El Presidente del Tribunal Oral en lo Criminal Nº 7 de San Martín invita a Eva Analía De Jesús a dar su última palabra o mantener silencio. Higui responde “¿Puedo hablar, señor? Yo no quería que terminara esto así. Yo no quería más violencia de lo que tengo encima. Esto lo voy a llevar hasta el fin de mis días”. Se vacía la sala. El tribunal delibera. A las 19.25 el Tribunal integrado por el presidente Julián Descalzo y los jueces Germán Adolfo Saint Martin y Gustavo Alfredo Varvello pronuncia el veredicto: “Reunidos todos los integrantes, el Tribunal resuelve de manera unánime dictar veredicto absolutorio para Eva Analía De Jesús”.
La inquisición de Higui
Desde que el 16 de octubre, Día de la Madre de 2016, cuando a Higui la llevan desde la casa de la calle Yrurtía 1136 del barrio Lomas de Mariló hacia un patrullero, completamente obnubilada por las patadas que recibió en todo el cuerpo, especialmente en la cabeza y en los riñones, con los ojos cerrados tras dos profundos hematomas, con todo el horror fisiológico de un cuerpo sometido a una golpiza atroz, su contacto con la Justicia argentina fueron una serie continua de vejámenes, violencia institucional, prisión en condiciones que no distan demasiado de aquellas a que se sometía a las campesinas y a las indígenas en las mazmorras de la Inquisión.
A la manera de los inquisidores dominicos de épocas premodernas, desde el minuto uno de la detención de Higui, el fiscal Germán Weigel Muñoz se negó a creerle y la apretó para que dijera lo que a él le convenía para armar un caso más. Y eso se llama misoginia y lesbofobia, cuanto menos. Y no permitió que se investigara lo que Higui decía: “mire cómo me dejaron, me gritaban lesbiana de mierda, te voy a hacer mujer, me atacaron contra el tejido del pasillo”. Ni siquiera ordenó peritar el pasillo. Higui salió en aquel patrullero rumbo al calabozo sin saber que había matado a un hombre. Se defendió acorralada contra el alambre tejido del pasillo de salida del conjunto de casas pequeñas que habita la familia Recalde. La atacaron desde atrás, un grupo de hombres de los cuales reconoció a dos por la voz. Otras dos voces no pudo identificar a quiénes pertenecían. Y puede haber habido más hombres, todos de aquella familia.
El fiscal Weigel Muñoz construyó su caso sobre los dichos de los habitantes del conjunto de viviendas donde atacaron sexualmente a Higui e intentaron violarla para “sacarle lo lesbiana”. Porque Higui no cumplió mandato, y en el barrio se sabe que tener al menos un hijo es lo que protege a la mujer, también a la lesbiana. Incluso durante su declaración, sentada con la pelota entre las manos, Higui pidió perdón por no haber tenido hijos. “A los chicos de ahí los conocí en la panza de la madre. A F. me lo traía para que se lo cuidara. Me lo traía verde porque le daba mate cocido”, declaró Higui ante el tribunal.
El fiscal Weigel Muñoz construyó una causa sobre la base de lo que decían los que atacaron a Higui y las mujeres de esa familia, que responden a las órdenes de esos hombres. Porque quien no obedece allí es castigado a patadas. El fiscal avaló una escena sobre la calle Yrurtía, donde curiosamente no había más testigos que la familia Recalde. Una calle suburbana del otro lado del golf de Bella Vista, de tierra, con zanjita, pero bastante céntrica (la primera cuadra de una perpendicular a la ruta) para ser de un barrio al que un policía llamó durante el juicio “zona hostil, villa”. Donde hay al menos tres kioscos por cuadra y hasta bien entrada la noche circulan personas que van a comprar. Y qué decir de una noche de domingo Día de la Madre, cuando las reuniones familiares se estiran hasta la madrugada.
