Una jefa del Departamento de Criminología de la policía lesbiana, mal hablada, incorruptible, eficaz, enamoradiza, fanática de River y de las pizzas de una pizzería tradicional de Rosario, la Santa María. Silvana Aguirre es la heroína de la novela Pobres corazones, de Melina Torres. Tiene que vérselas con un pedido desesperado de una rubia tetona -de las que son su debilidad- en Puerto Norte, zona top de Rosario donde el dinero del narcotráfico se lava sin ruidos de balaceras.
Así comienza a destejerse una trama de novela negra, con varias vueltas de tuerca y escenas de una ciudad muy reconocible. Amenazas de muerte, soldaditos como zombies en barrios populares, grandes sumas de dinero y cargamentos que se mexicanean entre los que realmente hacen una diferencia; la Rosario contemporánea es la principal protagonista. “Desde el momento en que decidí que lo que quería escribir era policial negro, ahí me tuve que hacer cargo de una sociedad absolutamente fragmentada y devastada como es esta ciudad. Yo creo que no se puede escribir novela negra en Rosario sin este tener en cuenta esta ciudad fisurada. Es una premisa del género”, dice Melina, nacida en la ciudad de Santa Fe en 1976, que se hace cargo de esa doble pertenencia.
Lesbiana, futbolera y mal hablada
Silvana Aguirre llegó al policial negro argentino para quedarse, de hecho, se convertirá en saga, tendrá versión audiovisual y tuvo un antecedente: Ninfas de otro mundo fue el libro de cuentos que editó Torres en 2016, con la editora local Iván Rosado. Al personaje lo creó en una noche, de un tirón, después de participar en un concurso del taller literario al que concurría, el de Maxi Tomas. El tallerista les acercó material teórico, como El libro de los géneros, de Elvio Gandolfo. La premisa era escribir un cuento policial. Fue a finales de 2012. “Salió primero ella y salió policía, jefa del departamento del criminología. Salió así, salió lesbiana, futbolera y mal hablada, como si de repente nosotras hubiésemos estado predestinadas a encontrarnos. Siempre me gusta decirlo, aunque parezca romántico, ¿viste que Cortázar dice que el cuento ya está escrito? Cada vez que leía eso, yo pensaba ¿y esta boludez? Y bueno, en realidad ya está escrito, pero una tiene que sentarse a esperarlo. Al menos, es la única que me funciona a mí. Y en algún momento, eso va a llegar. Y así llegó Aguirre”, relata Melina.
Hay más: la trama se sostiene, en buena parte, en la relación de compañerismo con Ulises Herrera, subordinado y compinche, gay, le cuida las espaldas con devoción a su jefa. Hay también una mujer que ve más allá de lo evidente y prepara remedios caseros, Alfonsa. Una secretaria travesti. Todo confluye en un relato con referencias rosarinas.
El primer libro “salió en 2016 y si yo voy para atrás, no inventé nada, por supuesto, pero sí me influyó mucho, sin proponérmelo, el recorrido feminista. Una de las cosas que a mí me interesa es sentarme a escribir sin tener el diario al lado, porque me parece que queda burdo, queda obvio. Esa no es la literatura que me gusta leer”, sigue relatando.
¿Pero eso quiere decir que tu novela está despegada de la realidad?
-No, tiene apego a los datos de la realidad pero no me interesa que tengan una bajada de línea. Me parece que una cosa es la literatura y otra cosa es el periodismo, que hay mucha diferencia. Porque de las censuras que menos me gustan, la autocensura es la primera y es la que tenemos que combatir.
¿Cuáles son las fuentes de información para construir esa trama narco que es parte de la vida cotidiana de Rosario?
-Leo siempre los diarios y leo un montón la sección policial. Las y los leo a todos y tengo muchas notas guardadas. Después, me asesoro. Una fuente es Hernán Lascano (periodista de policiales, coautor junto a Germán de los Santos del libro Los Monos), y construimos una relación que, de mi parte, es de puro agradecimiento. Él está en medio de una redacción, con lo que significa, y le llegan preguntas insólitas, que yo no las sé y el común de la gente, que no está en la práctica, supongo que no la deben saber. Por ejemplo, cómo se nombra una operativo, quién lo nombra. Está bueno, porque él, sin que yo le introduzca todo eso, me responde cosas como, por ejemplo, “a todo le ponen blanco”, y yo lo usé en el libro.
¿Cómo opera ese pasaje a la ficción?
-Hay un operativo que le dan nombre "Novicia rebelde" y hay como un encontronazo y entonces Silvana defiende el nombre y dice “a todo le ponen blanco, esto es creativo”. O sea, utilizo así la información que me dan y lo que leo, lo paso por un tamiz. Yo habito esta ciudad. Pero voy por la banquina. Están las noticias, pero la literatura es como ir por la banquina, el camino del costado.
