Desde Barcelona

UNO "Nada es insignificante", escribió hace años Rodríguez en postal parisina: una justamente célebre foto tomada por Edward Steichen en una medianoche de 1908 de la estatua de Honoré de Balzac y que hizo que Auguste Rodin exclamase "Serán sus fotos las que harán que el mundo entienda a mi Balzac". Allí, Balzac como mix de monolito à la 2001 con Marvel Comic (su apellido ayuda), cuando en verdad estaba más cerca de siempre famélico y galo Obélix envuelto en batas encandiladoras como uniforme de escritor constante aptas tanto para el escritorio como para el salón y la tertulia. Porque, sí, la significativa frase que garrapateó Rodríguez al dorso era de Balzac. Para Balzac, sí, todo detalle era significativo y útil para su obra lanzada a la búsqueda y hallazgo de El Significado.

DOS Rodríguez piensa en todo eso recién salido del cine de ver la flamante --y más que digna y muy bien intencionada y triunfadora en el último y reciente reparto de premios César-- adaptación de Ilusiones perdidas de Xavier Giannoli. Leyó la novela hace tiempo, pero para la novela en Rodríguez no han pasado los años. La leyó cuando era tan joven como el iluso y listo para perderse aprendiz de poeta Lucien "De Rubempré" Chardon. Rodríguez no se atreve a releerla ahora (suficiente con el extravío de sus irrecuperables sueños propios) pero sí la disfruta y la tiembla en la oscuridad del cine. La ve con el mismo placer con el que alguna vez pasó las páginas de un álbum de cromos. Pero es un álbum de cromos incompleto. Ahí está, claro, el esqueleto de la trama bien asentado pero, ah, falta tanta tramoya y músculo y piel balzaciana. Falta, sí, lo que muchos considerarían innecesario y excesivo, pero que para Balzac no lo era. Falta todo esa acumulación de supuestas insignificancias que son las que acaban consiguiendo el más certero de los significados.

TRES Y la leyenda verdadera es bien conocida: Balzac viene de infancia complicada con sus padres y estadías en internado, de fracasos tempranos, de desastrosos negocios, de fe en lo sobrenatural, de insaciable apetito gastronómico y sexual, de casi adicción al estudio de las clases sociales y sus faltas de clase. Y Balzac --centrifugando todo eso-- una mañana de 1833 corre hasta la casa de su hermana Laure y le comunica: "¡Estoy a punto de convertirme en un genio!" Porque hasta entonces Balzac ha publicado bajo seudónimo un puñado de libros ignorados, se ha hecho de pequeño nombre/firma irreverente en la convulsa prensa de la época y, por fin, alcanza cierto éxito con La piel de zapa. Pero ahora la genialidad estalla en Balzac iluminando universo al que denominará La Comedia Humana y que acabará siendo una suerte de puzzle/meccano compuesto por casi cien novelas, decenas de relatos, numerosos "estudios" y hasta varios puñados de títulos que no llegó a escribir (su plan era el de 137 novelas). Tiempo después explicó: "Lo vi todo como en un sueño: la sociedad francesa sería su autora; yo sería apenas su secretario... Y con paciencia y perseverancia conseguiría para la Francia de mi tiempo el gran libro conquistador que todos lamentamos no hayan producido en su momento Roma, Atenas, Tiro, Menfis, Persia y la India... Lo que Napoleón no pudo concluir con su sable, yo lo acabaré con mi pluma". Allí, se cruzan y entrecruzan personajes (se llegaron a censar unos 2000 que se elevan a unos 3500 si se incluyen los apellidos pasajeros y animales; el esquema socio-genealógico de todos ellos ocupaba con letra pequeña y flechas tres paredes de la casa de Balzac en la capital) porque su confesa ambición, según bromeó muy en serio alguna vez, era "la de hacerle la competencia al registro civil". En lo que hace tan solo aIlusiones perdidas --junto a su secuela directa, Esplendores y miserias de las cortesanas-- se han detectado a 116 secundarios y no tanto provenientes de otras historias. Y a Balzac le quedó tiempo para redimir a Stendhal con justiciera y poética reseña a La cartuja de Parma, inventar la publicidad subliminal y paga insertando productos reales en sus ficciones, y hasta influenciar a Cézanne y a Picasso con las pinceladas desatadas y abstractas en La obra maestra desconocida.

Ilusiones Perdidas --dentro del indispensable top-five del autor junto a Papá Goriot, La prima Bette, Eugénie Grandet y El primo Pons-- es, también, pieza fundamental de exhibición permanente en el Gran Museo de la Novela Decimonónica (recordar aquella cita de Oscar Wilde en cuanto a que “el siglo XIX tal como lo conocemos es, básicamente, una invención de Balzac”). Y, por lo tanto, tan fácil de proyectar sobre este tercer milenio. Digámoslo: Ilusiones perdidas --y tantos episodios de la trágica e inhumana Comedia Humana-- trata de lo que seguimos y seguiremos tratando: el dinero. Porque hay dinero en las desoladas casas y en las nunca realizadas grandes esperanzas de Dickens (otro hiperkinético y mega-activo pintador de su aldea como gran fresco catedralicio). Y lo habrá en discípulos suyos más o menos directos como Marcel Proust y Edith Wharton y Francis Scott Fitzgerald. Pero Balzac tiene más dinero que todos juntos.

Balzac, se sabe, era un hombre muy codicioso. Y esa desmesurada ambición por el noble vil metal (Henry James, otro fan, llegó a afirmar que "el verdadero protagonista en cualquier título de Balzac no es otro que la moneda de veinte francos") es lo que siempre mueve y conmueve a sus criaturas. Sin importar los parlamentos, el telón de fondo es siempre el arte de hacer dinero sin importar deshacerse o deshacer a otros por el camino. En este sentido --con sus seres amorales en ascenso o en caída, con sus víctimas desamparadas en altas y bajas-- Balzac es posiblemente el escritor europeo más indicado hoy por hoy no para entender los por qué pero sí para apreciar los cómos de toda crisis económica que siempre acaba resultando, también, en una crisis "de valores". Y en Ilusiones perdidas están, también, los antepasados directos de los fabricantes de fake news y de los reseñistas de libros que no se leen y de influencers y followers y haters y commentatores y de pulgares en alto o emojis fecales.

Este efecto de atemporalidad produce en Rodríguez la más pesarosa de las excitaciones. Y sale de la película con la cabeza en alto y arrastrando los pies.

 

Afuera, hay explosiones algunos países más allá (y todos piensan, por una vez, de manera diferente y auténticamente terminal, en si llegarán a fin de mes). Y está claro que Rusia perdió la Guerra Fría, pero Putin y su Pos/Pre/En/Guerra Caliente... Ojalá que se imponga la balzaciana razón/razones del dinero por encima de la sinrazón de un Big no Crack ni Bang sino Kaboom. Y Rodríguez, insignificante, siente que no está listo para volver a esta inhumana comedia. Y decide sacar entrada para otra historia interminable y adinerada y significativa: The Batman (yo ya la vi y que no está nada mal, pero se queda a centímetros de ser algo más interesante:The Bruce Wayne). Y entra deseando que allí el millonario oligarca se cruce con el también ambiguo y conflictuado vengador y fuera de ley y más o menos ecualizador bajo doble personalidad Jacques "Vautrin" Collin por los significativos callejones de otra esplendorosa y miserable, ilusionada y perdedora, renacida y gótica ciudad.