O sea que, para Weigel Muñoz, Higui salió de la nada y atravesó con un cuchillo el corazón de un hombre en una calle de mucho movimiento y con salida a la ruta, y nadie vio nada. Desechó lo que le estaba diciendo una muchacha desfigurada a golpes y fue aprehendida con la ropa rota en la zona genital. Y sí, la ropa estaba sucia. Cómo no iba a estarlo después de que la revolcaron sobre piso de tierra, contra el alambrado de un pasillo, y la molieron a patadas entre por lo menos entre cuatro hombres.
Higui no apuñaló a uno de sus agresores sobre la calle Yrurtía. Lo hizo dentro de ese conjunto de casas precarias. Contra el alambrado del pasillo y hacia el patiecito delantero, del otro lado de la puerta de calle, portón, o como se decía antiguamente, “tranquerita”. Porque ¿deliberadamente? la familia Recalde usó la palabra portón para referirse a la puerta pequeña de ingreso al terreno. Uno escucha “portón” y se imagina una entrada para vehículos. Un lugar amplio donde cualquiera que pasa puede ver lo que ocurre adentro. Pero no. Fue del lado de adentro, amparados por la nocturnidad, la falta de luz adentro, los árboles, las sombras que proyectan la casilla de adelante.
Pedagogía de la violencia
“No se veía nada, si ellos se alumbran con la luz de la calle, señor”, declara Higui durante el juicio. Cuando ya no estaba el fiscal Germán Weigel Muñoz para hostigarla, pero sí la fiscal Liliana Tricarico (presidenta de la Asociación de Fiscales de la provincia de Buenos Aires), que pide “perspectiva de género para el tribunal de San Martín”, cuando ella es la primera que no la aplica. Y no le corre ni una gota de transpiración cuando avala una investigación criminal que a todas luces es una legitimación de la pedagogía de la violencia familiar y del martirio de una lesbiana pobre trabajadora a la que se la acusa por haberse defendido de una horda de hombres cisgénero heterosexuales, de su misma clase social, que pretendían descargar contra ella toda su violencia y su odio, primero por no ser de la familia, segundo por ser diferente, y tercero por ser lesbiana y estar sola, sin hijos grandes que la defiendan. “Porque a los grandes hay que respetarlos”, declaró uno de los testigos Recalde convocados a declarar por la fiscal Tricarico. “Cristian le dio una patada a Franquito porque fueron a comprar vino y se le cayó la botella. Los chicos tienen que respetar a los grandes”. De nuevo, pedagogía de la violencia.
Los Recalde mandaron a ese adolescente a meterse en la casa, para evitar que Cristian Espósito lo muela a patadas. Espósito es el hombre al que va a terminar matando Higui para defenderse de un ataque mortal. Higui, que pasó por la reunión de los Recalde para saludar a las que hasta entonces eran sus amigas, se quería ir cuando advirtió el clima de violencia que ya se había desatado en ese hogar. A lo largo de diez horas, Higui había tomado 8 cervezas. Pero en el hogar de los Recalde venían tomando desde las 12 del mediodía y los hombres solamente tomaron vino. “Somos grandes, sabemos tomar”, dice Sandro, el amigo de Espósito, presentado por la fiscal Tricarico como el único testigo presencial del puntazo que mató a Espósito.
“Es sucia, es desaliñada”: la lesbiana perversa
La fiscal Liliana Tricarico pidió diez años de prisión por “homicidio” para Higui. Descartó la legítima defensa. Entre el paquete de razones para enviar a Higui a prisión incluyó: “Es sucia, es desaliñada, se defiende como un hombre”. Otra vez como en el libro de Beatriz Gimeno, la construcción de la lesbiana perversa. Eso es para la fiscal Liliana Tricarico probar “con perspectiva de género”. No es la primera vez que Soy se encuentra con una fiscal que dice tener perspectiva de género y es todo lo contrario. Ya ocurrió con la fiscal Diana Goral durante el juicio de Marian Gómez.
