No voy a justificarme de antemano diciendo que "para empezar, condeno la invasión de Rusia", porque doy por sentado que cualquier persona decente repudia la violencia, venga de donde venga. La necesidad de hacer estas aclaraciones previas es una respuesta a la acusación implícita que flota por el aire, en la prensa y en los platós, según la cual si no cierras filas con la OTAN es que estás a favor de Putin, y, por tanto, eres sospechoso de traición.
La polarización de la guerra entre Rusia y Ucrania
Víctimas de la polarización, que nos obliga a alistarnos en alguno de los bandos discursivos, cualquier persona que quiera expresar una opinión crítica en relación con el papel adoptado por los gobiernos o la prensa occidentales en la guerra de Ucrania se ve en la obligación de aclarar previamente, y con mucho énfasis, que no está del lado de "los rusos" -¡hay quien todavía habla de Unión Soviética, o de "los comunistas"!- a quienes se ha demonizado previamente bajo esa denominación generalizadora.
Los medios de comunicación y la "rusofobia"
La polarización instaura un marco agónico que alimenta el ardor guerrero y la sed de venganza; al fin y al cabo, el fin último de la estética del heroísmo y del martirio es justificar la violencia, legitimar la guerra. Porque una vez establecido ese enfoque, la exigencia de tomar una posición excluyente asume el carácter de un imperativo patriótico. Los medios de comunicación, necesitados siempre del espectáculo –condicionado por la lógica económica, la necesidad de aumentar la audiencia- promueven y multiplican este antagonismo con dramatismo hiperbólico, un personalismo desmesurado y un discurso simplificador y falto de matices, que genera odio y miedo.
A estas alturas, podemos hablar sin temor a exagerar de "rusofobia"; desde nuestras más altas instituciones, se ha conseguido condicionar a la población en la aversión hacia todo lo ruso, también hacia las manifestaciones más bellas de la cultura de otras épocas. Pero, no nos engañemos, la doble moral permite que la censura no se aplique a otras esferas, como a la compra del gas ruso, por ejemplo. Así, el propio Ministerio de Cultura y Deporte ha instado a "la suspensión de los proyectos e iniciativas en curso con la Federación Rusa, así como la cancelación de aquellas que se hubieran previsto y aún estuvieran pendientes de iniciarse", sumándose al veto europeo a la cultura rusa. No hace falta destacar que "veto" y "cultura" constituyen extremos irreconciliables, cuya unión solo es posible dentro de la sintaxis absurda que instaura la guerra. El peligro es que, de seguir esto así, la propia expresión "cultura europea" puede terminar siendo un oxímoron, como apunta Maricel Chavarría ("Censurar la cultura rusa").
La polarización es una estrategia argumentativa muy peligrosa, pues simplifica los conflictos haciéndote rehén de uno de los bandos. Sobra decir que se trata de una falacia, la realidad es muchísimo más compleja; por ejemplo, pronunciarse en contra de los dos polos no equivale necesariamente a ser "equidistante": bien puede ser que te sitúes en algún punto del continuum, más o menos alejada de alguno de los extremos, o sencillamente que te instales en un plano diferente. Hoy, sin embargo, equidistante es el eufemismo que se utiliza para calificar a los "tibios" o "cobardes", quienes no se atreverían a apoyar abiertamente a alguno de los dos bandos. En la mayor parte de los casos, esconde la sospecha de ser un traidor a la "causa común", aunque estemos muy lejos de una definición clara y precisa de cuál sea esa causa. En otras ocasiones, equivale a naif, una persona pacifista, de buen corazón, pero que desconoce los condicionamientos profundos de las cosas. Alguien, en definitiva, a quien no hay que tener en cuenta, porque abandonado en el aire de los mundos de yupi no puede ofrecer ningún rigor, ninguna seguridad.
Cómo se llegó al conflicto
Si la polarización constituye una trampa, es también una metonimia engañosa reducir el conflicto a su desenlace, olvidando la cadena de acciones que han llevado a la explosión final. Ucrania y Rusia están en guerra desde 2014; casi 20.000 personas han sido asesinadas en las Repúblicas de Donetsk y Lugansk en todos estos agónicos y silenciosos años. Pero nadie se ha acordado de estos muertos, aunque, por supuesto, ha habido miles de niñas y niños inocentes, personas de carne y hueso, con nombre de pila y con su historia a cuestas, a los que nadie ha nombrado ni recordado.
