Casi todas conocemos a una y muchas hemos sido la “amiga de los chongos” alguna vez. Se trata de un rol social que, casi como la heterosexualidad, viene impuesto y tiende a convencer porque es cómodo: sentirse especial siendo “la amiga de los varones”, “uno más”, no como el resto de las mujeres. De chica podían decirle a alguna varonera por jugar al fútbol o ser masculina, puta por apretarse a varios pibes del grado, lesbiana e indeseable si no le gustaban los varones. El argumento discriminatorio por excelencia suele ser hiriente, pero más lo es cuando otra chica salta a reírse o a darles la razón. Muchas siguen cumpliendo ese rol con total compromiso y obstinación aún en la adultez: las aliadas de los chabones en su versión más rancia. Ya lo dijo Simone de Beauvoir, el opresor no sería tan fuerte sin cómplices entre lxs oprimidxs. Y en ese plano Viviana Canosa nada como pez en el agua.

Es la aliada preferida del poder, de los hombres cis -cuyos sus discursos plagaron años de aire en la TV- que aún creen que se debe forzar a las personas a parir; de los que consideran que el vello corporal es sinónimo de mugre y de los que creen que marchar es sinónimo de no tener ni buscar trabajo. “No son todos iguales, mi papá no es violador”, espeta al aire mientras sus panelistas del género opuesto (todo está bien delimitado en el estudio de Viviana) asienten conformes. ¡Nos recuerda a tantos momentos!

Su “no me representan” actúa como reafirmación: conmigo cuentan; estoy de este lado. Su modo cruella/provocadora/traidora del género le garpa a ella, a los canales que la contratan y sobre todo al poder. El poder mediático que la sostiene, y que hace que pueda decir barbaridades como que las feministas lo son porque “no se las garcharon en la universidad” y a nadie se le mueva un pelo; y después censuren a una editora de género de un diario nacional por decir que su discurso de odio va en contra de varias leyes y fomenta la discriminación.

Como suele ocurrir con el fascismo (aún en esta era, donde las derechas se visten de alternativas y new age) el primer paso para cautivar público es apelar al sentido común. De ahí se tira, se tira, se tira. Es lo que hace Canosa cuando empieza una oración afirmando estar a favor “de la vida desde la concepción” y la termina asegurando que “las verdes quieren matar chiquitos con (síndrome de) Down”. Acusa a todo y a todxs de ser “verdes” y reivindica su derecho a “pensar distinto”. Para mostrarse distinta usa varias herramientas: se persigna al aire; guiña el ojo a cámara y se toca las tetas; llama “cochinas” y “asesinas” a sus detractoras. Incluso redobló la apuesta e invitó a su amiga, la recatada (pero también católica y filosa) Amalia Granata, y juntas aseguraron representar “al pueblo”.

En un punto así debe sentirse ella: por algo flota como un corcho esquivando denuncias y repudios populares; por algo la Justicia no la sanciona tras referirse a un nene fan de L-Gante como “sumiso y bruto”; por algo pudo tomar dióxido de cloro al aire y “redimirse” con spots científicos a la 1 de la madrugada. Su estética “revoltosa inorgánica” le garantiza rating y rebote a sus canales patronales, y el consecuente apoyo de un poder al que ella asegura haberse enfrentado “antes que nadie”. Trending topic o no, todo indica que su papel en la historia será el de una aliada que blandió lo más alto su espada para recibir palmaditas del amo, y protección en un mundo que sigue castigando a mujeres cis, lesbianas, bisexuales y trans por decir lo que antes se callaba. Y es probable que siga tirando “bombas” enojada, escupiendo odio y recibiendo asentimientos de varones mientras el mundo sigue mutando y cambiando a su alrededor.