La defensa de Higui, integrada por las abogadas Gabriela Conder y Claudia Spatoco, no podían perder este juicio de ninguna manera, a menos que los jueces se atrevieran a suscribir el mamarracho (es muy feo utilizar este término, pero no cabe otro en este caso) que presentó la fiscal Liliana Tricarico. Y a la fiscal Tricarico se le hubiera ganado igual aunque la defensa no presentara el caso con perspectiva de género lesbiana, que es lo que hizo. La fiscal Tricarico tiene la idea de prueba material que tenían los acusadores del Santo Oficio. Y tiene la soberbia (el peor de los pecados, y se llama capital porque es cabeza de todos los demás) de creer que puede presentar ante un tribunal pruebas materiales que solo pueden ser reales en un escenario de demonios capaces de apuñalar a un hombre pasando por la espalda de otro, sin atravesar al del medio.
Lo que presentó la fiscal Liliana Tricarico ante el Tribunal Oral en lo Criminal Nº7 de San Martín es esto:
Sandro (1,68 de estatura) declara que está parado en la calle delante de Cristian (más alto que Sandro), conteniéndolo con los brazos y hablándole para que no vaya a pegarle al adolescente Franco. Por detrás de Sandro viene de la nada Higui (1,50 de estatura), que le clava dos puñaladas a Cristian pasando por sobre el hombro de Sandro. Después de recibir las dos puñaladas, Cristian le pega un gancho con la derecha a la mandíbula de Higui.
Ni un guerrero ninja podría realizar semejante proeza.
La médica forense autopsiante, Alejandra Sartor, declaró que el occiso presentaba una única lesión contusa perforante transfixiante. Ejemplificó con su mano cómo ingresó de manera recta horizontal la cuchilla y clavó apenas tres centímetros, y atravesó una zona muy irrigada por vasos sanguíneos microscópicos y tocó el miocardio. No fueron dos heridas. Fue una y no muy profunda. Y señaló que es imposible que alguien que reciba esa herida pueda pegar un golpe, porque se produce shock hipovolémico. Desciende la presión arterial y la persona entra en shock y no puede realizar ningún tipo de actividad.
Los Recalde atacan por atrás
Al testimonio de Sandro, al que se puede calificar del orden de lo surreal, se le suma la serie de testimonios incongruentes entre sí, del desfile de testigos que presentó la fiscalía (los testigos de la familia Recalde-Espósito). Los testimonios no coinciden entre sí.
Hablemos un poco más sobre la experiencia con la familia Recalde en el Palacio de Tribunales de San Martín: el acompañamiento de Higui tuvo que moverse todo el tiempo en grupo dentro del edificio, porque el recibimiento que le dio la familia Recalde a Higui y a sus abogadas fue rodearlas por sorpresa en la entrada y amenazar de muerte a Higui. No es necesario preguntar por qué no hay testigos que digan que a Higui no la atacaron en la calle sino en el pasillo oscuro de ingreso al terreno de los Recalde. Quién va a querer declarar contra los Recalde. Está visto lo que le pasó a Higui. Y lo que le hacen a un muchacho de 16 años solo por ser un poco torpe y dejar caer una botella de vino. “No le pegués, no arruinés el Día de la Madre, después nos vamos a seguir tomando a otro lado”, declaró Sandro. Eso, “no arruinés el Día de la Madre”. Los demás días arruinalos que no hay problema, tienen que respetar a los grandes. Esa familia estaba pasando un domingo amable y sin problemas, según la fiscal Liliana Tricarico. Hasta que llegó Higui, que “todos saben” que es la que se pone violenta.
Como dijo en el alegato de la defensa la abogada Claudia Spatocco, “dicen que Higui tenía un problema con Cristian. Nadie dice cuál. Lo que no quieren decir es que Cristian tenía un problema con Higui”.
Una empleada de maestranza vio cuando los Recalde rodearon a Higui y a sus abogadas en el hall del Palacio de Tribunales de San Martín y le dijo a Higui: “Todas las trabajadoras del edificio estamos con vos”. Higui dice “ellos siempre atacan así, por atrás”.
Mientras tanto, fuera de los Tribunales sobre la avenida 101 Ricardo Balbín, cientos de pibas/pibes/pibis alentaron durante las tres jornadas del juicio, con toda clase de actividades organizadas por la asamblea Absolución para Higui. Olla popular vegana, artistas musicales, autodefensa transfeminista, tambores, radio abierta.
