“Pop parece un sargento, pero en el fondo es un dulce de leche”. La frase, ideal para resumir a Gregg Popovich, salió del entorno de Manu Ginóbili, de una persona que lo conoce más allá de su rol de entrenador profesional, que ha pasado tiempo social con él y, sobre todo, que ha escuchado más de una historia del crack bahiense que, desde su llegada en 2002, tuvo un relación muy especial con él.
No es el único que puede dar fe. Quien escribe estas líneas, al igual que otros periodistas argentinos, pudo constatar ese lado B, más humano, empático y generoso que el coach de los Spurs tiene reservado para pocos, para aquellos que conviven con él casi diariamente o son parte de privilegiadas excepciones.
Era febrero del 2011, cuando en la previa del All Star de Los Angeles, donde estaría Manu, llegamos hasta Chicago para presenciar el duelo entre los dos mejores equipos de esa temporada, los Bulls de Derrick Rose y San Antonio. Días antes elevamos un pedido para una entrevista con Pop. Algo casi inviable por la antelación con la que trabaja la NBA, la importancia del protagonista y su habitual (muy distante) relación con la prensa. Pero, para sorpresa de este enviado especial, el jefe de prensa, Tom James, informó que Gregg estaría disponible en la previa del partido, en una sala privada de United Center. Así fue. Con tan buena onda que permitió el regalo de un vino argentino y hasta una foto que sacó James, además de una nota muy linda, con él entregado a responder sobre su pupilo favorito.
Una anécdota que refleja a un líder con dos caras, capaz de ser tan duro y exigente como un sargento del ejército, y a la vez, cuando se necesita, cálido, cercano y reflexivo con sus soldados. Un personaje ecléctico, con una notable riqueza de matices, con principios y valores inalterables que han marcado un camino y una filosofía que le permitieron construir una de las grandes dinastías de la historia del deporte estadounidense (5 títulos en 15 años y 22 temporadas seguidas clasificándose a playoffs) y una de las organizaciones deportivas más exitosas del mundo en los últimos 30 años -si medimos todos los rubros, sobre todo la durabilidad del proyecto y la consistencia para mantenerlo en la elite, incluso perdiendo a estrellas, como David Robinson, Duncan, Parker, Ginóbili y Kawhi Leonard-. Todos pasaron, menos él.
Popovich, el hombre Spurs
Pop es el constructor. El que logró lo impensado con un mercado chico –San Antonio es la tercera ciudad de Texas- que recibió (en 1973) una franquicia que no había tenido aceptación en Dallas y que casi se extingue en los 80, por sus pésimos resultados en la cancha y en asistencia de público. Hoy, en cambio, los Spurs son una marca mundial y el denominador común es este hombre capaz de tallar una estructura como un orfebre, cumpliendo casi todas las funciones posibles: ayudante, directivo, entrenador, padre, amigo, maestro y confidente. En esta nota contaremos la vida de un personaje para la historia que acaba de convertirse en el entrenador con más triunfos en fase regular de la historia (con 1336 superó a Don Nelson en la cima), lo que se suma a sus cinco anillos, tres premios como Mejor Coach y un oro olímpico (con USA).
Primeros pasos, un jugador mediocre
Greggy, como le decían de chico, nació el 28 de enero de 1949 en East Chicago, un pueblo de 29.000 habitantes del estado de Indiana. Hijo de padre serbio (Raymond) y madre croata (Katherine), sufrió mucho cuando ambos se separaron cuando él tenía 10 años y tuvo que mudarse a Merrilvine, otra pequeña ciudad (rural) ubicada a 30 kilómetros de East Chicago. “Recuerdo que estaba triste y no salía de casa. Mi mamá se enojaba y literalmente me sacaba a escobazos”, recuerda. En esos años se le hizo carne la importancia de la familia, desde aquel día se juramentó formarla donde fuera, algo que terminó haciendo en el lugar menos probable, el deporte superprofesional. Esta ha sido la base de su éxito, una fórmula que ha predominado por encima los millones, los egos, las tentaciones, lo superficial.
Claro, antes y después, el denominador común fue el básquet, donde se refugió desde aquella infancia. No le importó ser cortado, como jugador, en su segundo año en el secundario. “Era mediocre”, aceptó. Los que lo conocen hablan de un buen defensor, combativo, con dotes de liderazgo, pero muy limitado en lo técnico y lo físico. Pero en su carácter sobraba la perseverancia. Pop pidió la llave del gimnasio durante todo el verano y se la pasó entrenando, sabiendo que el deporte era la clave para obtener una beca para el estudio. Así volvió al equipo y se graduó en 1966 para dar el salto hacia la universidad gracias a haber conseguido esa ansiada beca en la Academia de las Fuerzas Armadas (Air Force Academy).
