Hace un año escribí esta nota en mi portal (dejamelopensar.com.ar), en el que a veces me permito ablandar el registro y dar testimonio de algunas percepciones que después de tantos años de escribir y publicar ya sé que son colectivas. Lo sé por las respuestas que he tenido, y porque conozco a cientos de mis lectores personalmente. Sé que es un gran sector de esta sociedad que hace años viene sintiéndose sola, cuando es tanta. Los medios permanentemente insultan a sus representantes, los difaman, y lo que pasa por abajo, es que tanto desprecio y subestimación --también hacia el interior del FdT-- provoca angustia. Alguien me la recordó en las redes esta semana, ya que yo la había olvidado. Y leyéndola me pareció que es bueno volver a publicarla, porque son días difíciles, y hoy volvería a escribirla:
Peleo diariamente contra mi propio desencanto. No tengo derecho al desencanto. Ya soy grande, la vida pasa rápido. Es tiempo nada más, y pasa. Miro para atrás y observo, incluso con asombro, todos los laberintos y todas las paradojas en las que me interné a conciencia. Elegí la intensidad y la frontalidad o quizás ellas me eligieron porque nunca pude habitar en los ambientes climatizados.
Vivo en una región con un destino que parecía sellado y aún, si cedo al desencanto, lo parece. Basta ponerse a contar los obstáculos, los tentáculos, las trampas, las ambiciones, las traiciones, la torpeza, la confusión, el arrebato con el que tantxs tiran por la borda construcciones por los que tantxs otroxs dejaron lo mejor de sí o la vida entera.
Aguanto y cuento hasta diez o hasta mil, lo que haga falta, pero me hiere igual cuando escucho o leo que hay muchxs que tiran la toalla y haciéndolo muerden la manzana podrida de su propia perdición y la de millones y millones con los que tenemos una deuda tan profunda y lacerante que nos obliga a inteligir o por lo menos a sopesar qué pasa si cedemos al desencanto. Sí, las cosas no están como querría. No están en acción ni con capacidad de acción los que a mí me parece que lo harían mejor.
Sí, hay cuestiones que me rebelan y me enfurecen, y paso días de silencio y otros de palabras vomitadas y excesivas que quizá no sirvan para nada.
Pero es la deuda, no la externa, no la que se fugaron estos hijos del privilegio perenne y el escrúpulo invisible, sino la otra, la interna, la que nunca terminamos de saldar lo que me recuerda cada vez que enfurezco que no tengo derecho al desencanto porque enfrente está el fascismo y esta vez serán todo lo crueles que son, más que sus padres o sus abuelos o sus bisabuelos: nos harán arder a algunxs, pero a aquellxs que jamás sacaron la cabeza del barro se las pisaran hasta que no respiren.
No es una cuestión de valentía ni de obsecuencia ni de conformismo ni de resignación. Todo lo contrario. Es ser lo suficientemente inteligentes y sensatxs para estar ubicados en tiempo y espacio y saber dónde hay que estar y a quiénes apoyar aunque no nos colmen ni nos satisfagan. Se llama política. Y la política tiene sus tiempos y sus contradicciones, pero enfrente no hay adversario, hay enemigo.
Están apuntando a los mejores, como siempre. Y los mejores, los más honestos y trabajadores, están haciendo un esfuerzo ciclópeo para que la nave se mantenga a flote. Que cada cual haga lo que le parezca. Por mi parte creo que en el medio del mar los que se tiran van a parar a la boca de los tiburones.
Trabajemos ese desencanto y démosle la forma de nuestra esperanza, como han hecho siempre los pueblos que vencieron. Ningún pueblo desencantado ganó nunca ninguna batalla.