Cuando Almodóvar termina la rueda de prensa de Madres Paralelas en el Festival de Cine de Venecia sucede algo inusual. Periodistas de diferentes países se acercan a colegas españolas para averiguar si las fosas comunes de represaliados por la dictadura franquista que aparecen en la película son producto de la imaginación del director de cine o existen en realidad.
Esa escena explica el éxito de las élites españolas al esconder las violaciones de derechos humanos de la dictadura y vender al mundo que el regreso a la democracia es ejemplar. También explica la dura lucha de quienes han arañado la tierra para recuperar los restos de sus desaparecidos y no quieren que la dictadura pase a la historia como un crimen perfecto.
Pedro Almodóvar forma parte de la movida madrileña, un movimiento iniciado tras la dictadura, que se caracteriza por una contramoral juvenil que rompe los rígidos moldes impuestos oficialmente por la jerarquía católica. Pelos de colores, ropa provocativa y un alarde de frivolidad forman parte de esa corriente cultural que tiene respaldo político porque disfrazaba una estructura social y política que no ha cambiado su naturaleza.
Mientras el Almodóvar de la movida rueda Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1978) familiares desentierran cuerpos de seres queridos desaparecidos, sin apoyo institucional, sólo con sus manos, picos, azadas, amor filial y el deseo de darles una sepultura digna. Quieren recuperar las libertades y derechos sin llamar reconciliación al abandono de las víctimas y sin convertir la impunidad en un hábito de la cultura política que ha funcionado como un grillete atado al tobillo de la democracia.
Su intento se frena el 23 de febrero de 1981, con el golpe de Estado. Un teniente coronel de la Guardia Civil asalta el Congreso y pistola en mano grita ¡Quieto todo el mundo! ante un país en el que millones de personas, como perros de Pavlov, salivan miedo y deciden no tocar el pasado para no despertar el monstruo.
Con el golpe de Estado las élites reconquistan el silencio colectivo y las viudas, los hermanos, los hijos van muriendo sin que el Estado gire la cabeza para decirles que sabe que existen.
Mientras tanto, el cine de Almodóvar se convierte en uno de los grandes distribuidores mundiales de la imagen de España. Algunos le acusan de esconder la realidad del país, pero su mirada tiene un amplio alcance sociológico y quizá está retratando ese país que esconde su realidad.
Con el inicio del siglo XXI, los nietos de los desaparecidos retoman la apertura de las fosas y muestran a la sociedad esos huesos con signos de violencia. Buscan justicia, verdad, reparación. Critican la transición que abandona a su suerte a miles de familias, deja morir sin reconocimiento a quienes combatieron la dictadura y no escribe en los libros escolares la terrible historia de la represión franquista.
Cuando Almodóvar estrena Madres paralelas esos nietos llevan años de combate contra el olvido, contra la impunidad, contra la ignorancia. No existe en España una oficina del Gobierno que atienda a las familias. Ningún descendiente de los desaparecidos extrajudiciales ha sido jamás indemnizado. Nadie se ha sentado en un banquillo por el asesinato y el secuestro de los cuerpos de al menos 124.226 civiles. Y ahora se prepara una ley que quiere hacer un censo de víctimas, pero no uno de verdugos. Y Almodóvar, el sociólogo, ha retratado ese país, en el que la reparación no parte del Gobierno, en el que fuimos y somos una España al borde de un ataque de olvido.
*Presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Nieto de Emilio Silva Faba, primera víctima la represión franquista identificada por una prueba genética, gracias a un ADN que viajó desde Ezpeleta, provincia de Buenos Aires, hasta España en 2003.