Allí, además de jugar a un buen nivel, dentro de un equipo sin grandes talentos, decidió estudiar Licenciatura en Estudios Soviéticos, en medio de la Guerra Fría, transformándose en un experto de este duelo político, económico, social, militar, informativo y científico que enfrentó a su país y la URSS tras finalizar la Segunda Guerra Mundial. Pop realizó cinco años de servicio militar, tiempo que usó para viajar por toda la Europa Oriental y puntualmente por la Unión Soviética, como parte de las FFAA estadounidenses. Dicen que contó con un entrenamiento sobre inteligencia y llegó a trasportar armas entre la frontera de Irán y Siria, aunque él nunca lo ha confirmado, evitando el tema cada vez que fue consultado.
Retirado como jugador, Pop volvió en 1973 a la Air Force Academy para ser asistente del gurú Hank Egan y se volcó mucho a su formación. No sólo aprendió de este maestro que le inculcaría la devoción por la defensa sino que además asistió a la Universidad de Denver, devoró libros y se convirtió “en un sabelotodo”.
Un entrenador con master
Así, como parte de su transformación como persona, logró un master en Educación Física y Ciencias del Deporte. Tras seis años, en 1979 dio el salto y pasó a ser entrenador principal: Pomona-Pitzer College, California. A esa altura ya estaba casado y tenía dos hijos. Con su familia se instaló, casi sin dinero y con pocas becas para ofrecer, enfrentó el desafío de armar equipos competitivos. No fue fácil. La primera temporada terminó con 22 derrotas en 24 partidos. Pero Pop mantuvo su paciencia y confianza, armando un proyecto a largo plazo que terminó con el título intercolegial de Southern California tras 68 años de frustraciones. Un año con Larry Brown en Kansas State, una universidad de prestigio nacional, le sumó experiencia y abrió el camino. En 1988, tras un corto retorno a Pomona-Pitzer, Brown volvió a convocarlo, esta vez para ser su ayudante nada menos que en la NBA. Los Spurs llegaban así a su vida.
En San Antonio fue asistente hasta 1992, cuando se fue a Golden State llamado por Don Nelson, justamente el DT que superó en la cima de la tabla de victorias. Pero, como pasó en cada lugar que piso, siempre volvió. En 1994, lo convocó Peter Holt, veterano de Vietnam y dueño de Caterpillar que había comprado los Spurs. Quería que fuera su máximo directivo.
El hombre que echó a Dennis Rodman
Rápidamente Pop demostró que no le temblaría el pulso y en una de sus primeras decisiones se sacó de encima a Dennis Rodman, quien –desmotivado- conspiraba contra el orden y disciplina que quería imponer. Fue general manager durante dos años hasta que en la temporada 1996/97 despidió a Bob Hill y él mismo asumió el cargo que ostenta hasta hoy.
Como le pasó en Pomona, arrancó con muchas más derrotas (47) que victorias (17), pero a veces, en la NBA, perder así no es tan mal noticia. Los texanos ganaron la lotería del draft y eligieron a Tim Duncan, el mejor ala pivote de la historia, un líder silencioso que lo ayudaría a construir una dinastía. El primer gran equipo lo diseñó alrededor de Duncan y Robinson. El equipo, muy estructurado en su juego, giró en torno a las Torres Gemelas en las primeras cinco temporadas.
Fue campeón en 1999 y repitió en 2003, ya con Tony Parker y Manu en el equipo, gracias al team cazatalentos que Pop armó a través de la sagacidad de RC Buford, su mano derecha en todo este proceso. Una gran virtud del entrenador fue cómo flexibilizó su sistema cuando el francés y el argentino empezaron a tomar vuelo. Entendió que debía dejarlos volar. Y el equipo encontró otra identidad. Se hizo menos predecible y desarrolló un juego lucido, de pases, que quedó en la historia, sobre todo para ganar aquel título en 2014 ante el Heat de LeBron.
El sargento de hierro
Además del juego, Pop flexibilizó su carácter. Durante años se trató de un sargento de hierro: duro, obsesivo, casi tiránico, que se imponía día a día, con valores innegociables: la disciplina, el compromiso, la ética del trabajo y la idea de equipo por sobre todo. “Yo soy quién soy gracias al Ejército. Allí me descompusieron y me pusieron en caja. Me construyeron de nuevo para quesupiera lo que podía y no podía hacer”, admitió alguna vez. Pero, claro, ese era el sentir de un Pop joven. La experiencia le demostró que había otra forma de llegarles a sus dirigidos. Por eso, más allá de que mantuvo su exigencia, supo ser mucho más que un entrenador. Una persona sensible, capaz de escuchar y aconsejar, que predica que el básquet sólo “es lo más importante de todo lo secundario que hay en la vida…”.
