Desde Venecia, Italia
Viva Arte Viva es el título que la directora artística Christine Macel (curadora en jefe del Pompidou), eligió para esta 57ª Bienal. Una edición que es amplia en la invitación de artistas de todo el mundo y que manifiesta más en el papel que en los hechos, una mirada humanista, preocupada por el estado de las cosas, no sólo en Europa.
De algún modo, como lo demuestra Documenta, otra de las grandes exposiciones internacionales que se realiza en estos días en la ciudades de Kassel (Alemania) y Atenas (Grecia), la crisis de las nacionalidades –buena parte de los artistas participantes de la Documenta tiene problemas migratorios, de documentación, de visas, etc.– debería ser una cuestión central, también aquí.
Un ejemplo anterior: Cuando Achille Bonito Oliva tuvo a su cargo la dirección artística de la Bienal de Venecia en la edición de 1993, su planteo curatorial no quedó circunscripto a la muestra principal, sino que hizo un pedido especial para que los pabellones nacionales intercambiaran sus envíos y fueran exhibidos fuera de sus lugares históricos. De modo que en los edificios en los que de manera permanente –casi como embajadas artísticas– venían mostrando a sus artistas Francia, Alemania, Gran Bretaña o Rusia –por nombrar solo a algunos–, el visitante se encontraba inesperadamente con envíos y artistas de otros países. Eso sucedía al mismo tiempo que a pocos kilómetros de Venecia se ejecutaban masacres en la ex Yugoslavia, bajo la excusa de los nacionalismos. Dado que se trata de una época en que los curadores dominan la escena, también les corresponde, obviando toda generalización, explayarse sobre sus puntos de vista, además de convocar y dejar “hablar” a los artistas.
Si se compara la nueva edición con la de 2015 –en la que a cada paso se experimentaba un déjà vu respecto de los artistas ya vistos una y otra vez–, ahora hay una renovación: de los 120 invitados por la curadora para las muestras centrales, 103 artistas participan por primera vez. Del mismo modo, de los 86 pabellones nacionales, muchos participan por primera vez en la Bienal.
Claudia Fontes, la artista seleccionada para representar a la Argentina, fue elegida por un comité integrado por los curadores de los últimos 8 envíos nacionales a Venecia en este siglo (de 2001 a 2015): Rodrigo Alonso, Mercedes Casanegra, María Teresa Constantín, Inés Katzenstein, Fernando Farina, Adriana Rosenberg y quien firma estas líneas. A la comisión se sumaron el (entonces) Director de Patrimonio, Américo Castilla, y el Director del Museo Nacional de Bellas Artes, Andrés Duprat, quien también sería el curador del envío argentino.
La exposición de Claudia Fontes en el Pabellón Argentino fue inaugurada el 12 de mayo por la (entonces) Canciller Susana Malcorra, el Director Nacional de Asuntos Culturales, Mauricio Wainrot y el Presidente de la Bienal, Paolo Baratta, quienes acompañaron a la artista, el curador y la pequeña multitud presente.
Se trata de una impactante instalación, El problema del caballo, que ocupa la totalidad de la enorme sala. Una presentación hiperrealista, con variaciones de tamaño, como la gigantesca y dramática escala del caballo y la hipertrofia poética de la mano con la cual la joven lo tranquiliza y detiene. La instalación se completa con una serie de “piedras” suspendidas con tanzas (a modo de lluvia meteórica), o distribuidas por el piso; y por un joven acuclillado que analiza y sopesa una de las piedras.
La instalación está compuesta por perfectas realizaciones mediante impresión 3D, recubiertas con polvo de mármol.
Fontes presenta un muy elaborado y riguroso estudio previo, basado en investigaciones históricas, políticas, económicas y artísticas, para explicar el porqué de su obra.
Pero como muchas actividades, especialmente la artística y creativa, hay un momento para reflexionar y otro para suspender la reflexión y dejarse llevar. Esto segundo es lo que ocurre con la instalación El problema del caballo: conviene dejarse llevar por la fuerza poética de lo que se ve: la interacción de distintas fuerzas y actitudes, zoológicas y humanas; el juego de miradas –la del caballo, con sus ojos celestes de cristal; la mirada cubierta de la joven y la cabizbaja del muchacho– y la lluvia/nube de piedras, que en conjunto tejen una bella fábula (o tal vez alegoría, parábola o cuento de hadas) de gran potencia visual. En la obra no se verifican los “problemas” anunciados (históricos, políticos, económicos, etc.). En este sentido, hay una sobreargumentación por delante de la obra que no se advierte sino por una poderosa voluntad de sobrecarga interpretativa.
Por supuesto que hablar de fábula o cuento de hadas no supone rebajar ideas ni conceptos, ni mucho menos despolitizar la obra, aunque sí busca acortar distancias entre los argumentos y la obra realizada, para que haya una articulación verificable.
El célebre formalista ruso Vladimir Propp elaboró en los años veinte del siglo pasado una larga serie de funciones para establecer una morfología del cuento de hadas de raíz popular. En este sentido, la matriz ideológica y las fuerzas en disputa resultaban claves en las obras en cuestión, pero sin pasarse de rosca.
Los otros cuatro argentinos convocados en la muestra de la curadora son: Nicolás García Uriburu (1937-2016), Liliana Porter (1941, residente en Nueva York), Sebastián Díaz Morales (1975, residente en Amsterdam) y Martín Cordiano (1975, residente en Londres).