“Mira di sangue tinta correr l'onda funesta”, canta Moctezuma en el inicio de la ópera que en 1733 musicalizó Antonio Vivaldi para el Teatro Sant’Angelo de Venecia. Privado de su lengua náhuatl, el emperador azteca es conquistado de nuevo, ahora entre los meandros del lenguaje, por el italiano áulico de la convención operística. En otro contexto, mucho tiempo después y muy lejos de Venecia, Patagonia, la ópera del compositor chileno Sebastián Errázuriz que con dirección escénica del argentino Marcelo Lombardero se estrenará el viernes en el Teatro del Lago de Frutillar, en el sur de Chile, reivindica una lengua de los pueblos originarios..
Patagonia, con libreto de Rodrigo Ossandón, cuenta del paso de Hernando de Magallanes por el sur de América en lo que fue la primera circunnavegación del globo de la historia. Pero lo hace desde una perspectiva americana. En esta parte del mundo conocemos esta historia a través del relato de Antonio Pigafetta --cronista de la expedición de Magallanes--, que si bien es uno de los personajes, no es quien cuenta la historia en la ópera. “Elegimos remitirnos a la tradición oral, a unir retazos, memorias fragmentadas contadas desde la actualidad por una heredera de la cultura Aonikkenk, la comunidad que encontró Magallanes cuando desembarcó en la llamada Bahía de San Julián”, explica Lombardero en diálogo con Página/12. “Termina siendo un proceso de recuperación de la memoria y también una especie de thriller de historia ficción, que parte de la pregunta: ¿Qué fue de Juan de Cartagena, el capitán español que Magallanes dejó abandonado en la bahía, tras los repetidos motines de la tripulación?”, define Errázuriz.
Más allá de las conjeturas y sus posibles relatos, en Patagonia hay una forma incontrastable de verdad que se revela desde el lenguaje. “Mientras escribíamos la obra pensamos que era fundamental recuperar el idioma de los Aonikkenk. No podíamos contar la historia de este choque de culturas y que por ejemplo los habitantes originarios cantaran en un español fluido, como si hubiesen estudiado en la Universidad de Salamanca. Pero se hacía muy difícil, porque la lengua de los Aonikkenk estaba considerada perdida”, dice Lombardero.
“Empezamos a darle vueltas al asunto e investigando dimos con Javier Domingo, un lingüista y antropólogo argentino de la Universidad de Montreal, que tiene un meticuloso trabajo sobre la última hablante de la lengua tehuelche nativa, la señora Dora Manchado, que murió en 2019”, interviene Errázuriz. “Lo contacté pidiéndole ayuda para elaborar los textos que serían transformados en música cantada y nos puso en contacto con Wenai Sh Pekk, un colectivo tehuelche argentino que trabaja en el rescate de la lengua, que fueron nuestra consulta permanente”.
Casi todos los textos del personaje de Xorenken, que canta en tehuelche, están reconstruidos a partir de los diálogos entre el antropólogo y la última hablante. “Escuchando las grabaciones que hizo Domingo con la señora Dora fui extrayendo frases que me podían servir para contar la historia que quería contar. Me fui familiarizando con ese sonido y ese ritmo, ante el desafío de pensar cómo se podía cantar este idioma tan distinto, tan lleno de consonantes seguidas”, continua Errázuriz. “El trabajo que hizo la soprano Marcela González es increíble. Ella escuchó y colocó en su voz esta lengua de la forma más natural posible, liberándolo de alguna manera de las convenciones tradicionales del canto”, agrega el compositor.
“Ópera de cámara pos-pandemia” es la clasificación que sus creadores dieron a Patagonia. “No porque pensemos que la pandemia ya pasó, sino porque es una creación posterior a su aparición y condicionada por eso”, aclara Lomardero. “Empezamos a trabajar en este proyecto en 2017, pensando que en 2020 se cumplían 500 años del llamado descubrimiento del Estrecho de Magallanes. Nos agarró la pandemia y en el medio tuvimos redimensionar el proyecto y concebir un espectáculo que fuera posible en este contexto: pocos personajes, fácil de montar y de transportar. Así logramos una forma experimental y contemporánea de ópera, un teatro musical que habla desde nosotros, una especie de crossover que combina el canto lírico, la prosa y la danza. Lo difícil fue salir de la apropiación cultural sin caer en una especie de National Geographic. Creamos una imaginería propia para un espectáculo teatral que se para en un lugar preciso para contar la historia”, se enorgullece el director de escena.
Después del estreno en Frutillar, Patagonia se pondrá en escena en otro escenario chileno, el Teatro Biobío de Concepción --el 25 y 26 de marzo--, la otra pata de la coproducción de la que forman parte además Música Actual, el proyecto que dirige Errázuriz y Teatro Musical Contemporáneo, la compañía creada y conducida por Lombardero, con el apoyo del Fondo de Fomento y Desarrollo de las Artes Escénicas de Chile y el Fondo Iberescena de Ayudas a la Coproducción de Espectáculos Escénicos.
El elenco está integrado por cuatro cantantes líricos, una actriz y un actor y bailarín, junto a la Orquesta de Cámara de Valdivia, dirigida por Rodolfo Fischer en Teatro del Lago y por el mismo Errázuriz en Teatro Biobío. El diseño de escenografía y multimedia es de Noelia González Svoboda y el de vestuario de Luciana Gutman. “La obra se articula en una especie de mosaicos de catorce escenas. Mi propuesta compositiva, que siempre tiene que ver con el cruce de la música docta contemporánea con la popular, en este caso profundiza ese contraste y confronta un sonido tribal con la música europea. Hay un leimotiv, una fuga de corte neoclásico, que se va asumiendo este sincretismo cultural que resulta del encuentro entre dos mundos”, dice Errázuriz, que cuenta en su catálogo con varias óperas, entre ellas Viento blanco, estrenada en el Teatro Municipal de Santiago en 2008.
Desde el comienzo de la pandemia, Patagonia es la primera puesta en escena de una ópera en Chile y el primer estreno de una ópera iberoamericana. “Es también el primer estreno de una producción propia de ópera para dos teatros que aunque no tienen una gran tradición, se unen para crear desde sus entrañas”, marca Lombardero. Y desliza una observación: “Es la actitud opuesta a la de la pereza intelectual de muchos programadores y lo rutinario de la programación de los teatros oficiales”.