La tradición del policial negro
Pobres corazones fue publicado por Suma, del grupo editorial Penguin Random House, y su autora recogió distintas satisfacciones. Que Claudia Piñeiro la elija como revelación del año, por ejemplo. “Melina Torres irrumpe en un género de gran tradición en nuestra literatura, haciéndose cargo de aquellas violencias que en el siglo XXI ya no pueden taparse”, escribe en la contratapa la autora de Tuya y Betibú, entre otras.
Hay un personaje que aparece como víctima y finalmente tiene agencia, demasiada. Esa es una constante en tus personajes.
--Cuando yo fui a estudiar mi posgrado a Barcelona, fui un montón de talleres, que yo decía ¿por qué me interesa? Lecturas de Luce Irigaray, por ejemplo, fui a una charla de Preciado (Paul Preciado), y me voló la cabeza, también fui a talleres de post porno. Me volaba la cabeza eso. Yo decía ¿por qué? Me gustaba ir. Después, cuando apareció Silvana Aguirre, entonces esa literatura y lecturas aparecieron, pero de un modo muy escondido, porque ella practica una especie de feminismo desde lo empírico. Y estamos hablando del 2016. Ella tiene que redactar un informe y habla de un femicidio, de un travesticidio y eso está escrito en el 2013. Este modo medio queer que tiene ella, que después son las lecturas lo que me devuelven. Pero en su momento las escribí de la manera más inconsciente.
¿Que ninguna de esas mujeres sea víctima, que todas tengan agencia, fue una decisión consciente?
--Esas son cuestiones que surgen sin planearlas y de las lecturas. Pero al final son todas mujeres y cuando y hasta que no me lo dicen, no me di cuenta. Yo trabajo con un equipo, escribo en soledad, pero después trabajo en corrección con Leo Oyola y con Juan Maisonnave. Y después entra mi editora, que es Fer Mainelli. Hasta que no me dijeron son todas las mujeres, yo no me había dado cuenta y son todas las mujeres, muchas ocupan lugares de poder interesantes. Cuando yo puse lesbianas, un personaje trans en la policía. Y después de que salió la novela entra una trans a la fuerza policial, pensé, qué maravilla, es buenísimo. Es decir, que una está latiendo, está pulsando lo que sucede ahí y lo que se está habilitando.
Volvamos a ese personaje que se presenta como una cosa y es otra, ahí estuviste en una cornisa, pero muy propia del género también.
--Tuve mucho temor de cómo era leído y sabés que me sirvió escuchar un podcast de Señorita Bimbo que habla de lo cómico, en esta cuestión tan desprejuiciada que tienen algunas para mirar los feminismos, que van abriendo, y hablan de la cuestión de la víctima buena y la víctima mala. Yo dije, algo hay acá. Pero no lo hice consciente, apareció así. Después, de todas maneras, apenas empezas a leer la novela, ves que ese personaje no es una tontita.
Heroínas que la pifian y Angélica Gorodischer
Ese personaje se llama Angélica, que no es un nombre tan común en una mujer de esa edad.
--Para mí era muy importante llamarla Angélica por Gorodischer, generalmente los personajes tienen nombres que hacen mención a escritoras. Estela es Figueroa. En otro personaje hay una Sara Almada, que es Sara Gallardo y Selva Almada. Después vi que Selva, para el día de las escritoras, se hizo una foto con un libro de Sara Gallardo y me emociono. Porque hora somos un montón escribiendo géneros, pero Angélica nos fue abriendo, ella sabía que abría ese camino, fue desmalezando. Porque el género negro tiene una tradición machista, y ella sabía que estaba desmalezando.
En tu libro, Angélica no es la víctima que parece ser y el lector va teniendo indicios pero la única que no se entera es Silvana Aguirre.
--Porque también me gusta ponerla en un lugar… El policial, la novela negra más clásica, no tiene héroes que la pifien tanto. Esas heroínas a mí no me gustan, porque mis heroínas son de carne y hueso y la pifian tremendamente. Cuando me dicen cuáles son tus heroínas, las puedo nombrar, porque son mis amigas, generalmente. Y yo quería que Aguirre la pifiara. Ella la pifia mucho.
Es un personaje que puede tornarse insoportable por momentos…
--A ella no la adorás. Es un poco insufrible también. Porque también quiero verla cómo es en esa cuestión de poder que tiene, porque bueno, ella está en la fuerza.
