Una manía geométrica

Hay algo inherentemente relajante y placentero en la simetría, que las ciencias han explicado de distinta manera: que el cerebro reconoce estas formas en un santiamén, con mayor facilidad; que el ojo prefiere la repetición regular; que asimismo es símbolo exterior de armonía interna y, en nuestro afán por ordenar el caos, genera efecto de bienestar, alivio, claridad mental... Quizás esos sean los motivos por los que el fotógrafo Zsolt Hlinka busca “obsesivamente la geometría y simetría en cada una de mis composiciones”. Así lo acentúa este varón nacido en Budapest, en 1978, con inclinación a capturar la arquitectura urbana y ciertos interiores perfectamente espejados, como viene haciendo en sus series sobre las majestuosas salas de teatros de su ciudad, las estaciones de metro, las habitaciones del Parlamento, las intersecciones de calles (vistas en plano nadir). Dicho lo dicho, es preciso aclarar que lo que Zsolt Hlinka no encuentra por vías naturales, lo consigue a través de la edición, de la manipulación digital, conforme él mismo aclara sobre su colección Corner Symmetry, que ya le ha valido unos cuantos laureles. El artista -que de visitar Buenos Aires, debería visitar obligatoriamente el excepcional Pasaje Rivarola, con sus idénticas fachadas enfrentadas- genera la ilusión de fotografiar edificios de esquina perfectamente simétricos, con toque surrealista al ser recortados en fondos de color pastel. Que estos rincones no existan como tales, empero, no quita que sean propiedades reales que pueden encontrarse pateando las calles de Budapest. Habrá sutiles discrepancias con las perfectas fotos de Hlinka, también imprentero, que entiende que con sus retoques por edición, lejos de falsificar la realidad, captura la esencia de cada estructura.

Qué semanitas, ¿verdad?

Cada miércoles, desde hace más de dos años, publica el mismo chiste gráfico; solo esa broma, nada más. Y cada semana, la misma viñeta sigue haciendo tanta gracia que es retuiteada por –al menos– 25 mil personas. De eso va la cuenta @whataweekhuh, de contenido limitado: el conocido meme donde el Capitán Haddock, con aires de agobio, le dice a Tintín: “Vaya semanita, ¿eh?”, y Tintín le responde al desosegado hombre que recién están a mitad de semana. La consistente propuesta tiene en su haber más de 320 mil seguidores, a pesar de que –o más bien, porque– su último posteo sea exactamente idéntico al anterior, y al anterior, y así. “Llegados a este punto, a lo mejor hay algún fan de Tintín que ya ha arrugado el entrecejo. ¿De qué cómic es ese diálogo? De ninguno: es una viñeta apócrifa y la charla no procede de las historietas de Hergé, sino de una serie de televisión”, clarifica Pablo Cantó, periodista de El País. El ida y vuelta, de hecho, corresponde a una escena de la cuarta temporada de 30 Rock, entre Liz Lemon (Tina Fey) y Jack Donaghy (Alec Baldwin), que ya había tenido cierto suceso vía Tumblr. Hasta que la web Incorrect Tintin, que se dedica a manipular cómics de Tintín, tomó una secuencia de la entrega El cangrejo de las pinzas de oro, de 1941, y le plantó el diálogo de la serie producida por Lorne Michaels. Aquello alrededor de 2017, aunque haya sido durante la pandemia –“cuando las semanas han sido especialmente eternas”– que explotó la fama del meme. En parte, gracias a @whataweekhuh, que no se cansa de postear la viñeta; y de su público, claro, que hace lo propio cada bendito miércoles. Detrás de la cuenta, por cierto, no hay un bot sino una persona de carne y hueso, un muchacho albaceteño cuyo nom de plume es Pepelu Patata y que gestiona el asunto manualmente.

