El universo oscuro de Mariana Enriquez cosecha cada vez más lectores. Los muertos que vuelven a la vida, los chicos que desaparecen, apariciones espectrales, entre otras obsesiones que despliega en su narrativa, conectan con los abismos más lúgubres de la existencia. La autora de Nuestra parte de noche, novela que la convirtió en la primera escritora argentina en ganar el Premio Herralde, inició una gira por Francia, Noruega, Alemania y España. Durante todo el mes de marzo presentará las traducciones de la novela en francés, noruego y alemán. En España, el destino final, acompañará la reedición de su primera novela: Bajar es lo peor. Su paso por París, Burdeos y Marsella, tuvo un atractivo especial porque está postulada a un premio muy prestigioso para la ciencia ficción, la fantasía y el terror: Notre part de nuit, traducida al francés por Anne Plantagenet, figura en la primera lista del Gran Prix de L´Imaginaire (GPI) en la categoría novela extranjera, donde compite con el premio Nobel de Literatura Kazuo Ishiguro.
“Me llama la atención que las editoriales europeas inviertan en llevar a una autora argentina”, dice Enriquez a Página/12. “Hay mucho ojo puesto en las mujeres que están escribiendo ficciones oscuras, no solo terror, como Mónica Ojeda o Samanta Schweblin. Yo me muevo más diversamente, en el sentido de que también hago no ficción. El género en que trabajo está teniendo un súper momento en cine y en series; el fantástico y el terror están en un buen momento. Supongo que una mujer latinoamericana que escribe dentro de las reglas del género, pero con particularidades, es exótico y al mismo tiempo muy reconocible”, intenta explicar la escritora y subeditora del suplemento Radar de este diario el fenómeno que la tiene como protagonista.
Terror mezclado con realismo
-¿Hay algo más que explique el fenómeno que estás generando con tus libros?
-Me parece que son libros bastante pop, en algún sentido; tienen momentos gore, momentos asquerosos, momentos medio rockeros. No son ciento por ciento literarios. Un libro como Las aventuras de la China Iron me gusta muchísimo, pero es un libro que tenés que conocer el Martín Fierro para entenderlo. Yo no soy tan libresca; son operaciones que no puedo hacer, no tengo esa información, tengo otra data. Lo que puedo hacer es poner a (David) Bowie o hacer un retrato del Sida cuando empezó. Hace unos años le fue muy bien al noruego Karl Ove Knausgard con sus libros autobiográficos, que tenían 600 páginas cada uno. ¿A quién le importa leer la vida de un noruego? Al tipo le fue genial. ¿Cuál es la explicación de eso? ¿El auge de la autoficción? Hay un montón de cosas que se pueden decir, pero finalmente el mecanismo del reconocimiento es misterioso.
-También puede ser que tus libros conecten bien con los miedos: el miedo a la pandemia, a la guerra, a la muerte. Tal vez, más allá de las diferencias culturales, los miedos son como el humus en común. En tus libros impacta mucho los cuerpos que no están o los chicos que desaparecen, por ejemplo.
-El terror mezclado con el realismo les pega más a unas sociedades que a otras. A las sociedades europeas que son más privilegiadas les resulta más chocante, pero en Estados Unidos lo súper entienden porque es una sociedad mucho más desequilibrada; tienen las matanzas, tienen mucha pobreza, tienen el problema de la adicción a los opioides. Un cuento sobre un chico que vive en la calle lo lee un europeo y dice “¡qué horror!” porque hace veinticinco o treinta años que no ve a un chico viviendo en la calle; pero en Estados Unidos vas a Nueva York y está lleno de gente viviendo en la calle, o hay chicos abandonados por padres que son adictos. En Estados Unidos hay mucha plata pero también mucha desigualdad, y tienen muchos problemas. De la parte del miedo que pueden conectar, hay algo que tiene que ver con que trabajo bastante el miedo al cuerpo; tengo cuentos sobre la anorexia o la automutilación, y eso puede conectar muy bien, sacando lo político y lo histórico. Uno de los elementos del miedo que trabajo mucho, porque me interesa, es la incertidumbre.
Lo familiar que se vuelve extraño
-Nada provoca más terror o miedo que la incertidumbre, ¿no?
