“Hay gente que se va con el circo, otros con los gitanos, yo me fui con las tomas", explica la activista brasileña Helena Silvestre. "Y me dediqué a escribir para re-existir, o para no enloquecer, que es casi lo mismo”, asegura, a propósito de un nuevo libro que viene a presentar a la Argentina: Notas sobre el hambre (Mandacarú, 2021). Allí recrea su paso desde la conducción del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) del Brasil, a la lucha feminista: “Porque me daba cuenta que en la conducción de mi organización era la única mujer entre tantos hombres y nuestros logros eran de todos, pero fortalecían más a los varones, las mujeres quedábamos detrás”.
Una polifonía de voces se expresa en su texto y refleja al mismo tiempo sus múltiples miradas, la de la mujer nacida en la Favela do Macuco que recupera su ancestralidad afroindígena, y se explaya plena sobre la militancia en la organización forjada en las ocupaciones urbanas. Sobre ese recorrido conversará en las presentaciones del libro este sábado en la Feria del Libro de Flores, a las 17, en una charla que moderará Verónica Gago, quien prologa el libro. El domingo a las 16, en la Casona de Humahuaca, integrará un panel de colectivos feministas. El martes será el turno de un debate en la Facultad de Filosofía y Letras, entre las actividades de su intensa agenda porteña.
Es que en su texto, la autora avanza sobre la certeza de “saber sobre el hambre”, que es también “saber sobre el deseo”. La imagen condensa una inusual percepción sobre el desamparo que imprime la pobreza y sobre el impulso que esa falta en el presente expresa sobre el pasado y el futuro “sobreviviendo mágicamente y con esperanza”, describe en la entrevista con Página/12, en perfecto castellano “autodidacta”.
El andamiaje que exhibe permite comprender cómo llegó al feminismo, desde donde motoriza una escuela itinerante de formación de mujeres, en las favelas, mientras estudia Salud Pública en la universidad. “Cuando comenzó la pandemia no acreditaba yo que había ingresado para ser sanitarista". Ese recorrido sostiene la urdimbre de su texto. Convierte a la escritura en un convincente y desesperado acto de rebeldía, que puede ser denuncia, novela o poesía. Pero es “un diario” o una “autoficción”, se arriesga al hablar de “Notas sobre el hambre” editado en Argentina por Mandacarú, luego de quedar finalista en 2020 en el premio Jabuti, uno de los más importantes del Brasil.
Fue paradójico, recuerda, ya que mientras ella pagaba las últimas cuotas del crédito que pidió para editar el libro “¡me nombran finalista!” se ríe. En sus ojos hay experiencia y dulzura, combinación inusual para quien se ha criado con la violencia como escena cotidiana. Y ha podido trasladarla a un texto, el que presenta esta semana en el marco de una serie de fechas emblemáticas que van desde el feminista 8M al 14 de marzo, en el que se recuerda y conmemora la figura de Mariel Franco.
A la marcha en honor a la memoria de Mariel asistirá Helena, quien comparte con la activista en DD.HH. y LGBT --asesinada en Río de Janeiro una noche de marzo de 2018--, no solo la lucha por los derechos de los excluidos y el carácter feminista de la existencia, también el nacimiento en la favela. Una marca poco usual para quien transita la academia. Y por cierto, la salida “por arriba”, de ese círculo concéntrico de violencia. Y lo hace sin olvidar, sin dejar de sentirse parte de ese mundo de casas precarias que se pueden transformar en alud bajo una tormenta, sin adormecer la ternura que le provoca el recuerdo de una niña que pasa por las góndolas de “danoninos” y desea, que usa ropa del “asilio de viejos” y no se intimida porque fue “criada con mucha consciencia de clase”, que toca la guitarra de su padre en el techo de la casa, para no desmoronarse de tristeza.
