P´an Ku luego de la extensa caminata por la ribera rosarina, se sentó en un banco de la ribera para reposar su mirada en la barrosa fluidez del río que le recordaba el caudalosos Yang –tse o la fluencia del Hoang-ho descendiendo de las altas montañas del oeste y arrastrando sus sedimentos por los vacilantes esteros hasta el mar Amarillo. Una tibia nostalgia probablemente atemperada por las condiciones casi insomnes de vida de los rosarinos, le hacía resignar los confusos e imprecisos acontecimientos de Julio en la plaza de Tiananmen. P´an Ku había sido uno de los educadores diestros en las enseñanzas de Lao Tse y de Confucio y uno de los tantos que había descubierto la incertidumbre de las teologías, la relatividad de la moral y las imperfecciones del gobierno. Para no formar parte de esos educadores ejecutados por las autoridades que hallaban más difícil contestar preguntas que matar, P´an Ku optó por subir a un barco de bandera Argentina que lo trasladó a las costas de la ciudad en la que permanecía. Había logrado mantenerse dando clases de inglés, que había aprendido en Hong Kong durante la ocupación de los ingleses. Casi sin darme cuenta han pasado estos años, pensó, en mi patria la dimensión del tiempo es diferente. Pero…para qué, lamentarse, ya no volveré a Pekín ni a Hong Kong… Mis atardeceres definitivos son estos, que en lo esencial no difieren…
El atardecer progresaba lentamente hacia las islas enrarecidas por el humo desprendido de los incendios irresponsables que entorpecían el estado de ánimo de las personas y agravaban los seniles padecimientos de P´an Ku. Apenas comenzó a insinuarse la declinación de esa tarde de primavera, un joven se sentó en el extremo de su banco… Enseguida comenzó a entonar una melodía que P´an Ku reconoció. Youlan (la orquídea solitaria) era una melodía que su madre ejecutaba con el Guqin y era muy antigua, de la dinastía Tang. P´an Ku no puedo evitar acercarse y preguntar: ¿dónde aprendió esa melodía…? El joven lo miró de frente, su rostro reveló sorpresivamente sus rasgos chinos. “Somos compatriotas”, dijo. “Es extraño que en una ciudad como esta, no nos hayamos encontrado antes. Sin embargo, lo conozco. Usted es el legendario P´an Ku…
El hombre de ayer no es el de hoy, respondió P´an Ku, pero creo ser el mismo. Y luego agregó, para eludir la incomodidad que del reconocimiento: ¿Viene usted seguido a contemplar el río?
Suelo venir en algún atardecer porque en la evanescencia del momento no sé si estoy frente al Yang –tse o el Hoang-ho, respondió el joven.
Me he vuelto viejo viniendo aquí, dijo como para sí mismo, P´an Ku. Buscando algo impreciso que tal vez sea solo un sueño… El fluir del río, la levitación de las Monarcas…las cosas de la naturaleza que llegan a la existencia y nada poseen; solo cumplen su función y nada exigen, hacen su trabajo y luego decaen…
Debí suponerlo, agregó el otro, yo también persigo a la Monarca que nace entre las hojas de las Asclepias…que son anfitrionas de las larvas…
En ese momento, P´an Ku tuvo la impresión de que soñaba y de que el otro era una suerte de su sombra o un doble. El otro agregó: Sé que es una hembra porque hace ya unos meses que la vengo observando y estoy seguro que es la misma de siempre. Por de pronto, tengo la impresión de un deja vu…la busco y cada vez que la encuentro siento que vuelvo a ser el que era.
Como si obedeciera a las últimas palabras, una monarca de brillantes colores emprendió un levísimo vuelo, tal vez elevando la ascesis de un espíritu. P´an Ku entendió que el atardecer propiciaba insondables misterios…y a medida que la monarca revoloteaba, fue recuperando algunos recuerdos que creía perdidos. Recordó que perseguía a las monarcas en primavera, cuando era niño. Recordó lo que su madre le contaba. Que la mayor impresión de la vida volvía a revivirse en el momento de morir. Recordó borrosamente, fragmentariamente, a algunos compañeros asesinados en la Plaza de Tiananmen, recordó su perplejidad, su terror, su huida…pero el recuerdo, persistente en ciertas imágenes, se interrumpía en un momento sobre el que no podía avanzar, tal vez porque era en extremo doloroso…
Algo lo impulsó a preguntar: ¿Estuvo en la plaza de Tiananmen?
El otro asintió, acompañando la respuesta con un gesto sombrío…
La memoria es misteriosa y nos acerca a vivencias que no recordamos haber vivido o que recordamos muy confusamente pero que nos alientan a entrar en contacto con acontecimientos o sensaciones que no sabemos definir aunque sabemos que han existido, expresó P´an Ku, pero el otro se había desvanecido… En el respaldo del banco una Monarca desplegaba tenuemente sus alas…
La primera impresión fue de desconcierto, después, de una grávida liviandad, como si su cuerpo se desprendiese de la conciencia de sí mismo y se deslizase en un espacio cuya dimensión dimitiese del espacio real y convocase a una masa compacta de abstracciones que se acrecienta por el desarrollo del conjunto de sus partes, como un vegetal en crecimiento. El cielo había cobrado un color gris azulino y ya se insinuaban las llamas indolentes brillando en la extensión de las islas, que le recordaron las llamas de Tiananmen.
Vanamente intentaría caracterizar el recuerdo si no acepto la realidad presente, la conciencia que tengo de mi cuerpo y lo propio del tiempo, que consiste en transcurrir. Pero, cuando me refiero a mi percepción presente, me refiero a una duración, que se encuentra más allá o más acá a la vez y, que lo que llamo mi presente, gana terreno a un tiempo sobre mi pasado y mi porvenir. Primero sobre mi pasado, porque en el momento en que hablo, ya se aleja de mí, y enseguida sobrevuela sobre mi porvenir al que tiendo… Todo eso pensaba P´an Ku mientras se debatía en un espiral incesante de tiempo, al caminar hacia el pasaje del túnel que se inclina al cruzar la avenida de la Costa. Lo acompañaba una sensación decreciente, como si en vez de caminar hacia la ribera caminase hacia el pasado…
Atravesaba la todavía reticente claridad del parque, con la esperanza de ver ascender la perfecta esfera de la luna, en todo su esplendor desde la orilla del río, cuando un tumulto contrariado lo distrajo. Hacia el sur un patrullero policial había detenido a un grupo de muchachos que se resistían ante la embestida rigurosa que no resistía el menor análisis y por el contrario, admitía una inobjetable objeción. Algo surgido en la bruma de lo interior le hizo acatar el impulso de interceder, pero un bastonazo negligente lo derrumbó. Perdió rápidamente la noción habitual de las cosas familiares y la percepción del pequeño tumulto extrañamente se fue atenuando mientras veía las alas de una monarca que se desplegaban, propicias para el vuelo. Supo o sintió que la mariposa merodeaba en la contingencia del acontecer rozando la profundidad de su corazón, para que recuperase las imágenes del pasado y en la fugacidad del tiempo, contrariando el ascenso de la noche, la mortificación y el olvido, pudiese culminar su historia. Esa historia inenarrable oculta en los intersticios de la memoria, mientras abrazaba al cuerpo de su hijo, desgarrado en la plaza de Tiananmen, donde P´an Ku supo que había muerto del todo.