“Aunque fuera posible demostrar

que cada una de las ideas de un Schreber coincide

con la de algún temido dirigente político,

siempre conservaríamos la esperanza de que

en algún punto sean radicalmente distintas”

Elías Canetti, Masa y poder


En un artículo reciente, Franco Bifo Berardi (1) descartó la posibilidad de una explicación racional para la guerra de Ucrania, pues se trataría de la “culminación de una crisis psicótica de cerebro blanco. ¿Cuál es la racionalidad de la expansión de la OTAN que arma a los nazis polacos, bálticos y ucranianos contra el nazismo ruso?” Y luego agrega: “Por lo tanto, para orientarnos en la guerra inminente no necesitamos geopolítica, sino psicopatología: quizás necesitamos una geopolítica de la psicosis”.

Hacia 1932, en una carta a Freud, Einstein advirtió alarmado sobre las psicosis colectivas: cuando una camarilla somete la voluntad de la mayoría y, en simultáneo, en la comunidad se enciende el impulso a sacrificar la propia vida. Freud, por su parte, ya se había preguntado por la patología de las comunidades culturales. Hay un hilo, entonces, que une los términos empleados (psicosis, patología) con la elaboración que realiza Canetti (Masa y poder), hacia fines de la década del ’50, cuando emprende el estudio del célebre caso Schreber, aunque ya no como expresión de un tipo psiquiátrico, sino de una retórica política. En efecto, Canetti advierte en la cosmovisión schreberiana un anticipo de lo que, años después, Hitler llevó a la práctica.

No se trata de trasladar, sin transformaciones, las hipótesis de la psicopatología a la política, sino de destacar una vez más la función de la subjetividad en los hechos sociales, que no dista mucho de lo que propone el sintagma lo personal es político. Si como dijo Freud, en todo delirio hay alguna verdad, ¿en qué medida podemos aprovechar nuestros conocimientos sobre los delirios, las alucinaciones, la paranoia y la esquizofrenia, para pensar la política?

Entre las múltiples líneas que sigue Canetti, me interesa destacar sobre todo dos de ellas: por un lado, y dicho de forma global, la relación entre paranoia y un tipo de discurso político; por otro lado, la detección de una contingencia, esto es, que Schreber no llegara a ocupar ningún cargo de liderazgo político no objeta su análisis.

a) Paranoia y discurso político

Canetti propone que ciertos políticos y el paranoico coinciden en defenderse, unos rodeado de soldados y fortalezas, mientras que el paranoico, en este caso Schreber,“que se siente amenazado de muchas maneras, se aferra a las estrellas”. Luego veremos que la defensa de este último nos aporta una comprensión adicional de particular importancia. Por lo pronto, digamos que entre la amenaza y la defensa hay una diferencia cualitativa que debemos considerar. Se afirma la existencia de una conspiración, de un complot, una persecución, y Schreber desarrolla su idea sobre el asesinato del alma. Habría, pues, un enemigo peligroso que procura atacar el alma, un enemigo que se ha propuesto destruir su mente.

Otro elemento que subraya el autor es el catastrofismo, el anuncio de una amenaza terminal contra el orden, un derrumbe sin fin. “Una ola de exasperación e inmoralidad se habría abatido sobre la humanidad”, es lo que percibe Schreber según Canetti. A su vez, esos otros amenazantes se caracterizan por ser pura apariencia, solo buscan confundirlo. Sin embargo, como todo poderoso, Schreber logra sobrevivir mientras “envía a todos los demás a la muerte para no ser él mismo víctima de ella. No solo le es indiferente la muerte de los demás: todo lo induce a provocarla masivamente. Recurre a esta medida radical sobre todo cuando su autoridad sobre los vivos se ve amenazada”.

Canetti afirma que si bien podría cuestionarse la interpretación política del delirio schreberiano, considera que allí encontramos “un sistema político que nos resultará siniestramente familiar... No se puede negar que su sistema político llegó a adquirir gran eminencia unas cuantas décadas más tarde”.

b) La contingencia

Schreber no fue Hitler, no hizo lo que éste ni lideró ningún movimiento político. No obstante, para Canetti “el éxito depende exclusivamente de casualidades... Un examen meticuloso del poder deberá prescindir por completo del éxito como criterio de juicio”. Dicho de otro modo, la información que nos brinda un personaje marginal, que no alcanzó posiciones centrales en la política, puede aportar una información sumamente valiosa para comprender a los Hitler. Por caso, vale preguntarnos: ¿cuántos habrán pensado, cuando Hitler era aun un principiante, que solo se trataba de un loquito suelto? Enorme actualidad tienen estas apreciaciones.

Citizen Schreber

Muchos autores siguieron a Freud en el análisis de las Memorias de Schreber en el contexto de la psicopatología, es decir, el examen del material al modo de un caso clínico. Otra alternativa, que consideré en mi libro Trabajo y Subjetividad, es tomarlo para el estudio de la psicopatología del trabajo, ya que Schreber ofrece numerosas referencias en ese sentido: lo que le implicó la sobrecarga de trabajo, el vínculo con sus colegas, los efectos de su ascenso, etc. Ahora, y de la mano de Canetti, seguimos otra orientación, la de aprovechar su texto para el análisis político.

