Discúlpeme, queride lectore, que esta vez lo “use” a usted para saciar mi necesidad de ser escuchado (digamos leído, para ser más exactos) en mis penurias almacenadas, pero el licenciado A., quien habitualmente se ocupa de estos angustiantes menesteres, se fue unos de días de vacaciones al Inconsciente.
Lo llamé entonces a mi amigo Tito, que en verdad se llama Dragomir, pero le decimos Tito porque sus abuelos vinieron de Yugoeslavia. Le dije que quería hablar con él, pero se negó porque, como ustedes saben, mi nombre empieza con “Ru-” igual que “Rusia”, y él se ha sumado al boicot por el cual muchos argentinos sienten que participan activamente del conflicto con solo poner en marcha un prejuicio, sin moverse de su sillón ni cambiar de serie de Nefli.
Es más, no sé si no lo habrá afectado la quincuagésima ola de infodemia que azota nuestro planeta, ya que, al parecer, quiso salir de su casa envuelto en la bandera de Ucrania. Como no tenía ninguna, se puso una de Atlanta, el club de sus amores –que tiene los mismos colores–, sin tener en cuenta que a los de Atlanta los apodan cariñosamente “los bohemios” y no tan cariñosamente “los rusos”. No llegó a salir a la calle sin que cuatro loquites lo increparan: “¡No te metás con Estonia porque la vas a ligar, ruso!”.
Es evidente que los cuatro loquites tampoco estaban muy geopolíticamente orientados, pero si el propio presidente Biden confundió Ucrania con Irán, y si uno de nuestros intendentes locales la confundió con Croacia, bien podrían ellos, que son parte de los que quieren volver de Valenzuela, confundir Ucrania con Estonia, dos países que desconocen por igual, pero que están dispuestos a defender a muerte si los medios enfermónicos “os lo demandan”.
Tito quedó muy golpeado (literariamente hablando, por suerte) cuando se dio cuenta de que, en su condición de ruso “hincha de Atlanta”, debía autoboicotearse, y se puso a ver una serie pochoclera, esperando encontrar así un poco de claridad.
Mientras tanto, yo necesitaba hablar de lo que pasa. Porque me acuerdo de los tiempos de Malvinas, cuando nadie usaba “llave inglesa” ni tomaba “sopa inglesa”, el bar Británico se llamaba “Tánico” y “La Franco-Inglesa” era “La Franco” (dudoso y quizás inadvertido homenaje al dictador español), mientras la OTAN bombardeaba nuestras Malvinas (¡vaya casualidad permanente, Robin…! ¡Les mismes que ahora apoyan a –o “se apoyan en”– Ucrania!).
Me cuesta mucho entender esta realidad inentendible de apoyar a quienes tanto mal nos han hecho. Tampoco les creo a quienes ven en Putin al nuevo Spiderman, a un “líder de izquierdas”. Jamás aceptaré eso de “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”: podrán ser aliados momentáneos, tal vez, pero ¿amigos? Creo que la amistad es algo muy valioso como para que pueda llegar a basarse en una “enemistad común”.
Más allá de todo esto, en mis atribuladas caminatas por las calles de esta ciudad tan aspiracionalmente europea y tan realmente tercermundista en la que vivo, no gano para sustos:
Me entero de que, en solidaridad con el pueblo ucraniano, varias heladerías dejaron de vender "crema rusa”. Por supuesto, la crema americana sigue en la lista; se ve que ya nadie se acuerda de Vietnam (y tantos otros).
En el barcito con pretensiones de la otra cuadra, la ensalada rusa ahora es “ensalada ucraniana”, novedoso plato típico igual, pero con menos arvejas y precio más alto (¿donarán las ventas a la OTAN?).
En una Universidad levantaron un curso sobre Dostoievsky, debido a su nacionalidad y, me atrevo a afirmar, a la prepotente ignorancia de quienes tomaron la decisión.
En el Mundial de Fútbol y en la Copa UEFA, no estarán los equipos rusos (sin embargo, no recuerdo que en el Mundial '82 hayan prohibido a los ingleses)...
Y lo peor es que esto podría seguir:
La UE seguiría comprándole gas a Rusia, pero explicaría que ese gas en realidad tiene un abuelito francés, italiano o belga.
Las personas cuyos apellidos terminen en “-ovich, -osky, -off, -insky o -avsky” tendrían que quitarle esa parte a su apellido. Aquellas que directamente se apelliden “Russo” tendrían que pasar a apellidarse “Ucraniano” o bien “Otán”.
La ruleta rusa estaría absolutamente prohibida (lo que es una buena medida), pero, para los que no pueden frenar su instinto autodestructivo, seguiría habiendo créditos UVA, “sistemas piramidales de envío de billetes”, “seducto-estafas” en las redes sociales y fuera de ellas, y, en casos extremos, posibilidad de endeudarse con el FMI.
A todes les vacunades con Sputnik se nos aislaría del resto de la población, salvo que tuviéramos un “pase comunitario” con el que demostrar que nos simpatiza el capitalismo neoliberal.
Si alguien se autopercibiera ruso/a, tendría que “no salir del samovar” para evitar que sus cercanes y sus lejanes lo boicotearan.
Y así, y asá. Díganme si no es para asustarse. ¡Y el licenciado A., que no vuelve de sus vacaciones...! ¿Estará alucinando que atiende neuróticos en Europa del Este?
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “Cuidemos el planeta”, de RS Positivo (Rudy-Sanz):