-Una de las características de las sociedades en que vivimos es la incertidumbre; no sabemos si la noticia que estamos viendo es real y hay una dependencia muy tremenda de la tecnología. El mundo está muy desintegrado y la confusión es generalizada. La confusión y la incertidumbre dan mucho miedo. Hay gente que conocés bien y un día se levanta y te dice: “no te pongas la vacuna porque tiene un chip y te van a controlar”… Conozco personas normales que de un día para el otro se convierten en lo siniestro de Freud, o sea lo familiar que se vuelve extraño. Y tiene que ver mucho con la influencia de las redes sociales, que hicieron volver ciertos extremismos que estaban medio desaparecidos. Al mismo tiempo, la tecnología es muy grata en varios sentidos. El tembladeral en que estamos viviendo es un campo muy fértil para cosechar literatura de terror y ficción oscura.
Otra hipótesis de la conexión que se está produciendo en la narrativa de Enriquez puede ser el hecho de que como escritora nunca está bajando línea. “Yo no me voy a poner a escribir un cuento sobre Ucrania, pero puedo escribir un cuento sobre una asistente social que tuvo un accidente con un chico y después se vuelve loca pensando que sus vecinos tiene a un niño esclavizado y eso hace resonancia no solo con la desigualdad sino con el desamparo de los chicos refugiados -compara-. Me acuerdo de hablar con un italiano que me señalaba cuántos niños aparecían en los cuentos y por algún motivo eso le hacía acordar mucho cuando veía llegar a los refugiados, a los chicos solos en los barcos. Nunca pensé en eso cuando escribí ese cuento, pero todos los países del mundo están con alguna temática que los llena de miedo, de angustia y de incertidumbre, y la encuentran en cuentos que nunca tuvieron esa intención en particular. Pero eso me pasa también acá”.
-¿En qué sentido te pasa también acá?
-En “Chicos que vuelven” quería hacer un cuento sobre zombies, pero Mariana Eva Pérez me dijo “este es un cuento sobre chicos como mi hermano”. Ella tiene su hermano recuperado, que es su hermano y no es, porque pasó una parte de su vida con los apropiadores. Nunca había pensado en ese tema, pero cuando ella me lo dijo me di cuenta de que es el mismo pero no es el mismo, porque eso es lo que pasa con los chicos (apropiados). Los chicos que vuelven vuelven años después siendo los mismos, pero no siendo los mismos. Cuando estaba escribiendo el cuento, había pensado en un mito irlandés: las hadas roban chicos que les gustan y dejan otro en su lugar, que es idéntico y que solamente los muy cercanos se dan cuenta de que no es la misma persona. Cuando traté de hacer uno de mis cuentos más fantásticos, terminó siendo uno de mis cuentos más políticos. Hay muchos que piensan que estoy hablando de la dictadura, otros que estoy hablando de Miguel Bru, un desaparecido en democracia que fue compañero mío de la facultad y cuya desaparición viví directamente.
Radiografía de los miedos
-A propósito del cuerpo, hay un personaje, Marcela, en el cuento “Fin de curso”, que también aparece en otro cuento, “Ni cumpleaños ni bautismos”. Todo el daño que ella se hace sobre su propio cuerpo tiene como contracara el abuso de su padre.
-Sí, es cierto, pero al mismo tiempo es un cuento sobre posesión. Me interesa usar los tropos del terror -la casa embrujada, la posesión- con contenido realista y reconocible. Esa mezcla es la que hace Stephen King, yo no inventé nada. Él lo hace con los miedos de su cultura y al ser la cultura norteamericana tan hegemónica, cuando aparecen otros contenidos llama la atención. ¿Y esto? ¿De dónde sale? Stephen King para mí es un genio y, sin compararme con él, aprendí a usar el tropo para también hablar de otra cosa, pero que se mantenga la historia de terror y que no puedas separarlas. Que no sea una alegoría o una metáfora, que sea inseparable y no lo puedas pensar de otra manera. It, de Stephen King, empieza con un crimen de odio, con el payaso asesino que mata a un gay horriblemente. El libro empieza así y elige eso porque quiere hablar de homofobia, de crímenes de odio y porque el payaso asesino está basado en un asesino serial norteamericano, John Wayne Gacy, que mataba chicos gay que se levantaba en la calle. O sea que está hablando de algo que es súper reconocible para ellos. Es como si acá empezás un cuento sobre un boxeador que tira a una mujer desde un balcón en la costa atlántica: es Monzón.
-¿Los miedos han cambiado? ¿Los miedos que tenías de chica no son los mismos miedos que tenés ahora?
