Una pandilla de sirenas que se encuentra al filo del agua para tramar amorosamente una vida lejos de la oscuridad familiar; esas protagonistas, que podrían ser las que habitan los otros cuentos (“Era una niña frágil, que hubiera querido no nacer porque algo de nacer la confundía mucho. Quizá la falta de orden y claridad de un mundo donde había muchas cosas y personas juntas”, dice en “Otro Planeta”) son jóvenes, hermosas en su manera de habitar la hermosura, inteligentes y observadoras, pero sobre todo están mirando el mundo con desconfianza; el mundo conocido y ordenado, y parecen decir a cada tramo de las historias: otros mundos son posibles.
Y allí ondulan los relatos de este, el último libro publicado por la editorial Rosa Iceberg, de la dramaturga y escritora Agostina Luz López, también autora de Weiwei: “Me dio un beso en el cuello que me dejó anestesiada. Tenía la boca gorda, carnosa, y un agujerito entre los dientes como Luis Miguel. Todo desprendía sensualidad: su cuerpo entero, su manta que era como un cielo alucinado, la sombra de los árboles, mi concha que me presionaba el short” dice en “Sirenidad” y abre la dimensión calenturienta de este tejido perfecto de tramas y ritmos narrativos que construyen atmósfera y reflexión, paisajes mentales y dialoguitos cruzados en fugaces experiencias extrañas.
El trabajo de López como dramaturga (autora de varias piezas de teatro como "Mi propia playa”, “La laguna”, “Los milagros” y “Animal romántico”) sale a la luz por el indicio escenográfico, por la preocupación en que sean dos los que hablan y se turnen a ritmo para intercambiar palabras, como si el diálogo pudiese purificar su forma hasta ser un juego donde cada quien a su turno mueve la boca. “Una infección urinaria, dijo. La médica de guardia era colombiana y le contó que cuando era adolescente había tenido una tan fuerte que había estado en el baño una noche entera viendo las estrellas. Aceptó esas palabras como una recompensa y se fue a hacer pis en un pequeño recipiente. La doctora le dijo que separara bien los labios, porque si no podía ser inútil el análisis” se lee al comienzo de “Estrella infectada”.
Estos cuentos son como el sachet de leche que la niña de “El sobrante” mira absorta en el supermercado. Un acuario, un torrente, el momento en el que el tiempo para y la sensibilidad se afina para sentir las patas de una mosca sobre la piel, la velocidad de una bici súper poderosa, la textura radiante de una cola de sirena, el aliento que contiene la suciedad de la ropa para lavar.
Su narrativa está hecha de atmósferas, geografía de la mente, estados ásperos del espíritu, todo lo que puede salir mal… Y el deseo, ese magma plateado que es tan difícil de escribir, los genitales latiendo rojos como frutillas estalladas.
Quiero detenerme en las sirenas de “Sirenidad” porque son fascinantes. Unas criaturas que en tribu se empujan al agua para ser ellas mismas, transformando todo su mundo en la inmensidad, hijas de quién, madre de todas, hermanas, novias, en ese no límite entre los vínculos de chicas se labra una poesía intensa y rota, los labios partidos por la sequedad que no encuentran reparo en la lluvia. Atención a esta conmocionante belleza: “Observé mis piernas que seguían igual, la humanidad me atravesaba entera y se subrayaba al lado del majestuoso espectáculo de las anfibias. Cada parte de mi cuerpo renació cuando sus bocas y sus pieles ásperas se derramaron sobre mí. Estaba en trance. Ni siquiera podría decir que estaba caliente; más bien el ardor había roto el mundo que conocía”.