El futuro (mundo multipolar) llegó hace rato. Y está teniendo en el conflicto Rusia-Ucrania-OTAN un mojón histórico que acelera la reconfiguración geopolítica global y reparte coletazos a todo el planeta. ¿Qué consecuencias tendrá esta guerra para América Latina? ¿Cómo vienen jugando los gobiernos la región? ¿Cuáles son los retos que se abren para el renovado polo progresista latinoamericano en este nuevo escenario?
Los “daños colaterales”
Ya se encienden las alarmas por las secuelas económicas derivadas del conflicto bélico, principalmente en el sector agroalimentario y el energético. Desde el día 1 de la incursión militar rusa en Ucrania se dispararon los precios de las materias primas que producen esos dos países, mientras que las sanciones aplicadas a Moscú agudizan aún más la espiral inflacionaria. Incluso se habla de posibles desabastecimientos.
Ucrania es el primer exportador de aceite de girasol y con Rusia concentran el 78% del comercio mundial. Rusia es el principal abastecedor de trigo y Ucrania el tercero, que además es el cuarto exportador de maíz. Rusia también es el principal exportador de gas natural, el segundo de petróleo (detrás de Arabia Saudita) y tiene la segunda reserva mundial de carbón. Además encabeza el podio en producción de fertilizantes, clave para la producción agrícola.
En síntesis: todos los países latinoamericanos que importan estos insumos se verán afectados, lo que podría derivar en subas de precios en transporte, gas, electricidad y alimentos.
A la inversa, los países que producen hidrocarburos, minerales y cereales se beneficiarán por el incremento de dólares por exportaciones, pero el impacto inflacionario -sumado al mayor costo para importar combustible e insumos agropecuarios- inclina la balanza hacia los efectos negativos.
Otro perjuicio traerá el cierre del espacio aéreo a los aviones rusos, que afectaría al turismo caribeño, sobre todo a Cuba y Dominicana que tienen a Rusia como primer y segundo emisor de turistas.
En definitiva, la nueva guerra desnuda el viejo dilema de la matriz productiva primario-exportadora de América Latina y su dependencia del mercado mundial como proveedor de commodities. Si la región va saliendo de la pandemia más empobrecida y desigual de lo que ya era, la guerra en Ucrania coloca más obstáculos para remontar la crisis.
Latinoamérica en el ajedrez mundial
Las repúblicas latinoamericanas del siglo XIX se forjaron en la órbita de las necesidades e intereses económicos de las potencias europeas. Durante el siglo XX se fue consolidando la dependencia frente a Estados Unidos, que terminó de monopolizar su hegemonía con el derrumbe del bloque soviético en 1991 y subordinó bajo su ala a la Unión Europea. Pero en las últimas décadas esa unipolaridad se resquebrajó con el ascenso de otras potencias como Rusia y China; sobre todo el gigante asiático, que ya es el primer socio comercial de varios países de la región.
Rusia fue intensificando su alianza principalmente con los países más asediados por Washington (Venezuela, Cuba y Nicaragua). Pero no solamente. Prueba de eso son las recientes visitas a Putin de Alberto Fernández y del propio Bolsonaro, ícono de la retórica anticomunista.
Es esta disputa por el rediseño del orden mundial lo que se juega de fondo en Ucrania. Con una OTAN que incumple todos los acuerdos cercando militarmente a Rusia. Con Putin respondiendo de la forma más brutal e inhumana. Un conflicto sin buenos y malos (mejor dicho, sin buenos). Sin izquierdas y derechas (mejor dicho, sin izquierdas). Sin capitalismo vs comunismo (mejor dicho, sin comunismo).
En este mar de complejidades vienen malabareando sus posturas los gobiernos latinoamericanos. El eje bolivariano salió a bancar a Rusia; las derechas levantan las banderas de Ucrania, disfrazando su subordinación a las potencias occidentales bajo un hipócrita relato por la paz (los mismos que nunca rechazaron ni una de las más de 50 intervenciones militares norteamericanas); y el resto oscila entre repudios más duros o más suaves a la invasión rusa. Entre tanto, el latifundio mediático y corporaciones como la FIFA, Google o Coca Cola se alinean al boicot y al relato rusofóbico.
Esta guerra “cambia la realidad planetaria y marca la entrada del mundo en una nueva edad geopolítica”, sintetiza el periodista Ignacio Ramonet. Una guerra que tiene en Ucrania su teatro de operaciones pero que se dirime en múltiples dimensiones, y que delineará el formato de la nueva multipolaridad.
Una guerra que encuentra a América Latina en plena recomposición de los proyectos progresistas, con liderazgos más moderados que en el ciclo anterior y aún sin una clara impronta integracionista. La guerra apura el desafío de, al menos, avanzar hacia una articulación comercial más profunda. La llegada de Gabriel Boric y las eventuales de Gustavo Petro y, sobre todo, de Lula abren mayores expectativas para reconstruir un bloque regional que se pare unido frente al mundo y afronte con soberanía los duros tiempos que se vienen.
Gerardo Szalkowicz es editor general de NODAL. Autor del libro “América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista”. Conduce el programa radial “Al sur del Río Bravo”.