-Sí, para mí cambiaron muchísimo. Cuando era chica, me daba miedo cuando mis papás salían y se retrasaban. En mi casa no había una militancia política, pero ellos tenían muchos amigos que sí tenían militancia y hablaban en casa, y la orden era que yo no tenía que decir nada. Cuando ellos volvían más tarde de lo que yo consideraba tarde (que andá saber lo que era eso en mi cabeza), me sentía mal, me descomponía, tenía ataques de ansiedad. Terminé yendo a una psicóloga y después pasó una cosa increíble: a la psicóloga, durante una sesión, le avisaron que un tren había atropellado a su hermano y a su madre, y habían muerto. En mi casa había muchos libros de mitología correntina y a mi me daban miedo el Pombero, San la Muerte, el Gauchito Gil. El libro de los seres imaginarios de Borges me daba miedo. Ahora, por ejemplo, no tengo nada de miedo con la literatura. Nada. Más grande le tuve miedo a la cantidad de información que había sobre la dictadura y lo explícita que era: te contaban las torturas, las picanas a las embarazadas, o te enterabas de que había un campo de concentración a cinco cuadras de tu casa. En la adolescencia apareció el miedo a las instituciones, a la policía. Tuve muchos problemas con la cana en la adolescencia porque era muy callejera. Ahora mis miedos son puramente patológicos; a veces me agarran fobias de ansiedad. Estuve bastante fóbica con la pandemia: no quiero enfermarme, me pongo paranoica con las cosas de salud… El otro día me volví loca por lo de la merca adulterada porque pensaba: "nosotros tomábamos merca que era rosa y la mirábamos con mi novio de esa época y decíamos: 'debe estar cortada con no sé qué'”… No había ninguna noción de muerte. Ahora sí tengo una noción clara de muerte y deterioro del cuerpo, y me da miedo eso. Finalmente, dejé atrás los miedos de la imaginación y entré en la etapa de la vida en que me da miedo la soledad en un sentido amplio.
–¿Tu escritura va a cambiar de foco a partir de estos nuevos miedos?
-No sé… puede ser. En Los peligros de fumar en la cama, Las cosas que perdimos en el fuego y como gran final Nuestra parte de noche exorcicé muchos miedos. Siempre fui una persona muy miedosa y al mismo tiempo muy arriesgada; el riesgo es un mecanismo para tratar de enfrentar el miedo. Soy muy miedosa, entonces me tomo tres ácidos; soy muy miedosa, entonces me escapo de casa para ver a The Cure; soy muy miedosa, entonces me voy a Cuba a ver a Manic Street Preachers; soy muy miedosa y hago lo que estoy haciendo ahora: irme un mes a Europa cuando todavía no terminó la pandemia y hay una guerra. Con Nuestra parte de noche agoté esos temas o los exorcicé, y posiblemente ahora vaya por otro lado y sea más adulta. Es probable que se vuelva más raro y menos gore lo que escribo.
El fantasma
-¿Qué estás escribiendo?
-En este momento estoy trabajando con el tema del fantasma, que es un tema muy adulto porque el fantasma tiene mucho que ver con la muerte, con el trauma, con la repetición (el fantasma siempre hace lo mismo). ¿Por qué me obsesioné tanto con esto? No sé, probablemente esté virando de la brujería y las órdenes de Nuestra parte de noche a algo más íntimo, que tiene que ver con los miedos más cercanos. También estoy pensando mucho en las crisis económicas y como ese eterno retorno de las crisis económicas en la Argentina es muy fantasmagórico: es como si estuvieras esperando de vuelta esa oleada. Estoy en una etapa de investigación, escribiendo escenas de la novela y conociendo a los personajes. Lo que está apareciendo es algo muy fantasmal y un país muy destruido económicamente, que también es un miedo que apareció de grande. Cuando era joven, no me preocupaba si iba a tener guita o no de vieja. Ahora sí... La gente piensa que los escritores ganan mucho dinero y no es así. Tiene mucho que ver de dónde venís; no es lo mismo tener una casa y una familia que está acomodada. Mi mamá tiene una casa, pero es la casa de su padre. Ella en su vida no pudo comprar una casa; tiene una jubilación, pero no tiene ahorros. Mi mamá no me pudo comprar un departamento. Esas cosas antes no me importaban nada, probablemente porque pensaba que me iba a morir joven, pero ahora sí me importan más.
-¿Qué personajes tenés por ahora?
-Hay un “quinteto de la muerte”, como le digo yo: tres chicas, un chico y un personaje no binario, que se niega a definirse y que mantiene su vida sexual variopinta. El quinteto de la muerte empieza en los '90 tardíos y la segunda parte es en un futuro cercano. Creo que será una novela de ficción especulativa, pero muy realista.