“La que victimiza a mi defendida es usted”
Mención aparte merece la violencia psicológica a que la fiscal Liliana Tricarico ejerció sobre Higui cuando sabía que estaba próxima a prestar declaración ante el tribunal.
Pasó a declarar una oficial de policía que condujo a Higui a la comisaría donde estuvo detenida la primera noche. La policía dijo que iban a controlar cada 20 minutos que Higui no convulsionara. A ningún preso se lo controla de esa manera. Sabían que a Higui la habían molido a patadas en la cabeza. Higui se defendió de un ataque mortal, no cabe duda. Son el tipo de patadas que le costaron la vida a Fernando Báez Sosa. Higui logró sobrevivir porque sacó a tiempo su cuchillo y con su brazo malo (el izquierdo) intentó alejar a los agresores, con tanta mala suerte que le pegó un puntazo de apenas 3 centímetros de profundidad a Cristian Espósito, a quien tenía encima mientras ella estaba en el suelo y entre todos esos hombres la molían a patadas, le decían “forra lesbiana, te voy a hacer mujer” y, mientras le tiraban de los pantalones para bajárselos, rompérselos y romperle también el bóxer, Higui escuchaba que decían algo de “hacerme algo con un palo”. Higui sacó a tiempo, del corpiño deportivo, su cuchillo de cortar el pasto. Si no nadie se hubiera enterado y sería una cruz más en el cementerio de San Miguel.
Mientras declaraba la psicóloga forense Claudia Echeverría, y decía que la imputada “no miente. Tomando el testo de Rorschach puedo saber si miente o no, porque tiene indicadores sobre eso”, Higui se dio vuelta y se tapó la cara para llorar de manera desconsolada. No fue por algo que dijera la psicóloga. Higui estuvo por lo menos media hora aguantando el llanto. El tribunal llamó a cuarto intermedio. El juez Gustavo Alfredo Varvello, quien se mostró considerado y atento durante todo el debate, tanto con Eva Analía como con los familiares de Cristian Espósito y demás testigos, se acercó a Higui y le preguntó cómo se sentía. Higui explicó entre sollozos que se sintió muy avergonzada por lo que contó la policía y que le vino a la mente lo que le pasó mientras la estaban pateando en el piso. La fiscal Liliana Tricarico hizo todo lo posible por recordárselo antes de que le llegara el turno para desclarar. Y mientras Higui lloraba se acercó a la abogada defensora Gabriela Conder para decirle “usted no puede revictimizar otra vez a su defendida” (haciendo que declare). “Chiqui” Conder le respondió: “La que victimiza a mi defendida es usted”.
Mientras tanto, Raquel Disenfeld asistió a Higui con técnicas de relajación. La psicóloga atiende a Higui desde que salió de la cárcel y la acompaña en el camino de reconstruir su autoestima. Raquel Disenfeld trabaja desde hace muchos años con sobrevivientes de trata para explotación sexual.
La declaración de Higui
Pasado el cuarto intermedio se presentó a declarar Higui. Son las 13.10 del 17 de marzo. El juez Germán Adolfo Saint-Martin le dice con amabilidad, “si quiere sostener ese elemento que la hace sentir más tranquila, tomeló”. “¿Puedo, señor?”. “Sí, claro”, respondió el juez. Higui fue a buscar su pelota de fútbol debajo del escritorio de la defensa y la llevó con ella a la silla de los testigos. Higui declaró con su pelota entre las manos y con una remera con la foto de sus perritos (entre ellos Machona, “que se me fue hace tres meses”).
El texto completo de su declaración
“Ese día (el Día de la Madre de 2016) pasamos re lindo con mi hermana y sobrinos. Cuando me estaba por ir preparé una vianda para mi hermana la Tati y huesos para llevarle a los perritos. Dejé de ir al barrio porque Pino (Cristian Espósito) me odiaba, pero fui ese día porque extrañaba a mi hermana Mariana y a mis sobrinos”.
