Cuando en 1916 los padres de Alberto Haylli se mudan a Junín, hace diez años que el pueblo ha sido declarado ciudad. Su trayectoria como fuerte de frontera, pueblo y ciudad sintetiza el poblamiento de la pampa central. La historia de sus habitantes es, en consecuencia, la historia de gran parte de la población de la Argentina misma.

Veinte años más tarde de aquella mudanza a la casa de Pueblo Nuevo, imaginamos a un joven Haylli de 25 años que sale rumbo al estudio fotográfico que ha abierto en la calle principal de la ciudad. En un gesto ya automático, la mano sujeta la cámara colgada al cuello, lista para disparar. Lo suyo es el instinto del ojo y la empatía de sensibilidad con el fragmento de realidad que quiere capturar. En un futuro lejano, hay una fotografía que lo espera: su último autorretrato. Su cara de ochenta años frente al espejo. Las manos de esa fotografía, con la que cerramos el libro, son algo digno de observarse. Son manos adaptadas al agarre de la cámara de un modo tan exacto que, en la vejez, la imagen de Alberto Haylli semeja la de un cyborg, alguien mitad humano, mitad máquina. No construido por el ente maléfico de alguna saga, sino tallado por él mismo: la crispación de los dedos y las profundas arrugas de la frente, marcadas por el visor de la cámara, la actitud de acecho, todo él está adaptado a ese gesto inscripto en su cuerpo desde la infancia. Haylli modeló, año tras año, su propia figura. Su autorretrato a los ochenta años muestra, como en ninguna otra parte, la biografía de nuestro fotógrafo.

Pero nos adelantamos; falta mucho todavía para ese autorretrato. Falta toda la vida de ese hombre reservado, hermético, al decir de sus nietos Luis y Leandro, en cuanto a su profesión, a sus preferencias estéticas y conocimientos fotográficos, que fue Haylli. Un hombre que guarda zonas desconocidas o todavía no descubiertas e investigadas de su dimensión profesional. Alguien con quien una ciudad entera se relacionó, pero que muy pocos debieron conocer bien. Un fotógrafo tan generalmente presente en Junín que se ganó para siempre el apodo con que lo nombraban todos: el “Gordo” Haylli.

Como cualquier juninense de mi generación, Haylli estuvo en mi vida y en la de mis padres y todavía antes, ya que se dedicó a recuperar material antiguo de la ciudad, incluso en nitrato. Alguna vez dije: “No sé cómo lo hizo, pero estamos todos”, con lo que quise significar una gran, abarcadora, foto de la extensa familia juninense que atravesara el tiempo. Mi bisabuelo llegó a Junín en 1878, cuando apenas despuntaba una aldea a la que todavía no había alcanzado el ferrocarril; décadas más tarde, en 1945, una de sus nietas, mi madre, entraba en el Estudio Fotográfico de Haylli a hacerse un retrato para regalar a su novio, según el uso de la época; un año más tarde, la foto de casamiento de mis padres en la iglesia de San Ignacio, patrono de la ciudad, es de Haylli. Mis tíos profesaban una adhesión fanática por Eusebio Marcilla, corredor juninense de TC: la foto del corredor que tenían enmarcada era de Haylli. Mi hermana y yo, en nuestras sucesivas promociones del colegio secundario, fuimos fotografiadas por él e íbamos a mirar la vidriera de su Estudio para vernos ‘expuestas’ en alguna fiesta o en un picnic de la primavera. Y esto continuó en la generación siguiente a la mía. Este párrafo viene al caso sólo a título de ejemplo: podría referirlo cualquier juninense. Porque de esto se trata, de que todos, sin distinciones de ningún tipo, en algún u otro momento de nuestras vidas, hasta principios de la década del 90, ya que Haylli muere en 1994, estamos en sus fotos.

No tengo conocimientos técnicos de fotografía, sólo hablo por intuición y por lo que las fotos de Haylli me generan y me dicen. No sabemos cómo juzgaría él esta selección; ni siquiera podemos saber si la aprobaría. Su nieto, Natalio, cuenta que era tan meticuloso y perfeccionista que llenaba bolsas enteras con los negativos que descartaba. Tampoco sabemos si, en estos años iniciales de su producción, las décadas del ’30, ’40 y ’50 que hemos elegido, Haylli estaba en búsqueda de un lenguaje propio o de una estética. No conocemos cuáles consideraba sus influencias y cuáles eran los fotógrafos que admiraba. Según sus hijos, Herminia y Mario, Haylli no dejó reflexiones o testimonios escritos al respecto. Sólo un cuaderno donde anotaba la ubicación de los negativos en su archivo particular. Por todo lo señalado, quiero puntualizar que la elección de las fotos para este libro sigue mi gusto personal. Pero las fotos hablan por sí mismas y, por contigüidad, arman un mundo. Un universo de imágenes que muestra, sobre todo, la relación evidente entre una ciudad y su fotógrafo. Siempre son esquivas las ciudades a dejarse mirar, narrar, comprender. Considero que él lo logró. Se ve, además, lo que está fuera de encuadre: se ve la época. El conjunto destila una atmósfera indiscutible.

El fotógrafo y su ciudad omnipresente en su obra. Estas líneas preliminares son un intento breve de descifrar esa relación. De una manera subjetiva, un tanto literaria y conjetural, si se quiere, aunque de algún modo, cercana, ya que conocí a Haylli.

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En sus fotos callejeras nadie está extático ni parece posar. Y aunque la idea sea una abstracción, ya que el fotografiado siempre es consciente de la presencia de la cámara y hay muchas imágenes en las que vemos que se ha accedido al pedido del fotógrafo, las fotos prueban también la entrega al hombre que calibra la lente. Esa confianza es para mí el punto central de la relación que Haylli estableció entre su cámara y los juninenses. La interferencia está limitada al mínimo. Fue un fascinado por la gente, las personas, los grupos, las multitudes; por sus paseos, sus trabajos, sus oficios, ¡hasta por sus zapatos, cuando fotografía de medio cuerpo a los que pasan por la vereda de su Estudio! En la calle, en los picnics, en las carreras de bicicletas las personas parecen entregarse confiadas a la presencia del fotógrafo. Tenía la facultad de apresar la fugacidad del gesto que muestra a una persona y que se pierde en el infinito continuo del tiempo.

* Escritora. Fragmentos del prólogo del libro dedicado al fotógrafo juninense Alberto Haylli (publicado por Ampersand) del cual es editora. El volumen cuenta además con textos de Herminia Haylli (hija del fotógrafo) y de Daniel Merle.