“Yo podría estar hablando de cine todo el tiempo durante toda mi vida, y creo que nunca me aburriría”, dijo Axel Kuschevatzky a Página/12. La teoría fue esbozada en una entrevista hace más de una década, pero el tiempo, lejos de refutarla, no hizo más que convertirla en realidad. No hay reloj que valga para el periodista, guionista y productor radicado en la ciudad de Los Ángeles cuando la charla gira, como en esta ocasión, alrededor de películas, la industria audiovisual y las premiaciones de Hollywood. En especial, cuando se menciona la palabra Oscar, cuya 94º gala lo encontrará en el mismo lugar que en las últimas 18: empuñando un micrófono a la vera de la alfombra roja para arrancarle a los invitados declaraciones que vayan mucho más allá de la elección de la vestimenta o cómo se sienten en vísperas del evento más importante del show business, que se verá en Latinoamérica en vivo y en directo por TNT (con doblaje simultáneo) y TNT Series (en idioma original) desde las 21 del domingo 27. El pre-show, timoneado por Kuschevatzky y la mexicana Lety Sahagún, arrancará por esas señales a las 19.30.
Los preparativos para la cobertura del Oscar no arrancan en un momento particular para alguien que, como Kuschevatzky, nunca deja de ver películas. Sin embargo, afirma, el radar se agudiza a fines de mayo, luego del Festival de Cannes, cuando se dibujan los primeros trazos del mapa de cuáles “serán las películas de cierta relevancia internacional”. “Cannes y Venecia, en los últimos cinco años, se dividieron los estrenos de la mayoría de las nominadas a Película Extranjera y una parte importante de las ternadas en otras categorías. De Venecia, por ejemplo, salió el año pasado El poder del perro, Nomadland el anterior y Guasón en 2019. Cannes, a su vez, tuvo a Parasite. A las producciones que van a festivales anteriores a Cannes, como Berlín, les cuesta más en términos comunicacionales llegar a ser percibidas como contrincantes fuertes. Si pensamos que el período de estreno en Estados Unidos para calificar termina el 31 de diciembre, una película que se dio en Berlín en febrero o en Sundance en enero llega un poco licuada, aunque hay excepciones”, analiza.
-En tus coberturas siempre te descastaste por ir más allá de las preguntas más comunes en las alfombras rojas. ¿Cómo se hace periodismo en la previa del Oscar?
-La alfombra es un lugar muy extraño, en el sentido de que quienes son invitados pueden evitar pasar por ahí. Pueden entrar por el garaje, e incluso en la alfombra hay zonas donde pasan quienes no quieren dar entrevistas. Entonces, el que se para a hablar es porque quiere. Tiene más que ver con quienes sienten que están en un momento particular de su carrera: los nominados por primera vez, los que pasaron de tener roles segundarios a protagónicos, directores debutantes y actores que pasaron a dirigir, aunque también están los que simplemente les divierte eso. Ellos sienten una pulsión por interactuar para seguir construyendo una imagen pública específica que a veces se diferencia de la que tenían previamente. Un tipo como Steven Spielberg da tres notas a medios grandes porque no siente presión por hacerlo. Lo mismo pasa con Scorsese; no necesitan jugar a eso.
-¿Y cómo te parás ante esa situación?
-Partís de una suerte de acuerdo entre partes: el que da la entrevista es porque genuinamente quiere darla y vos entendés que quien está ahí podría no estarlo. Ahora, como es en vivo, los entrevistadores tenemos tan poca red como los entrevistados, y esa es para mí la magia que permite preguntar un poco más. No estás con alguien que tiene que promocionar una película, con todos los publicistas y la gente del estudio detrás aterrada porque podés preguntar algo incómodo. En ese contexto, muchas veces descubrís que tienen ideas muy concretas acerca de los elementos más complejos o discutibles de las obras en la que están. Lo que no hago, y esto es personal, es cuestionar la obra. Me parece ridículo, y además quién soy yo para hacerlo. Me interesa más el entramado, saber qué construye la obra. Las preguntas tienen ver con eso: con el proceso creativo, cómo se armó, cómo conecta esa película con otros trabajos de la persona. No pregunto por la ropa y los accesorios porque no está en mi cabeza, no pienso en eso. Hay gente que va por ese lado y medios con una narrativa que gira únicamente alrededor de quién vistió a quién.
-Además, es una transmisión para Latinoamérica.
-La construcción mía, y de TNT en general, tiene que ver con generar una conexión entre el territorio, el idioma y los espectadores. Para nosotros, los nominados latinoamericanos, y en menor medida los españoles, son el centro de la narrativa por una cuestión de representatividad. Después, siempre hay jugadores medio border, como Viggo Mortensen, que está un poco más en el límite. Pero para mí tiene que ver con lo idiomático. De hecho, TNT tiene una transmisión para Brasil distinta, que hace otro equipo.
Las audiencias y la industria
-La última ceremonia fue particularmente deslucida y con números de audiencia que en Estados Unidos llegaron a un piso histórico de 9,2 millones de espectadores, un 51 por ciento menos que los 18,7 millones de 2020. ¿A qué lo atribuís?
-Es difícil identificar un solo elemento. Mi sensación es que las premiaciones por Zoom generaron cierto desgaste en la audiencia, menos entusiasmo. Y por supuesto que hay una distancia entre las preferencias del público masivo y las elecciones que los Comités de la Academia estuvieron haciendo los últimos diez años. Eso genera una lectura de los Oscar como un premio no necesariamente conectado con el público, como sí estuvo en otras épocas. Si uno se pregunta cuál fue la última ganadora a Mejor Película que superó en la taquilla global los mil millones de dólares, hay que irse más de quince años atrás, diría que hasta El señor de los anillos. El Oscar muestra cómo la industria quiere ser vista, no cómo realmente es. La industria está muy apalancada en franquicias, marcas reconocibles, superhéroes. Está más cerca de Adam Sandler que de El poder el perro. Esa película es una excepción dentro del modelo, en el sentido de que vino Netflix y tomo una producción desarrollada por otros.
