Rodeado en el Palacio de la Moneda, Salvador Allende recibió un ultimátum de los militares golpistas: si salía del Palacio, lo llevarían al extranjero en helicóptero. Allende había jurado públicamente que solo dejaría La Moneda muerto o al final de su mandato. Nunca aceptaría ese ultimátum. Conocía casos de expresidentes latinoamericanos víctimas de golpes militares, que acabaron con su vida en el exterior (de los cuales João Goulart fue uno). 

Yo vivía entonces a dos cuadras del Palacio de la Moneda, muchas veces me cruzaba con Allende caminando por el centro de Santiago de Chile. Pero esta vez, me despertaron otra vez, como en el primer intento de golpe de julio de 1973, con el ruido de los aviones. Al llegar a la Plaza de la Constitución, pude ver a Allende en la pequeña ventana del Palacio, desde donde pronunciaba sus discursos, rodeado por los militares golpistas. Allende disparaba con su fusil AK, que le había regalado Fidel, y con el casco, que le habían regalado los mineros.

Allende rechazó el ultimátum, hizo salir a las mujeres y los niños. Entre las que salieron estaba Beatriz Allende, conocida como Tati, la gran interlocutora del presidente entre sus hijas, que estaba embarazada. Allende siguió resistiendo hasta que los cazas  de fabricación británica bombardearon el Palacio de la Moneda. El humo que producían los bombardeos era la imagen del fin del doloroso fin de la democracia en Chile.

Beatriz Allende se fue a La Habana con sus dos hijos, Maya entre ellos. Fue allí donde, de paso por Cuba en misiones de la resistencia chilena, conocí y me hice amigo de Tati. Fue allí donde conocí a Maya, que tenía siete años. Tati, siempre problematizada por la muerte de su padre, sintiéndose culpable de haber salido del Palacio, terminó suicidándose en el cuarto aniversario del día de la muerte de su padre, con um disparo similar al que su padre se habia quitado la vida. 

Empecé a pasear con Maya, especialmente por la playa más cercana a Alamar, el barrio donde vivía, así como la mayoría de las colonias latinoamericanas: chilena, uruguaya, argentina, brasileña. Recuerdo que en uno de esos paseos por la playa de Santa María del Mar, jugando con Maya en el mar, ella tiró de una cadenita de plata que yo tenía, que se me cayó y no pude recuperarla. Era una cadenita que me había regalado María Regina, mi compañera que se había quedado en Buenos Aires mientras yo viajaba a cumplir tareas en Cuba. Nunca más volví a ver a María Regina, porque fue secuestrada por la dictadura argentina y desaparecida para siempre junto a Edgardo Enríquez, líder del MIR chileno.

Salí de Cuba y dejé de tener contacto con Maya. Regresé a Chile un par de veces, la última vez en 2019, cuando conocí a Gabriel Boric y algunos de sus compañeros, que ahora gobiernan el Chile democrático. Pero nunca pude volver a encontrar a Maya. Mantuve correspondencia con ella por whatsapp. Ahora, con gran alegría, la veo, nombrada Ministra de Defensa del gobierno de Chile, pasando revista a las tropas y luego yendo a homenajear a su abuelo, Salvador Allende, también conocido como Chicho, antes de ingresar por primera vez al Ministerio. 

La próxima vez que regrese a Chile la buscaré en el Ministerio de Defensa. Al menos para recordarle personalmente estas experiencias y darle un abrazo a la querida Maya, hija de Tati y Ministra de Defensa del gobierno democrático de Chile.