Mario tiene los bolsillos llenos de vacío. No están vacíos. Están llenos de vacío que no es lo mismo. Es una sustancia viscosa, asfixiante, corrosiva. Andar con eso por el mundo es agobiante. No se imaginan el esfuerzo que debe hacer Mario para cocinarles a los hijos al mediodía y después llevarlos a la escuela. Le pesan las piernas y el vacío en los bolsillos lo obliga a encorvarse como un jorobado. Sus hijos le preguntan ¿qué pasa papá? y él se traga las lágrimas y con una sonrisa forzada responde no pasa nada. Se levanta a las once así no tiene que estar sin hacer nada. Se pone a cocinar, pone algo de música en el youtube de la tele y siente cómo los bolsillos llenos de vacío le chorrean por las piernas, hasta el dolor, hasta doblegarlo y por momentos obligarlo a sentarse agitado.
Después de almorzar lleva a los chicos al colegio. Van caminando, con su esposa han arreglado eso, que irían caminando para hacer algo de ejercicio. Caminan y eso pareciera mantener al vacío de los bolsillos en cierta calma, pero después cuando llegan al colegio y ve a todos los padres y madres y abuelos, y tiene que esperar ahí, hasta que los chicos entren, el vacío empieza a hervir, y le quema, y siente que se va a volver loco, que en cualquier momento va a gritar y no va a poder explicar qué es realmente lo que le pasa. Los chicos entran en la escuela y él se vuelve caminando, con los bolsillos ardiendo, vuelve arrastrando los pies y cuando llega a su casa los bolsillos rebalsan de vacío. Mario tiembla y se acuesta en la cama.
Un par de horas y el vacío se desparrama por la cama y se le pegotean los miembros, la cabeza, todo el cuerpo. En algún momento agarra un libro y lee. Lee Las mil y una noches, o algún cuento de Borges, y eso lo alivia. A las tres y media sale de su casa en el auto para ir a buscar a su esposa al trabajo. Pone música religiosa en el youtube del celular y va escuchando eso. El vacío de los bolsillos ya no desparrama ni le arde tanto.
Se encuentra con su esposa, se dan un beso, algo brilla en los ojos de Mario. De repente se siente bien. Vuelven a casa en el auto, ella le cuenta cosas del trabajo, él no tiene mucho para contar, la rutina de siempre. Se ha transformado en “ama de casa”, en un ceniciento. Las mujeres han luchado siglos para salir del lugar de ama de casa y ahora él, que se ha quedado sin trabajo (solía trabajar en una fábrica de bicicletas) se ocupa de cocinar, limpiar, lavar la ropa, tareas horripilantes si las hay. Más para un hombre como él que esperaba más de la vida.
Pasan a buscar a los chicos por la escuela. Los chicos son felices. Gritan y saltan. Los chicos no saben que él tiene los bolsillos llenos de vacío, lo disimula. Pasan por la panadería, compran facturas, llegan a la casa. Mario y su esposa toman mate. Los chicos chocolatada. El vacío de los bolsillos parece ahora controlado pero no te ilusiones Mario, cuando terminen de merendar y los chicos agarren el celular y la mujer se acueste, el vacío volverá a llenar los bolsillos.
Eso sucede, los chicos están tirados en el sillón jugando con el celular, su esposa se ha acostado, y el vacío en los bolsillos empieza a crecer, forma un bulto enorme debajo de la tela del pantalón, entonces Mario va al baño, orina, se lava los dientes, sale al patio, cuelga ropa en la soga, mete más ropa a lavar, entra otra vez al baño, se mira en el espejo, se lava la cara, se echa desodorante, se asoma por la mirilla de la puerta y se cerciora de que el auto esté donde debe estar, prepara el mate, se toma un par; hace todo eso mientras el vacío le crece en los bolsillos, empieza a pensar: ¿y si mañana el vacío es tan enorme que no me deja cocinar? ¿si es tan grande que me obliga a gritar en la puerta de la escuela? ¿si es tanto que no tendré fuerzas para ir a buscar a mi esposa al trabajo? Tiene miedo. Esa sustancia perversa, oscura, hiriente, que le llena los bolsillos lo acerca al abismo.
Se mete en el baño, se vuelve a lavar la cara y se mira en el espejo. Los bolsillos rebalsan, forman unos tentáculos que lo envuelven, y llenan el lugar. Si solo pudiera poner un fin a eso. Pero no puede. Sale del baño, desconsolado, se pone a cocinar, supremas de pollo que compró en la carnicería, una ensalada de tomate con huevo. Siente latir en sus bolsillos. Late como un molusco desesperado y Mario da vueltas las supremas en la sartén, después da vueltas por la cocina, tratando de aferrarse a algo, pone el noticiero, su esposa sale de la pieza, ha terminado su siesta. ¿Qué vamos a comer pregunta? Lo de siempre, dice Mario. La esposa se sienta en el sillón a ver alguna noticia, entonces Mario siente que el vacío lo inunda, lo desborda al filo del grito, del aullido, sale al patio, mira hacia el cielo, las estrellas, y el vacío lo envuelve, hasta el infinito, se zambulle, se zambulle de lleno, y nada, nada desesperadamente, trata de respirar, pero se siente sofocado, explota, nada, nada, mira hacia todos lados y solo ve esa cosa viscosa y terrible que todo lo invade. Tal vez exista algo de luz, en algún lado, una posibilidad de rescate, aunque parezca imposible.