Un tal Pablo, estudiante de una sureña universidad, hace algún tiempo me formuló algunas preguntas por mail sobre el tema que estaban estudiando: “Bukowski, realismo sucio”. A pesar de estar yo muy complicado con problemas de salud que a Pami le importa tres pitos solucionarme, me hice espacio y le respondí prolijamente, pero, como no he recibido respuesta, temiendo que mi texto haya caído en la carpeta “spam” del destinatario, lo divulgo para no quedar como un maleducado.
En la revista “Quehacer Nacional”, del mítico editor Peña Lillio (al que todavía se le debe un homenaje, una calle o placita al menos), escribí sobre el norteamericano. Piglia me dijo que ese era el primer texto publicado sobre Bukowski en el país. Luego lo integré en mi libro "Colisiones". Importa decir que, además del Bukowski bizarro, que, con justa razón se admira, hay otro que a muchos se les escapa, y a mí me cautiva. Y es el escritor íntimo, tierno, que se encuentra en esa magistral página en la que le agradece a sus piernas llevarlo de un lado a otro; o cuando sus fanáticos le escriben contentos por el asesinato de Kennedy y él los rechaza y defiende el sistema democrático; o cuando recuerda lleno de felicidad la primera vez que vio un texto suyo publicado en una revista.
El tan estudiado “realismo sucio”, si lo confrontamos con la gente que hoy vive en nuestras calles (algo que descubrí en los ´60 viajando desde Bolivia a México, y también en el “Bowery” de Nueva York, pensando que nunca apreciaría esa situación en nuestro país), empalidece de manera brutal. También está el Bukowski gran lector que garabateó con razón que “Miller es bueno cuando es bueno y viceversa”. Y más aún, cuando leyendo echado en el sofá, le grita a su mujer: “Linda, ¿le traerías una cerveza al escritor número dos del mundo?”, y ella le responde: “¿No era que ayer eras el número uno?”, y él remata: “Es que acabo de leer a Céline”… Esta línea es la franca explicación de lo que se debe entender como trasmisión generacional en el arte, ninguneando el “espontaneísmo” inventado. Todo es una continuidad. Causa y efecto.
El “realismo sucio” no es propio, es consecuencia de la generación beat de Jack Kerouac, Ferlinghetti, Ginsberg, Burroughs, Fante. Todos ellos vienen de dos enormes escritores que jamás se trataron y apenas si se miraban de reojo: Ernest Hemingway y Henry Miller. Éste, al que Bukowski se refería con dudas, solo, desesperado y hambriento en París, escribía influenciado por Dostoievski, y los editores le rechazaban sus originales porque le decían que sólo plagiaba al ruso. Una noche un agente literario, cansado de soportarlo, le cuenta a Miller que entregará un original de otro autor nuevo a un editor llamado Denoel y que él, el agente literario, lo había leído con pasión: “si querés echale una mirada”, le dice a Miller. Éste acepta y le promete devolverle el original al otro día en la puerta de la editorial. Miller cumple su promesa y escribe: “Estoy viviendo en la Villa Borghese”. Esta es la primera línea de su genial “Trópico de cáncer”; luego seguirían miles de páginas y su portentosa trilogía: “Sexus, Plexus, Nexus”.
El original que el agente literario le había prestado a Miller era “Viaje al fin de la noche”, cuyo autor es Louis-Ferdinand Céline. Céline, saludado por Bukowski como su superior, a su vez amaba a Emile Zola, a quien homenajeó en su centenario con un texto palpitante ante su tumba. El mismo respeto expone Hemingway, luego de recibir el premio Nobel; va a visitar a su amigo el español Pío Baroja, en su cama de enfermo, y le dedica el premio porque Baroja se lo merece más que él, que sólo es un aventurero de la literatura, dice. Lo mismo pasó con Isaac Bashevis Singer cuando recibió su Nobel y se lo dedicó a Henry Miller; lo que también hizo García Márquez honrando a Borges. Con seguridad, hay que decir que es del genial Hemingway y su relevante cuento “Los asesinos” (que da pie a la famosa teoría del “iceberg”) de donde surge la generación “beat”, y todos los realismos y naturalismos y minimalismos, y pulp-fiction, sucios, limpios y desteñidos que se puedan catalogar. De ese cuento de Hemingway, publicado en 1927, nacen todos los “ismos”. Hemingway amaba a Mark Twain, de quien otro enorme escritor, Norman Mailer, dijo que, cuando Twain publicó “Las aventuras de Huckleberry Finn” dio nacimiento a la literatura norteamericana. Tal como Homero a la universal. Éste genera a Virgilio, y éste a Dante. Y no creo que haya más “realismo sucio” que el que hay en “El Infierno”.
Siguiendo con Bukowski, no le perdono su brulote a William Shakespeare, ahí metió la pata hasta el fondo del inodoro. Hay un Sinatra y también un Gardel. Borges amaba a Lugones. Cuando releo la dedicatoria casi que lagrimeo. Lugones amaba a José Hernández y el “Martín Fierro”. Y es así como va enhebrándose el arte. Cortázar viene de Marechal y este de Juan Filloy. Ernesto Sábato amaba a Martínez Estrada y éste a Horacio Quiroga. Yo siempre lo quise a Bernardo Kordon, que amaba a Arlt, y Arlt amaba a los rusos. Me formé con “malditos” como Eduardo Gutiérrez, Barón Biza, Martel, Hugo Wast, Almafuerte; y con ellos incluyo a todo el arco argentino que parte desde “El matadero” de Echeverría y “Amalia” de José Mármol, pasando por Alfonsina, Mallea, Victoria Ocampo, Di Benedetto, y muchos más, y también algún casi desconocido u olvidado como Víctor Juan Guillot, a quien se puede leer hoy con la idéntica frescura de cuando escribió sus cuentos de terror.
Ese pasado intenso es el que hoy rescatan los nuevos creadores como Leonardo Oyola, Álvaro Praino y su maravillosa novela “Zánganos”, Claudia Piñeiro, Matías Carnevale, Carlos Marcos, Gustavo Nielsen, Alejandra Tenaglia y su “Viaje al principio del día”, Darío Lavia, Juan Carlos Virgilio, Ignacio Camdessus, Fabián Viqué, José María Marcos; los poetas Alfredo Vento y su libro “Elogios al dietario de una peatona titilante”, Leandro Alva, Ricardo Morelli y sus “Octavas obscenas”, Martina Nimcowicz… También mi tocaya Valeria Medina, Carlos Crosa y su novela “Desempate”, Juan Borges, Ramón Minieri, Carlos Dariel, y tantos más… Todos ellos, a pesar de que nuestro país hoy es apenas una media nuez naufragando en un mar rabioso, no se arredran y continúan enriqueciendo nuestra literatura, sin preocuparse por los “ismos” … En fin, va un cordial saludo, querido Pablo.