Tampoco se ha comparado la tremenda situación de abandono de estos estados por parte de las democracias occidentales con la soledad de Segunda República Española, aunque precisamente fuera como consecuencia de un golpe de estado a un gobierno legítimo como estalló la cruenta guerra civil en los territorios del Donbass en 2014. Ocho años de silencio y de olvido por parte de todos.
La censura acentúa la polarización
La polarización se acentúa escandalosamente desde el momento en que solo nos llega información de uno de los bandos, con lo que asistimos a todo el proceso narrado desde la óptica necesariamente sesgada de uno solo de los polos. La guerra se acompaña de un apagón informativo global con el pretexto de bloquear las mentiras, aunque parece que sería mucho más fácil neutralizarlas con información objetiva, y no atacando la libertad de expresión e información.
Son conocidas las distintas fases de este proceso, que comenzó con la decisión de la Unión Europea de prohibir las emisiones del canal de televisión Russia Today (RT) y de la agencia de noticias Sputnik en los países del bloque; luego llegó el decreto ley ruso prohibiendo dar "información falsa", lo cual constituía una amenaza tal que expulsó de Rusia a los corresponsales de cadenas europeas… La censura en un conflicto de semejante magnitud es, además de un ataque sin precedentes a la libertad de información y expresión, algo muy peligroso que amenaza a todas las democracias occidentales. No se puede esconder la verdad so pretexto de defenderla: una nueva paradoja.
De Palestina a Ucrania, de Netanyahu a Putin
Otro argumento que se utiliza como prueba patética para conseguir la adhesión sin fisuras a Ucrania es el de la enorme desproporción que existe entre el agresor y su víctima. Lo cierto es que tampoco cabe imaginar mayor desproporción que la que se da entre Israel y Palestina, por ejemplo. No es menos cruel el aplastamiento atroz que está sufriendo durante décadas la población de Palestina, sometida al horror de una guerra que no cesa en un inmenso campo de concentración a cielo abierto por la avidez de gobernantes sin alma. Sin embargo, nunca hemos asistido en directo a esa tragedia; nadie se ha acordado tampoco de esos muertos; tampoco se hizo nunca un documental de Netanyahu, por ejemplo, presentándolo como un frío reptil, un demonio criminal falto de empatía y humanidad, un loco a quien se le debería poner algún límite…
No ha ocurrido así con el sátrapa de Putin, que no ha escapado a la demonización, animalización, cosificación…, en fin, a su degradación personal hasta límites delirantes. La reducción del conflicto al aberrante instinto de un loco es una de las estrategias que más asustan, porque, junto al terror inducido, justifica la mayor crueldad con el enemigo al que previamente se le ha desposeído de toda humanidad.
Si en otras ocasiones las crisis se ocultan -narradas en escasos segundos en medio de noticias de entretenimiento, o planteadas como un enfrentamiento donde "tanto uno como otro" tienen idénticas responsabilidades- en este caso se constata la existencia de tal nivel de sobreexposición e intensificación que hace de ésta la guerra de la desmesura: "¡Pasen ustedes y asistan al mayor espectáculo de la destrucción humana!". ¿Quién puede creer que todo esto es obra del delirio de un loco? Pues muchas personas abrazan aliviadas esta visión, que elimina de un solo golpe toda la angustia a través de la fantasía de destruir al enemigo único.
¿Existe un lugar fuera de la polarización?
Sin embargo, ahí están esos 8 años de guerra civil ignorada; la falta de respeto y de cuidado a las delicadas líneas que sostienen el equilibrio entre las potencias; la crisis de los recursos materiales, del petróleo y del gas…, y ese gasoducto al que EEUU siempre se ha opuesto, porque quería ser el abastecedor universal.
La gente que queda en medio de esos intereses, atrapada bajo las bombas de la avidez, del hambre insaciable de beneficios, de poder, de control, son nadie, gente pequeña con quien se puede jugar, a quien se puede utilizar como escudo, cuyo terror puede ser moneda de cambio. Vidas y muertes que se manejan como acciones de Bolsa… El enemigo es siempre el mismo sistema voraz y criminal, que tiene en cualquiera de los dos bandos su más fiel expresión, y que utiliza el discurso mediático para ir dibujando un mundo cada vez más agónico y violento. Es urgente situarse en otro plano, porque en medio de los polos solo hay sombra, muerte, nada.
*Profesora titular de la Universidad de Sevilla. Del diario español Público, especial para Página/12.