“Me despedí de mi hermana. Era de noche. Y paso a saludar a mis amigas que son de esa otra familia. Caty me dice ‘tené cuidado porque está el Pino. Pero pasá un ratito’. A ellos (los que después la atacaron) los vi en el rincón del patio (del fondo), hablaban entre ellos. Y le dije a Caty que mejor me iba. Caty me contesta ‘quedate un ratito más, cualquier cosa te metés en la casa’. Le dije ‘me tomo una cerveza más y me voy’. Por allá veo que se escucha no sé qué cosa. Veo a F. (el adolescente de la familia que crió Higui de bebé) llorando y dije ‘acá están todos peleando’. Me temblaban las piernas y presentí que (Pino) estaba sacado cuando salieron a comprar (más vino)”.
“Empecé a irme, y cuando estoy en el pasillo (ya casi llegando a la puertita de calle) escuché ‘¡vos, lesbiana de mierda, te vamos a hacer mujer’ y esas cosas me decían. Siento que me manotean de atrás y me ponen contra el tejido del pasillo. Yo juego al fútbol, y era como cuando a usted lo manotean del pantalón desde atrás, ¿vio? (Higui se para y se desplaza por la sala como si fuera el pasillo y el patiecito de adelante donde la atacaron los hombres de la familia Recalde, muestra en qué posición estaba contra el alambre tejido). Yo me había hecho como un bicho bolita contra el tejido. Uno me agarraba de las piernas y me pegaba patadas en la cola. Yo escuchaba algo de palos. Tenía miedo de que me hicieran algo del palo”.
“El pibe (Pino) tomaba pastillas y les pegaba a las mujeres. Pateaba a los pibes y a los gatos que pasaban. Por eso lo echaron de ahí”.
“Me acuerdo que me subían al patrullero, me dolía la cabeza y no podía hablar de los golpes. No me acuerdo que me llevaran a la enfermería. Cuando el jueves me llevaron al Destacamento de San Martín me bañé y me dolía el agua que me caía. Se me salió una muela entera. Me seguía doliendo mucho la cabeza”.
“Estuve en la fiscalía y el fiscal (Germán Weigel Muñoz) me hablaba un poco mal y fuerte, me apuraba. No me creía y yo tenía todo violeta de los golpes. Me dicen ahora que no le mostré cómo estaba. ¿Cómo me voy a sacar mi remera delante de un hombre? Ni delante de mi hermana me saco la remera. Hasta acá abajo de la cola tenía moretones”.
La fiscal Tricarico quiere llegar al momento en que Higui apuñaló a Cristian Espósito y le pregunta para que vaya a ese punto.
“Creo que reaccioné cuando me pegaban fuerte ahí (debajo de la cola) y me bajaron los pantalones. Pensé que me iban a matar y me iban a hacer lo que ya me hicieron (otra vez). Me defendí como pude. Fue así, un flash. A lo último no me acuerdo cómo pude. Imagínese si le pasa a usted”.
Fiscal: -¿Usted llevaba un cuchillo?
Higui: -Cuando me prendieron fuego la casa y me dieron 15 puntazos en la remera y a mí me quedaron tres en la espalda. ¿Qué haría usted si le dicen que la van a llevar al campo y le ahí le van a hacer…? Usted no iría más ahí. Pero yo soy muy familiera y extrañaba.
Fiscal: -Sacó el cuchillo.
Higui: -Sí, pero no lo puedo decir porque fue un flash. Después no me acuerdo. Veía todo negro, sombras.
Los jueces le piden que describa en qué lugar la atacaron. Higui sitúa la agresión dentro del terreno de los Recalde.
