En las largas sobremesas de los pueblos de la provincia de Santa Fe, circulan leyendas pintorescas nimbadas de misterio sobre rarezas culturales que trajeron los inmigrantes europeos en los siglos XIX y XX. Una extraña cabeza de águila en lo alto de la fachada de una farmacia y un objeto que parece inocente pero que porta un prontuario criminal entre trágico y cómico, más el apellido de una familia del lugar, una curva letal en la ruta y las historias sobre nazis, masones y túneles que animan los chismes de Casilda, todo bien marinado en conspiranoias de Internet, crean el caldo en que se cuece Hinter, la novela que Lucrecia Mirad publicó a fines de 2021 en Rosario por Baltasara Editora.
Con estructura de novela policial deductiva clásica, Hinter hace del género una parodia cuya principal utilidad es la de proveer suspenso y excusas para el encuentro entre los personajes, un improvisado equipo de muchachones avejentados tan querible como creíble. Todos los detalles necesarios para que la trama avance son servidos a la mesa en menos de una página con la prolija generosidad de una picada de quesos y salamines de campo, como para que el trabajo difícil de atar cabos no opaque la estampa de costumbres de pueblo que Mirad pasa de contrabando y que son el plato fuerte. Quien haya estado en el bar Sarmiento, el de las cuatro plazas, sabrá que ella no exagera. Lo primero que advierte el pueblerino al forastero es que cada palabra que se diga ahí será oída, retransmitida y sopesada por cada comensal que allí confluya en sus horarios de rutina: el almuerzo, el vermouth o el café. En esa paranoia apacible se vive.
Nacida en 1954 en Casilda, Lucrecia Mirad vino a estudiar Arquitectura a la Universidad Nacional de Rosario. Desarrolló su vida y su carrera en esta ciudad, donde ambientó la primera novela de su saga protagonizada por el detective privado Evidencio Triputti, quien tiene su oficina en el único lugar verosímil posible: el Pasaje Pan, rebautizado Francés para la ficción, y que cuenta (en la vida real) con una escuela de esperanto y un piano. Hinder está minada de guiños locales, tales como el agrimensor que ocupa otra de las oficinas (y que en la vida real es el galardonado escritor Eugenio Previgliano) o la "oficina H", donde habita el solitario detective. En esta tercera novela de la trilogía hay referencias a casos de las dos anteriores: Crimen en el Pasaje (Ciudad Gótica, 2013) y La ley Muia (Baltasara, 2018). Si en la segunda el detective se alejaba de su hinterland rosarino para resolver un enigma en Venado Tuerto, esta vez -bajo amenazas de unos peligrosos delincuentes y advertido por un florista callejero apodado El Ciego- deja atrás a sus dos socios y se establece temporalmente en la localidad natal de la autora. No importa si el lector pesca o no las referencias a las dos obras anteriores, tal vez algo perdidas en librerías por las consabidas dificultades de circulación de la literatura regional.
Como no pueden faltar en una saga avanzada, se nos ofrecen vistazos retrospectivos de un pasado de bullying que atormenta al investigador. La autora es consciente de que su novela tiene un mecanismo narrativo y una atmósfera más propios de la era de oro del género policial que de la actualidad; pero sabe también que lo vintage es parte de su encanto, y por las dudas les otorga un poco de autoconciencia de ello a los personajes. Todos ellos hablan hasta por los codos en suculentos diálogos que van tramando, en un lenguaje coloquial, un clima de camaradería masculina signado por códigos y gestos de una caballerosidad anticuada al tono. Toques de humor y una prosa con mucho swing sazonan el festín. Ojalá alguna oportuna reedición o reimpresión haga más accesible la serie completa, así cosecha lectores.