Claro, la imagen proyectada al exterior es otra. Seguramente la sangre eslava y su formación militar sean en parte las causantes de un carácter hosco y un semblante serio. Para el afuera generalmente se ha mostrado frío, distante y sin pelos en lengua. Un hombre que construyó un muro, salvo en los pocos momentos que decidía abrir una puertita.
Los periodistas estadounidenses, a diferencias de los argentinos, lo han sufrido, en especial los reporteros de campo de juego que trabajan para la TV y tenían que entrevistarlo en los descansos entre cuartos, una disposición que la NBA definió como obligatoria para los coaches y que él siempre combatió. Seguramente por el desgano que le causa hablar en esos momentos, ha exhibido su lado más rígido e irritante, al borde de faltar el respeto... Ese personaje que construyó se hizo viral y, más que rechazo, generó sonrisas, por las pocas y medidas palabras que aún hoy usa en cada nota realizada en el descanso entre cuartos.
Un mal genio que, igual, no caía bien a su familia. “Cuando volvía a casa, mi esposa (NdeR: Erin, fallecida en 2018) me decía ‘sos un completo imbécil y la gente te odia. Sos un hombre grande. Mostrá madurez’, me gritaba’”, admitió el coach. Su hija Jill fue aún más dura. “Ganaste cinco títulos y fuiste a seis finales. Otros entrenadores, en cambio, pierden todo el tiempo. Pero, claro, todos tenemos que entender y decir ‘pobre Greggy, él no puede perder porque es especial’. ¿Podés por favor superar este tema?’”, le dijo. “Eso me metió en el camino del cambio”, admitió quien, en los últimos años, ha mostrado una mejor actitud.
Esas formas, sin embargo, han contrastado con los ejemplos que ha dado día a día, mostrando ser un persona muy humana y repleta de valores. Ha pasado, sobre todo, en los momentos de la verdad, cuando ha probado –con hechos- ser un buen perdedor, un hombre íntegro y preocupado por el otro. Y ese lado, mucho más humano que muestra más en la intimidad, es el que disfrutan sus dirigidos.
Lo dicen muchos, como Manu, quien ha tenido casi una relación de padre e hijo con él: además de ser una persona muy inteligente e instruida, Gregg es alguien muy divertido, altruista y afectuoso. También un tipo humilde en un mundo de egocéntricos. Por eso no sacó un libro de autobombo del estilo “Te enseño cómo ganar en el básquet y en la vida”. Lo suyo es el perfil bajo, lejos del avasallante estilo de Pat Riley o del aura zen que se desprende de Phil Jackson.
A Pop no le interesa que se conozcan sus métodos ni que lo reconozcan, por caso, como el mejor de la historia. Lo suyo ha sido construir una forma de pensar y actuar, una fórmula para ganar que se apoya en una filosofía que va más allá de un estilo de juego, que tiene bases sólidas, que refleja un trabajo colectivo, que busca siempre el bien común y muestra una línea de comportamiento, incluso en la derrota. Por eso, más allá de buenos jugadores, intenta forjar buenas personas, chicos que entiendan la importancia del nos sobre el yo, que piensen en el compañero, que se dejen entrenar, que quieran mejorar… Los Spurs, cuando lo conocieron, se lo permitieron y así Pop construyó una dinastía, pero una dinastía que va más allá de los triunfos, los récords y los títulos. Una era que deja un legado. The Spurs Way. Una manera que puede resumirse en una frase de Jacob Riis, un fotoperiodista de origen danés que llamó la atención de Pop y del que encontró una frase que le serviría para resumir la idea que tenía para sus Spurs.
"Cuando nada parece ayudar, miro a un picapedrero golpeando una roca. Hasta 100 veces, sin que aparezca una sola grieta. Sin embargo, al golpe 101 la rompe en dos. Sé que no fue ese último golpe el que la partió, sino todos los anteriores".