- ¿Qué rol juega la cadena ABC, dueña de los derechos de trasmisión, en todo esto?
-Hay una distancia entre los Comités y lo que ABC busca. La cadena quiere bajar la edad de los votantes y tener contenidos que crucen grupos etarios y socioeconómicos, mientras que los miembros de la Academia, que son personas de una formación específica y, en algunos casos, de una determinad edad, van por otro lado. En términos de género, la Academia está cerca de tener mitad de hombres y mitad de mujeres, así como también una cantidad de votantes en el extranjero similar a la que hay en Estados Unidos. Eso también genera un escenario complejo y poco predecible. En otra época, las ganadoras eran películas "prestigiosas anglosajonas", como Shakespeare apasionado y El discurso del Rey. Hoy, y Parasite es un buen ejemplo, tenés una porción de votantes internacionales muy grande que no necesariamente tira en la dirección que uno supondría.
-Este año la Academia va a entregar ocho rubros antes de la gala. ¿Qué lectura hacés de esa decisión?
-Quiere lograr que la transmisión dure menos de tres horas. Los productores deben haber hecho estudios para saber qué funciona más y qué menos en términos de audiencia en Estados Unidos. Pero el Oscar ya no es una transmisión solo norteamericana. Estoy seguro de que el hecho de que cante Billie Eilish (nominada por la canción "No Time to Die", de Sin tiempo para morir) es importante porque para ellos lo es. Pero para Latinoamérica, por ejemplo, es mucho más relevante ver a Sebastián Yatra cantando "Dos oruguitas", el tema de Encanto nominado. Y también es verdad que quizás al Oscar hay que leerlo, en términos comerciales, más por su alcance que por la cantidad de espectadores específicos. Vos no podés construir algo popular, es una fantasía. Lo popular es un resultado, no un objetivo, y lo que es popular en un país puede no serlo en otro. Me pasa mucho en mi trabajo como productor. Relatos salvajes es la película contemporánea argentina más taquillera de la historia contemporánea con casi cuatro millones de espectadores, pero en el exterior es cine arte porque está subtitulada.
De estatuillas doradas y plataformas
El Oscar, queda claro, ya no es lo que era. Pero la manera de ver películas, tampoco. La llegada de las plataformas al ecosistema audiovisual marcó un cambio en la lógica de una industria que, a grandes rasgos, funcionó de una manera similar durante décadas. ¿Qué lugar ocupa la estatuilla en ese contexto? ¿Sigue siendo la zanahoria perseguida por todo Hollywood? Kuschevatzky responde: “Entre 1927 y diría que los '90, el lugar del Oscar era muy claro: para los individuos, era una validación ante la industria que permitía negociar mejores condiciones hacia adelante; para las productoras, una amplificación del negocio, porque cuando vos tenías una película en cartel durante meses o, más cerca de nuestra época, que no se estrenaban en simultáneo en todo el mundo y se vendían a diferentes territorios, el Oscar era una herramienta para sacar más plata de la venta internacional o mejores resultados en taquilla”.
-¿Y qué ocurre en los ’90?
-A fines de esa década, cuando todavía era de los hermanos Wainstein, Miramax empezó a establecer estrategias mucho más agresivas de comunicación, casi de acoso a los votantes, para ganar premios. Uno podría pensar que tenía que ver con el egocentrismo de Harvey Weinstein, pero lo hacían para conseguir una mejor valuación de la compañía y venderla por más plata. Así pasó cuando la compró Disney. En ese contexto, decir que tenías películas exitosas o que habías ganado determinada cantidad de premios impactaba en la percepción de la marca y, por lo tanto, en el monto que podían pedir. Por eso otros jugadores se subieron a esa estrategia. Hay un momento clave en esa lógica, que es la batalla que se desató en 1998 entre Rescatando al Soldado Ryan y Shakespeare Apasionado, cuando el nivel de inversión publicitaria quintuplicó el de los años anteriores. Desde entonces se aceleró el análisis de inversión publicitaria para correr la carrera del Oscar. Con el avance de la piratería, los estudios empezaron a estrenar en casi todo el mundo al mismo tiempo, un mecanismo similar que tomaron las plataformas: hacen un estreno en cines muchas veces para cumplir con el requisito de la Academia de tener una semana continua en cartel antes de fines de diciembre, y después estrenan al mismo tiempo.
-El Oscar sigue dando un prestigio que no se consigue de otra forma, ¿no?
-Claro, es como la norma IRAM de la relevancia. En todo ese recorrido nunca dejó de ser una herramienta de comunicación validadora. Así como primero la obsesión de los estudios fue maximizar su negocio y después estrenar en simultáneo para no perderlo, la obsesión de las plataformas es que los usuarios no se vayan. Ganar premios es una herramienta más que tienen para que no las cambien por otras. Es una evolución de lo que pasaba antes, pero no es tan distinto. Hoy el Oscar extiende la vida útil de las películas por algunas semanas más. Todas las empresas de streaming relevantes tienen una película en alguna categoría. Incluso ahora compran cortos una vez que están nominados o empiezan a producirlos porque también quieren pelear esos rubros. Lo que antes pasaba con los largometrajes de ficción y después con los documentales, ahora pasa en esas categorías.