribillo. Potencialidad de hit, independientemente de que sea una tiraera.
- Cierta poética en sus barras, y que no acaben en un desgarro de literalidad.
Internet implícitamente le otorgó un PhD a su audiencia, un doctorado en opiniones universales. Todos opinamos de todo, todo el tiempo. Esto podría significar ideas diversas, pero cuando se trata de beef no suele ser así. Deberíamos olvidarnos si somos fans de tal o cual bando a la hora de dar el veredicto: importa la performance de cada oponente.
► L-Gante, Zaramay y el bife del malianteo
La tiraera es la licencia poética del odio, es el vale todo del que se cuida el freestyler, que encuentra su límite a los punchlines cuando de "temas personales" se trata. El free es el catch del rap, mientras que acá las trompadas tienen que voltear muñecos.
Aquí hay, por otro lado, un escrutinio lapidario sobre la "realidad" de las barras, como si se fuera la vida en ello. Esto sobre todo en el rap y el trap, donde es el peor de los pecados, como dice Duki: "Le' molesta que lo que pienso lo digo/ Y que lo que escribo son cosa' que yo sí vivo".
Alejándose de la espuma de los views y likes, no es muy complejo detectar si el beef viene flojito de papeles. Ni, sobre todo, si las intenciones no tienen mucho que ver con provocar un efecto en el adversario. No hace falta irse muy lejos para demostrarlo: hace unos meses, en Argentina salió a los facazos limpios L -Gante contra Zaramay, un candidato que se descansa sólo (basta con ver la entrevista en Caja Negra donde se jacta, entre otros logros, de haber traído el reggaetón a Argentina).
Malianteo 420 (Volumen 2) triplica en visualizaciones a la sesión #14, sí. Pero es un golpe seco y efectivo. Tiene una duración justa, frases históricas ("Yo no quiero hacerme cheto, quiero hacerme millonario" o "A esta altura estoy pensando que los do' están emigrado'/ Por contar la de El Padrino cuando los tienen de ahijado'") y la voz de resaca añeja, recibe a Elián con vítores y una corona hecha de cogollos. Su tema es divertido, tiene gancho y los beats arremeten con la misma fuerza que este payador turro.
► El Pucho apagado y el macho encendido
Cierta improvisación también es necesaria en la construcción de un diss track. Una dosis justa de impulso, euforia creativa y producción. En octubre de 2017, el madrileño Kaydy Cain se metió en un cuarto de hotel porteño con chicas y guita nac & pop y de la mano de uno de los mejores realizadores audiovisuales del país (Orco) grabó el video de Perdedores del barrio, una doble Nelson al coloso orgullo de su compatriota C. Tangana, con quien venían disputándose algo más que el terreno musical.
El carisma de Kaydy compensa lo rústico del clip (es bastante obvio que la decisión de hacerlo fue de la noche a la mañana) y deja un estribillo desfachatado que pega no sólo en el ego de Pucho, sino también en la memoria de las playlist: "¿Ídolo de quién, por cuánto y cómo?/ Loco, te estás quedando loco/ Yo ya he vivido rápido, ahora lo hago poco a poco/ Yo sé que te fijas en cómo cago y cómo como".
Pero en estos combates lengua a lengua también hay puntos a restar. En especial y sobre todo en esta época. Por un lado, es habitual que terminen siendo víctimas de la literalidad (y con todo, estamos frente al boom, entre otras pedagógicas tendencias, de los videos explicando canciones) y se acerquen más a un rosario de puteadas que a un juego poético, donde obviamente hay lugar para la violencia.
Y si de violencia se trata, pues las tiraeras condensan la homofobia y el machismo más recalcitrante. Es allí donde el fronteo jamás se dará por aludido, porque el revés cae en quienes están escuchando. Y al contrario de lo que pueden llegar a pensar muchos, la supuesta ficcionalidad no justifica esta falencia sino que de hecho la remarca. Son cosas de verdad y son reales hasta que lo que dice lo compromete.
Es que, teniendo todo el universo metafórico/lírico para servirte, ¿vas a caer tan bajo?