La formación de una activista urbana depende de sus sueños, parece decir su texto, el que recupera la experiencia de la toma del predio de la Volkswagen en 2003. Esto la llevó a ser parte del naciente MSTS, cuando en Brasil se hacía visible la lucha de los Sin Tierra. La alianza histórica entre los colectivos de militancia urbana y agraria instala así una nueva instancia de participación: la del pueblo que “pecha” dice Helena, por lograr lo que desea. Eso la trajo por primera vez a Buenos Aires en 2003: “nos sentíamos muy curiosos por conocer del movimiento piquetero”, recuerda. Estuvo en Solano, en José C. Paz, visitó fábricas recuperadas y comedores populares. Hasta que los Sin Tierra y el MTST dividieron sus aguas, luego de la llegada de Lula al poder, y ella comenzó un recorrido de formación individual, ingreso a la universidad, y se permitió reingresar a la lucha comunitaria desde el feminismo.
--¿Cómo comenzó su militancia con el Movimiento de Trabajadores Sin Techo?
--Desde niña viví en la favela, nací ahí, y estaba acostumbrada a organizar las cuestiones de la vida, comunitariamente. Desde los 13 años militaba. A los 17 me fui de casa, porque mi padres se habían convertido en religiosos, en Testigos de Jehová, y al ser yo la mayor de seis hermanas, se hacia muy difícil la convivencia. Me robó mi familia la religión. La gente cree por muchos motivos, uno era la falta de condiciones para criar a los hijos en la favela mas violenta de la ciudad. Pero todo lo que yo hacía entonces “provocaba al señor”. Era mucho conflicto.
--¿Sigue distanciada de la religión?
--Siempre me pasan cosas que me hacen reflexionar, porque a los pocos meses entre al MTST y fue paradójico también, porque el lugar de donde salían los buses con la gente y las cosas para armar las cocinas y las casas en el terreno, en la primera ocupación que participé ¡era una iglesia evangelista! El pastor no tenía un brazo, pero tenía mucha conciencia social. Y me apasioné con las tomas.
--¿Cómo era el lugar?
--Allí en San Bernardo do Campo, zona de las montadoras de autos de los ’70, nos instalamos con 4000 familias en 27.000 metros cuadrados. Tengo buena memoria y lo recuerdo porque pensaba, una que nunca tuvo una casa, y esta gente tiene tanto terreno y no hace nada. Ese pertenecía a una sola persona, parte de los alemanes que son dueños del Brasil.
--¿Qué fue lo que la movilizó hacia ese lugar?
--Quizá haber nacido en una favela, donde comencé a militar a los 13 años en la organización comunitaria, donde todo el tiempo estaba con gente que con tan poco hacía tanto. Esa es la política que más me gusta, la de la gente que no sabe que hace política, pero lo hace con el corazón. De ese material se nutre el libro, impreso con el crédito que pedí mientras mis amigos ilustraban la tapa, corregían, aconsejaban.
--¿Cuales son los problemas estructurales que ve en torno a la desigualdad desde su particular punto de vista, formado en tantos años de activismo, in situ?
--La desigualdad es económica, y las consecuencias son extremas, en Brasil la miseria convive con la opulencia, y la policía es muy violenta, los números de muertes son de guerra, porque solo con mucha policía y mucha violencia se puede sostener esto.
--¿Y cuáles son los valores que usted rescata en la gente que se prepara para ir a una toma y resistir, armar una ocupación o sostener la vida en la favela?
--Las personas quieren salir de la miseria, pero
la pobreza va destruyendo a uno hasta que la persona no se encuentra más. En
una toma se conoce cómo una persona dibuja su esperanza, a futuro “para
nuestros hijos” te dicen. Yo tenía dolores profundos. Pero esta gente terminó
de curarme: era joven, no tenía hijos, y ellos fueron mi dirección política, me
decían Escoba (por mi pelo) y como invitándome a la vida de ellos, me fui
convirtiendo en consejera. Y comencé a escribir porque eran muchas cosas las
que pasaban por mi cabeza. Y me fui haciendo feminista porque necesitaba
organizar y poner la fuerza en el trabajo con las mujeres. Veía una falta ahí.
Pero no quería quedarme con el gesto universitario que veía en el feminismo, hasta
que hice una profunda autocrítica, y pude revalorizarme mujer, afroindígena y
unir la lucha del feminismo sindical con el universitario y establecer otra
prioridad de construcción, con las mujeres, siempre.