Pop mandó a armar cuadros con esa frase traducida en los distintos idiomas que hablan sus jugadores. Y los ubicó en el vestuario, para recordarles a todos la importancia de la persistencia, la paciencia, de cómo el éxito es una roca que se rompe luego de muchos golpes… “Pensé que esa reflexión simbolizaba muy bien cualquier esfuerzo. No necesariamente tiene que ser básquet, puede ser aprender matemáticas a tocar un instrumento... Si no lo descubres, lo sigues intentando. Y pensé que era lo que quería transmitir. Estoy cansado de las frases basura ‘los ganadores nunca se rinden’, ‘no hay un yo (I) en la palabra equipo’… Quería buscar una forma distinta de llegar a mis muchachos”, explicó Pop. Un forma de que todos sepan la filosofía del lugar, de que entiendan el proceso. “Seguramente ya están cansados de escucharme, pero es lo que ha funcionado. Lo importante que, a este punto, ya tienen sus cerebros lavados”, aceptó con su especial sentido del humor.
En realidad, Pop es más que una frase, más que teoría. Es un maestro que predica con el ejemplo. Con un liderazgo que te mueve el piso. Hace unos años llegó a un entrenamiento y notó que sus jugadores estaban molestos y quejosos. Entonces, no les dio ni tiempo para que se cambiaran: ordenó que se dirigieran al micro que estaba fuera del centro de entrenamientos. En el viaje les contó a sus jugadores que estaban yendo a un hospital infantil de enfermedades terminales. Les precisó qué sector debía visitar cada uno y a qué chico tenía asignado para mantener una charla. De regreso en el centro, mientras los jugadores se preparaban para el entrenamiento, Pop los detuvo y les dijo. "No se cambien. Vayan a sus casas. Vengan mañana y acuérdense que a veces todos los millones que ustedes tienen no sirven para una mierda". Estas acciones, estas formas de liderazgo, lo definen.
Pero ojo, no siempre han sido lecciones o aprendizajes. Muchas veces es compartir cosas más importantes que ganar o perder… “Lo que más ayuda, en temporadas tan largas y lejos de tus seres queridos, es pasar buenas momentos. Y por eso, a veces, trato de ser divertido, un poco loco. Me gusta, además, hacerles sentir que hay una vida fuera del básquet”, explica Pop, quien ha sido un maestro en mantener con ellos una relación cercana y, a la vez, profesional.
El lugar de Manu Ginóbili
Ginóbili, por caso, ha siempre uno de sus preferidos. Porque, además de ser un talentoso, era un esforzado, porque podía brillar y tirarse al piso, pensando siempre primero en el equipo, “haciendo esa pequeña gran cosa que ganaba partidos”, según su DT.
Pop, además, conectó con MG fuera de la cancha. Luego de un comienzo difícil, con chispazos, en el que el DT no entendía la forma de jugar del bahiense. Pero el DT cedió. "Me di cuenta que él era alguien con quien necesitaba relajarme, sólo dejarlo jugar y darle algún consejo de vez en cuando", reconoció. El mismo aceptó que Gino lo hizo mejor entrenador. Fue el argentino, con un estilo impredecible, quien le fue quitando esa rigidez táctica. Hace poco, Duncan lo puso en blanco sobre negro. “Manu rompió su sistema. Fue impresionante ver que lo opuesto sucediera, que en lugar de Pop cambiara a la gente, quitándole sus hábitos y formándola de acuerdo a lo que hacían los Spurs, fuera Manu el que iba en la dirección opuesta. Pop es uno de los mejores de la historia, pero con Manu tuvo que entender cómo y cuándo soltar las riendas. Hoy, en gran parte, él es así por Manu", razonó Tim.
Lo grandioso fue que, además, la relación fue más que una habitual entre coach y jugador. En 2005, luego del título ante Detroit que elevó a Manu al estrellato de la NBA, Pop decidió volver a la Argentina con él. Para conocer de dónde había salido su pupilo, de qué país, de qué ciudad, de qué barrio, de qué casa, de qué familia... Classic Pop. Un tipo especial, que tuvo (y tiene) una relación entrañable con Manu. “Construyeron una mutua relación de respeto, admiración y cariño”, analizó Sergio Hernández.
Pop siempre aseguró ser primero una persona, un ciudadano y luego un técnico. “El básquet no es mi vida. Es mi forma de ganar dinero y sostener a mi familia, pero seguramente no es la parte más interesante”, dijo más de un vez. Por eso nunca ocultó sus convicciones y pensamientos fuera del deporte. “Hay cosas más importantes que suceden en el país en el que vivimos”, les dijo a los jugadores luego de entregarles un DVD con uno de los debates electorales entre candidatos a presidente.
Comprometido políticamente, fue un crítico acérrimo a la gestión de Donald Trump. “Su triunfo me da náuseas. No porque hayan ganado los Republicanos, sino por el tono xenófobo, homofóbico, racista y misógino (de Trump)...”, dijo pocas horas después de la elección. Y no paró de marcar cada una de las barrabasadas que dijo e hizo el ex presidente.