Como dice Canetti, que Schreber no haya sido presidente o primer ministro, no impide pensar su cosmovisión cual si pudiera haberlo sido; no obstante, podemos expandir esa expectativa: si en el delirio de un sujeto (que no fue un líder político) hallamos el núcleo de una cosmovisión o ideología, eso nos permite pensar no solo en los dirigentes sino, también, en quienes los apoyan.

Tomemos otro pasaje del libro de Canetti, en el que su observación de la paranoia nos ayuda a identificar una actitud que sin dificultad hallamos en políticos y en ciudadanos: “Tiende a ver como idénticas hasta las cosas realmente distintas y descubre todo el tiempo a su enemigo en las figuras más variadas”. No es difícil, insisto, reconocer ese tipo de discurso que se caracteriza por dos elementos simples: a) agrupar al otro en un conjunto de idénticos entre sí, sin matices ni diferencias (se dirá, “son todos iguales”); b) destacar que el rasgo único que los agrupa concierne a su supuesta maldad, corrupción o capacidad de daño.

Más arriba indiqué que conviene distinguir la imaginada amenaza padecida de la estrategia que realiza para afrontarla. ¿Qué significa que Schreber se aferre a las estrellas y no, por ejemplo, a las armas? ¿Qué nos dice que el sujeto que se asume perseguido, procure defender su alma? Intuyo que Canetti no consideró, o al menos, no distinguió claramente, el componente esquizofrénico de Schreber y del discurso político. De todos modos, sí advirtió que “una de sus formas de defenderse era el ejercicio de su propia omnisciencia”. En una versión algo más mundana, se dirá que se trata de la posición de quien cree saberlo todo sin necesidad de prueba alguna. Como aquella persona que cuando me dijo algo notoriamente falso y le di argumentos y datos que contradecían su afirmación, sostuvo con severidad: “no me importa, para mí es cierto”.

Coincidimos, pues, con Canetti en que a las injusticias presuntamente sufridas, Schreber las compensa con explicaciones. Cual lingüista, Canetti detecta la frecuencia con la que aparecen nexos causales en el discurso de Schreber: porque, pues, a no ser qué, etc., y describe el placer que el sujeto encontraba en su manía de explicar. ¿De qué se trata esta placentera manía?

Es posible notar que en Schreber se combinaban dos tipos de escenas, una referida al par justicia/injusticia y otra referida al par verdad/falsedad. En el primer grupo, encontramos múltiples ocasiones en que aquél se suponía víctima de injusticias, en que padecía la supuesta iniquidad de un conjunto variado de personajesque él creía malvados. En cambio, en las escenas relativas a la verdad, Schreber no se colocaba en una posición disfórica, de derrota, sino de triunfo, de éxtasis en la revelación, de detentor de la omnisciencia frente a un otro falso, ignorante e incapaz de pensar.

En suma, la conclusión a la que podemos arribar es que hay un tipo de retórica política que se sostiene en dos recursos combinados simultáneamente: por un lado, infundir en un sector de la población un clima amenazante (al estilo de “ellos vienen por todo”), de miedo ante un enemigo estigmatizado, la displacentera creencia de que aquel ya nos ha robado todo; por otro lado, vehiculizar un conjunto de enunciados simples y ficticios, un plexo de convicciones desconectadas de los hechos, pero que le permite sostener a ese mismo sector la eufórica presunción de que solo ellos entienden lo que pasa, mientras el enemigo es una bestia irracional, alguien que no sabe ni entiende.

Cierre

Hay, entonces, un sector político, en connivencia con los medios de comunicación, que opera indistintamente cuando está en el gobierno o en la oposición. Por un lado, no deja de insistir en acusaciones que describen a un enemigo poderoso, impiadoso e inmoral, que ha degradado a la sociedad toda; por otro lado, ofrece aferrarse a las estrellas, es decir, a la inconsistente ilusión de creer que todo lo que dicen es verdad, sin importar cuál es la realidad. Hitler lo hizo, pero Canetti nos advierte que no hace falta que haya un Hitler para que eso suceda. La tarea que se impone, pues, para poder transformar concretamente la realidad, consiste en desanudar ese obstáculo presente en la subjetividad, esos delirios y alucinaciones que no son objeto ni de medicación ni de terapia.

(1) Berardi, F.B.; “Guerra y demencia senil”, en Lobo Suelto, https://lobosuelto.com/guerra-y-demencia-senil-franco-bifo-berardi/, 27 de febrero de 2022.

Sebastián Plut es doctor en Psicología. Psicoanalista. Director de la Diplomatura en el Algoritmo David Liberman (UAI). Coordinador del Grupo de Investigación en Psicoanálisis y Política (AEAPG).