“Yo saqué la cuchilla para que se corran de mi lado. (Muestra cómo movía el cuchillo barriendo un lado hacia otro, con el brazo izquierdo –ella es diestra- porque tenía el brazo derecho inmovilizado contra el tejido de alambre del pasillo). Estaba en el piso. Me quería levantar y salir de esa situación. Quería que salieran de encima mío. Después me acuerdo de la luz azul (del patrullero). Sabe, con la desesperación y el miedo que tenía. Me agarraban de acá y me pegaban acá (se refiere a los genitales). (En este punto hay que señalar que dos mujeres de la familia Recalde, que habían sido amigas de Higui, atestiguaron que Higui estaba normal, con todo el pelo revoltijeado –en realidad lo llevaba corto-, y que se reía cuando la llevaba detenida la policía. La realidad y consta en fotos en el expediente, Higui estaba desfigurada y con los ojos cerrados e inflamados por los golpes que le dieron, en estado de shock, seguramente con conmoción cerebral, y con riesgo de convulsionar por las patadas que le pegaron en la cabeza. Y eso para no hablar de las patadas a los riñones y a la zona genital).
Uno de los jueces pregunta cuántas personas la atacaron.
“Yo creo que eran cuatro. Para mí eran más de tres. Hay dos personas que nunca se nombraron. Yo no los conozco por nombre. Los conozco de vista, de cara. Puede ser que fueran ellos también, yo no les vi la cara. Pero me imagino que deben ser esos dos que estaban ahí en la casa”.
El Presidente del tribunal le pregunta si Pino (Cristian Espósito) la atacó.
“Sí, el primero. Sueño con lo que me hicieron. Toda la cabeza me la rompían a patadas. Escuché cuatro pibes. Y más allá venían gritando más pibes. Yo me desmayé. Igual yo estuve tomando cerveza todo el día. No me drogo ni tomo ni una aspirina. Capaz tomé 8 litros ese día desde las once de la mañana. Tomaba mucho porque fui muy violentada y ahora estoy mejor gracias a la gente que me acompaña.
Los jueces le preguntan a Higui qué tiene que decir sobre el cuerpo de Pino, que apareció en la calle y no del lado de adentro del terreno de los Recalde.
“Creo que al pibe lo sacaron de esa situación, lo sacaron a la calle. Pasó donde le dije, adentro, y estoy re segura. Ellos no me arrastraron, si no hubiera sentido que me arrastraban. Recuerdo que el tejido del pasillo estaba en mi cara”.
La abogada defensora Gabriela Conder le pregunta a Higui por qué no dejaron a Espósito en la casa.
“Porque no querían tener problemas”.
Los jueces le preguntan a Higui si la están incomodando con las preguntas.
“No me siento incómoda con ustedes. Porque ustedes no me hicieron nada. Les explico cómo fue: patadas patadas patadas, manotazo, agarre de pantalón, yo saqué (el cuchillo) para hacer hacer así para alejarlos (muestra tres barridas hacia un lado y hacia el otro con el cuchillo). Sentí muchos golpes y quería salir de esa situación, no quiero decir macanas. Yo estaba en (el Destacamento) de San Martín cuando me enteré de que el pibito murió. Ahí empecé a contar. Nosotras no hablamos con la policía porque siempre sufrimos violencia mi hermana travesti y yo. En la comisaría me decían ‘¿quién te va a querer violar a vos, gorda?’. Los policías iban y me pateaban las rejas. Me trajeron un papel para que firme. Es mentira que me cuidaban”.
Los jueces le preguntan si tuvo algún inconveniente con Sandro, el testigo de la fiscalía que declaró en contra de Higui.
“Una vez una chica me dio un beso a mí, y después esa chica se puso de novia con Sandro. Eso hizo que él me odie. No sé por qué. Si nos divertíamos, bailábamos, no tenían para comer y todo lo que trabajaba en la semana yo los invitaba al pool y les pagaba las fichas y les compraba helados a los chicos. Otro hombre de la familia me dijo que Sandro me odiaba. No quiero contar porque no hay pruebas y es mucho rollerío”.
La declaración de Higui terminó a las 14.40. Por primera vez desde el 16 de octubre de 2016 la Justicia argentina le pregunta a Higui qué le pasó, por qué la dejaron como se ve en las fotos que constan en el expediente, por qué dice –y no miente- que la quisieron violar y matar con un palo.