► Extinto escalón
Villanos o superhéroes, asociación libre, tirar a matar. Exagerar el personaje o tomar otro carril. Impostar la voz o ir por lo seguro. Pero ojo, la historia previa debería guardar relación con la letra del diss track. No imaginaríamos una tiraera chilena entre Álex Anwandter y Cristóbal Briceño, ni menos entre las girl bands Cariño y Las Ligas Menores. Por eso resulta tan ridículo el reciente beef entre los reggaetoneros más inocuos del género: Rauw Alejandro y Jhay Cortez.
Argentina no tiene un historial de beefs. Con todos esos años de plaza helada, reguero de saliva del más epiléptico beatboxer y buzos con capucha, quizás El Quinto Escalón dejó al malón consentido durante mucho tiempo. Quizás la música mainstream no lo necesitó o no quiso meterse. El trap local actuó donde supo manejarse: puteándose por Instagram stories, incluso enfrentados con un otro que no era parte de la movida. Duki ha dejado gran material en este sentido, tirándole a los youtubers Javi Ayul y Yao Cabrera, y hasta a Frijo.
Lejos de picarse, las nuevas generaciones de la escena argentina parecen traer algo más que paños fríos. Actualmente parecen estar todos en mood viaje de egresados. Artistas con más o menos trascendencia linkean grupos curando heridas y poniendo la máquina de hacer canciones para Tik Tok por encima de todo.
Pero el beef le genera cierta manija al público. Y al público argento, mucho más. La nación fanática de tomar posiciones por TODO, de hinchar por algo sin saber si está de acuerdo con todo lo que ve, es la audiencia perfecta. Y un detalle no menor: los beefs engordan el material audiovisual que se scrollean todos los días. Entonces era cantado que si Bizarrap estaba metido en este circo (al que le faltan atracciones) internet se iba a romper.
► La carta abierta de Residente
Residente no arroja sus mejores versos ni de cerca, de hecho es más de lo mismo (si hasta parece no haberse desprendido de la musculosa de morley que usaba en 2003). Pero en esta pelea lo más fuerte son los símbolos. Residente no es festejado por su pluma, no esta vez. René le escupió a Balvin lo que hace mucho tiempo gran parte de la gente quería decirle.
¿Qué simboliza el José de los últimos años? El reggaetón para quienes no escuchan reggaetón, la música para armar frases motivacionales, el millonario que llora depresión y lo cuenta en un vivo mientras toma café en una taza Supreme y enseguida vende un curso de meditación con Deepak Chopra.
Son dos boomers espirituales disputando patetismo. Si Balvin no le importa, ¿por qué le dedica tanto tiempo? Si como dice está cerca de retirarse después de haber logrado todo lo que quería, ¿por qué decide hacer uno de los que podrían ser sus últimos temas sobre él?
René se ufana de ser tan woke, pero al pretender demostrarlo pisa el palito con una de los pocas cosas no problemáticas de Balvin: el video de Perra con Tokischa, porque parece que no es posible que a una mujer le caliente ser sumisa. Encima, después elige barras homofóbicas y chistes de igual tono en las entrevistas posteriores. Residente es vago y por momentos infantil: "Es como un desayuno vegano... sin huevo", dice de Balvin en una.
El niño de Medellín no se queda atrás. Podría llamarse al silencio virtual pero usó a su madre enferma como excusa y así intentó aprovechar la lástima como un parcial antídoto a esta derrota. El golpe bajo es su placebo. Del otro lado, si bien el soso estribillo de la sesión con Bizarrap dice "Esto lo hago pa’ divertirme", en sus gestos hay poco de eso. A Residente el papel de hombre comprometido no le permite relajarse y entender que, a veces, también es importante jugar y pasarla bien.
Ok, la meritocracia no existe, pero en 2022 ya vimos que hay atajos que pueden encontrarse para burlar a la industria. ¿Qué mejor prueba que la explosión del trap de manera independiente, Duki siendo una estrella global sin haber firmado con una disquera y, en este último tiempo, Dillom y la RIPGANG por poner un par de ejemplos? En ese contexto, que un cuarentón y artista consagrado prefiera recitar la carta abierta del macho en crisis en lugar de pensar acciones que desafíen al sistema que tanto critica, habla más de su corta imaginación y franca hipocresía.