Ese es un tema crucial, poner a una policía como heroína, en una ciudad donde la mayor parte de los juicios por narcotráfico tienen como acusados al menos un policía, suena arriesgado. ¿Cómo fue la decisión de que fuera policía y no escritora, periodista o detective?
--Sí, como Vero Rosenthal (creada por Sergio Olguín), que me encanta, o que fuera escritora, o jueza. Aguirre es lo opuesto a Vero Rosenthal. Te puedo nombrar a un montón que leo, como Ruth Epelbaum, de María Inés Krimer. Lo mío tiene que ver con una respuesta de clase también, porque se los hago decir. Ellos llegaron a la cana porque no podían estudiar otra cosa. A mí me gusta dar esa respuesta de clase, porque también creo que es una novela de clase. Ella no podía ser periodista y Herrera (el colaborador más cercano a Silvana, un gay que le cuida las espaldas con devoción) tampoco. Pero son esas decisiones inconscientes.
Al poner ahí a una policía como heroína, la construís como alguien incorruptible ¿cómo lo trabajaste?
--Esa era una de las cosas que yo tenía que ponerle, para generar empatía, primero de todo, mía. O sea, ella en ese sentido es incorruptible. En el libro anterior la defino mejor, que tiene una entereza a prueba de coimas, y tiene una debilidad que son las rubias tetonas. No quería volver a repetir eso en esta novela. Sí, tiene muchas debilidades, pero con las coimas es incorruptible, y por eso yo puse que le habían ofrecido un puesto diferente, pero bueno, es mujer y es incorruptible, no sé si va con el puesto.
Hay otra decisión, que es comenzar la novela en Puerto Norte, una zona adinerada donde están quienes se benefician del producido del narcotráfico.
--De alguna manera empiezo en Puerto Norte, pero enseguida trato de pintar la realidad de los dos extremos. Eso sí es una decisión que tuve al final: estamos hablando de narcotráfico y hasta hace un año, lo que mostraba la prensa, lo que se veía, era el impacto de las balaceras. Pero para que se posibilite ese narcotráfico tiene que haber un narcolavado, y no se da con los tiratiros, se da con abogados, con contadores, con financieras. Empecemos por ahí, o sea, vamos a sacarnos la careta. Esta es una sociedad fracturada. Eso sí fue una de las pocas decisiones. Estaba la novela escrita y yo dije, bueno, vamos a hablar de las torres (los íconos de Puerto Norte) y vamos a hablar de esta ciudad, que no es la ciudad a la que yo vine hace 22 años.
Y los relatos de las villas, de los lugares donde están los soldaditos, los tiratiros, las mujeres que sostienen familiarmente esas realidades ¿cómo surgieron?
--Mi contacto con un tipo de realidad es mi compañero Juan Godoy (Checho, a quien está dedicado el libro). Él desde los 18 años trabaja como administrativo en un centro de salud de Villa Moreno. Es la cara visible de ese centro de salud, también, conoce las familias, las evoluciones de las familias, los vínculos…
Quiero volver por un instante a Angélica Gorodischer porque si bien ha tenido muchísimo reconocimiento, cierto ambiente de Rosario fue mezquino con ella.
--El reconocimiento ha sido absolutamente mezquino, por eso me encantó cuando Beatriz Vignoli escribió sobre el fallecimiento de Angélica y contó sobre un encuentro que compartimos, donde yo dije que si había una iglesia que se llamara Angélica Gorodischer, yo era una de las primeras feligresas. Y que éramos muchas y que le debíamos mucho. Ese reconocimiento para mí no se dio lo suficiente, se dio siempre de la mano de nosotras. Y nadie más estuvo traducido por Úrsula K. Le Guin. Cuando ella fallece, una cantidad de escritoras y escritores la tienen en sus lecturas ¿pero en Rosario?
La ausencia de mujeres, el ninguneo, fue una constante, hasta hace muy poco tiempo.
--Esto es una cuestión de nomenclatura del mercado, que ahora habla del boom de la literatura escrita por mujeres, que necesita decir esto. Si crea el público, bienvenido sea. No es algo que me interese, pero viniendo del género negro, sí me interesa recalcar, porque no solamente era un género que en su sangre tenía la cuestión más machista, sino que quiénes la protagonizaban, generalmente, los héroes, eran los tipos y las mujeres estábamos divinas, pero muertas. La secretaria por lo general era inteligente y eficaz, pero las descripciones… O sea, estaban ocupando esos lugares. Lo que te quería decir de Angélica es que en un libro de 1997, Jorge Laforge hace un compilado de cuentos policiales. Son 25 escritores y ahí está Angélica. O sea, 25 contra 1. Jodeme, decime que no había nadie más. Ahí está Angélica, desmalezando.