El cuadro maldito

Si alguien quiere vender algo, no suele informar con pelos y señales sobre lo malo del asunto. Así las cosas, la honestidad brutal acabó siendo la estrategia más atinada para Dan Smith (probablemente, un alias), estadounidense que subastó a través de eBay un cuadrito cuyo anuncio, sin más, estaba titulado de la siguiente manera: “¡Cuidado! Pintura vintage maldita de muñecas espeluznantes, 1967. Quedan advertidos”. En la descripción del producto, este autodefinido “coleccionista de cosas raras” confesaba que debería haber escuchado la advertencia del vendedor del puesto del mercado de pulgas donde lo adquirió: “No puede salir nada bueno de esta pintura”. Según Dan, la pieza causó estragos en su vida: nomás colgarla empezó a padecer insomnio, y eso lógicamente alteró su salud y su paz mental. Probablemente, también su cordura. Sucede que Dan está convencido de que la “racha épica de calamidades” que siguieron son culpa del cuadrito: primeramente, la plaga de insectos que asedió su hogar; luego, la muerte de su querida mascota, un hámster. “Yo sé que el cuadro parece adorable con esas dos muñequitas inocentes, pero no se dejen engañar: esta pintura desata el mal. Desconozco quién mezcló su sangre maldita con óleo para crearla, pero ciertamente sus poderes eran fortísimos”, son las paranoicas palabras de Smith sobre la pieza, firmada con las iniciales MNP, que dataría del ’67. “Se preguntarán por qué decido venderlo y continuar con un legado tan terrible. ¿Por qué no destruirlo? Bueno, prenderle fuego podría librar al mundo su maldad, incluso acrecentarla ¿Quién puede asegurarme que al quemarla no vaya a empeorarlo todo? No quiero arriesgarme, prefiero que se la lleve una pobre alma que no crea en esta historia, o, lo que es más aterrador, a un alma valiente que sí lo haga”. Al parecer, tuvo suerte: aunque el precio base para el cuadro embrujado era de 50 dólares, las ofertas se sucedieron y acabó llevándosela un corajudo por 1750 billetes verdes. Qué decir.

Calculando viejas pérdidas

“¿Cuánta literatura medieval se ha perdido a lo largo de los siglos?”, es la difícil pregunta que ha querido responder un equipo de investigadores, liderados por el belga Mike Kestemont de la Universidad de Amberes, arribando a respuesta tentativa: solo el 9 por ciento de los manuscritos producidos en Europa en la Edad Media habría sobrevivido. Y es que, tal como recuerda la revista Science, “antes de la invención de la imprenta, las copias en masa claramente no existían. Entonces, si un manuscrito ardía en un incendio, se lo comían los insectos o era usado para reforzar el sombrero de un obispo –como efectivamente sucedió con una colección de cuentos nórdicos antiguos del siglo XIII–, se perdía para siempre”. Aunque ha habido autores de textos supervivientes que hicieron referencia a obras extraviadas en sus piezas y existen catálogos antiquísimos –aunque incompletos– que permiten vislumbrar el paisaje literario de antaño, Kestemont y sus colegas han querido arrimarse a una estimación lo más exacta posible. Con tales fines, tomaron prestada una técnica de la ecología, el llamado “modelo de especies invisibles”, que utiliza un enfoque estadístico para calcular cuántas especies de animales faltan en un recuento de campo, presentes pero simplemente no observadas por los científicos. “Es un método muy general de corrección de sesgo, no importa si estás trabajando con pájaros o con libros”, abrió el paraguas uno de los coautores del paper, Folgert Karsdorp, del Meertens Institute de Ámsterdam. Así, cuantificaron cuántos textos en holandés, francés, islandés, irlandés, inglés y alemán del período supervivieron; y cuántos se sospecha que quedaron en el camino. Tras procesar los números a través del citado modelo, el algoritmo disparó el mencionado 9 por ciento; bastante cercano –dicho sea de paso– a las aproximaciones tradicionales, que hablan de un 7 por ciento. La cifra, por cierto, refiere a “la pérdida de documentos físicos, no a las historias preservadas en ellos”, la aclaración de los estudiosos. Que, como novedad, desglosaron los resultados por región, sugiriendo que alrededor del 5 por ciento de las obras vernáculas en inglés han sobrevivido, en comparación con el 17 y el 19 por ciento de las islandesas e irlandesas, respectivamente. Desde que el reciente informe fue publicado, algunos cantaron loas a los investigadores; otros, en cambio, se mostraron escépticos: si las estimaciones previas son tan cercanas a la evaluación académica existente, ¿nos están diciendo algo que no supiéramos?, una de las críticas más escuchada. Para Kathleen Kennedy, experta en literatura inglesa medieval de la Universidad de Bristol, “la aplicación de modelos estadísticos del campo de la ecología es una solución tentadora, pero nunca podremos comprobar o refutar realmente si los números son precisos”. Independientemente, Kestemont y compañía no se desaniman; de hecho, planean seguir dilucidando enigmas: su próximo trabajo intentará responder por qué se evaporó cierta literatura medieval, si ciertos géneros fueron mejor conservados que otros.