En El Padrino mientras se manda a matar al que molesta se celebran casamientos y bautismos porque, como le dice Don Corleone a uno de sus hijos, “un hombre que no pasa tiempo con su familia nunca será un hombre completo”. Ese pleonasmo de merengue italiano y sangre que presume lazos se exhibe desde el comienzo de la película, un paneo sobre lo que ocurre al mismo tiempo afuera y adentro de la casa sostiene el andamio.
Afuera la mamma canta en la boda de su hija vitoreada por los que le tienen miedo a su marido, la esposa de Sonny Corleone le dice que se porte bien (lo que le quiere decir es que no tenga sexo con su amante en plena fiesta), la novia, Connie Corleone, (Talia Shire) guarda miles de dólares que los invitados le regalan (son sobres con billetes chicos) adentro de una bolsa y una recién llegada a la familia, Kay Adams (Diane Keaton), entiende los métodos que después no querrá haber entendido.
Completan la escena festiva, mujeres con prendedores de flores, vestidos veraniegos color pastel y capelinas con lazos de raso de diferentes tonos. Son el decorado ideal y un anticipo de lo que serán las mujeres a lo largo de la afamada gesta mafiosa: un empapelado que a veces se despega un poco pero que con unas gotitas de plasticola vuelve a su lugar. Adentro, en la sombra que comparten los trajes oscuros y la luz amarillo caramelo que ilumina el escritorio de Vito Corleone (Marlon Brando), los hombres le rinden pleitesía al Don y le piden favores que pagarán con sumisión, dinero y buenos deseos: “que el primer hijo de su hija sea un varón”.
Las mujeres en El Padrino son el corazón del parentesco, son hija, madre, cuñada, prima, esposa y aunque conocen los “negocios” que los hombres de la familia hacen, se quedan detrás de la puerta no solamente cuando se las cierran en la cara. Como escribió Molly Haskell hace veinticinco años: “una jerarquía masculina, se crea sobre las espaldas de las mujeres condescendientes”, una jerarquía masculina que las mantiene a raya con intervenciones a cuenta gotas más allá de los signos de época (1945) poniendo en tela de juicio el breviario mafioso adoptado con venerada complacencia, como si el código de Hammurabi y la Ley del Talión lograran gracias al cine una especie de nueva habilitación histórica y el "no tiene código" que hoy se cae de las bocas tuviera, para el fútbol y la conducta sexual, un referente ineludible que los hombres memorizan.
“Limpiá mocosa escuálida! ¡Limpiá! ¡Limpiá!”, le grita el marido a Connie embarazada mientras le pega con un cinturón. “No te odio, te tengo miedo”, le dice Kay a Mike en el final de la saga cuando ya hace años que están separados. Sucesión enérgica de una violencia íntima que fortalece el silencio y el respeto, porque los Corleone, piden eso, respeto. Una sucesión de maniquíes se impone bajo el ala protectora de un hombre al mando, puede ser un marido o un hermano, aunque alguien diga que en Sicilia las mujeres son más peligrosas que la escopeta, aunque la educación patriarcal nos haya dicho que eran obedientes en apariencia pero que en realidad eran las que “movían los hilos” y aunque Kay Adams le grite a Mike Corleone (Al Pacino) que no perdió un embarazo, que abortó para no traer al mundo otro hijo de él. Un grito y una verdad que la dejará golpeada, tirada en un sillón y lejos de sus hijos a los que tendrá que visitar a escondidas entrando y saliendo por la puerta de atrás.
En El Padrino las mujeres no se salen con la suya, no son May Welland Archer (Winona Ryder) en La edad de la inocencia, ni tienen los deseos de lograrlo como los tiene Siobhan Roy (Sarah Snook) en Succession. En El Padrino si las mujeres se suben a un auto para demostrarle al marido que aprendieron a manejar, las mata una bomba que estaba destinada a un hombre de la familia; si no aceptan las normas del clan, las alejan de sus hijos; si le hacen frente al poder de un hermano, después se arrodillan y piden clemencia, no como estrategia, por nostalgia reaccionaria.
Con pocos matices, “hasta en los actos heroicos masculinos de amor duro de Howard Hawks, las mujeres desempeñan papeles más prominentes y versátiles” (M.H.), las mujeres en El Padrino casi no hacen preguntas y si las hacen cruzan los dedos para escuchar la respuesta que quieren escuchar. Mary Corleone (Sofía Coppola) cree en las intenciones benefactoras de su papá, el heredero proteico, en una deslizada felicidad poco antes de morir asesinada en manos del destino con apellido, concesión fecunda de la ley seca viril, con el pecho ensangrentado y una última palabra en la boca: papá.