El hombre que sabe más de vinos que de básquet
De hecho, su mayor pasión está lejos de ser la pelota naranja. “¿Cuál es mi mayor legado? La comida y el vino”, tiró. Claro, esta es una forma que usa Pop para relacionarse con sus dirigidos. “Sabe más de vinos que de básquet”, admitió PJ Carlesimo, DT que fuera su asistente. Y quizá no exagere… Pop es un verdadero experto. Recorrió todo el Valle de Napa en California, hizo varios cursos de enología, construyó en su casa una cava donde aloja más de 3.000 botellas y es uno de los dueños de la empresa A to Z Wineworks. En la intimidad, es famoso por evaluar los restaurantes (y, por ende, su comida y vinos) de forma tan obsesiva como lo hace con cualquiera de los rivales. Lee libros, ve programas y frecuenta blogs y páginas especializadas en Internet.
Un ritual de Pop, cuando visita cada ciudad con el equipo, es definir a qué lugar irán a cenar. Quizás incluso antes de la estrategia de juego… Así, en secreto, Pop ha forjado una pasión culinaria por todo el país. Pero ojo, además se ha transformado en una herramienta de conducción porque, todos aseguran, una velada con Pop es algo atrayente, fascinante, seductor...
Una rutina que empezó en Pomona-Pitzer. “Para él era importante que comiéramos juntos”, recuerda Tim Dignan, uno de sus ex jugadores. La comida es un momento social que Pop siempre valoró, independientemente de sus ingresos. Cuando vivía en el campus, con su esposa solían invitar y cocinar para todos en fechas especiales como Navidad. “Nos hacían sentir como en familia”, rememora otro de sus dirigidos. Esa costumbre la mantuvo en el tiempo.
"Las cenas nos ayudaban a comprender mejor a cada persona, nos acercaba más a los demás y luego, en la cancha, nos entendíamos mejor", explicó Danny Green, ex dirigido en los Spurs. "Puede sonar exagerado, pero me hice amigo de todos los compañeros que tuve en los Spurs. Y esas comidas de equipo fueron una de las razones más importantes. Tomarte un tiempo para bajar revoluciones y estar dos o tres horas cenando con alguien te permite conectar de una forma diferente que en la cancha o el vestuario. Ahí estaba la magia de Pop, que combinaba restaurantes increíbles con un grupo interesante de compañeros de diferentes países. El resultado es algunos de los mejores recuerdos que tengo de mi carrera", cuenta un ex jugador, que sabe que en la NBA cada uno hace sus planes. No es extraño, entonces, creer que lo más impactante de Pop no haya sido cómo armó defensas o ataques, sino cómo sus líderes han dado también el ejemplo. Estrellas humildes, silenciosas, alejadas del histrionismo, de las polémicas y los conflictos típicos de este mundo de excentricidades que es la NBA.
"¿Ganar otro anillo? No lo sé, pero tampoco es una prioridad en mi vida. Sería mucho más feliz si supiera que mis jugadores van a contribuir a mejorar la sociedad, que tienen buenas familias y que cuidan a las personas que los rodean"
Puramente como entrenador de básquet, no hay mucho que descubrir. Ganó títulos en tres décadas distintas, con diferencias estrellas, distintos esquemas y formas de juego. En todos dejó su sello. Pero lo que nunca abandonó fue su pasión. Siguió tratando de descubrir, formar y desarrollar jugadores que tuvieran algo que probar. Siempre buscó reinventarse, algunas veces volviendo a empezar, como DT y líder de grupo, intentando que los más jóvenes no lo vieran como un señor mayor, teniendo en cuenta que, cuando él empezó a dirigir a los Spurs (1996), 13 de sus actuales 16 jugadores ni siquiera habían nacido… Así fue que se mantuvo como el sargento de la tropa, siendo capaz de motivar o retar con una mirada, con una palabra. “Da la impresión de que no está cansado y no parece que vaya a parar pronto. Es muy impresionante ser entrenador por tanto tiempo y mantener motivado al equipo con el mismo mensaje”, destacó Tony Parker.
A los 73 años, nadie sabe cuánto más seguirá pero, por lo pronto, el árbol no le tapa el bosque. “¿Ganar otro anillo? No lo sé, pero tampoco es una prioridad en mi vida. Sería mucho más feliz si supiera que mis jugadores van a contribuir a mejorar la sociedad, que tienen buenas familias y que cuidan a las personas que los rodean”, admitió hace pocas semanas. Una declaración de principios de un entrenador que ya está en la historia. Por sus triunfos y por formas. Un legado que quedará para la posteridad.