San Lorenzo y Huracán protagonizaron un empate sin goles con pocas emociones, que dejó sensaciones ambiguas para ambos. Los locales, que estuvieron más cerca del triunfo, se quedaron con la imagen de que el resultado no premió sus mayores ambiciones. Y para los visitantes, si bien el marcador los dejó conformes, el pensamiento que quedó es que si se hubiera animado más y antes, tal vez podría haberse llevado un premio mayor. 

En el balance general, San Lorenzo fue superior y acumuló más méritos para llevarse la victoria, en un duelo que nunca terminó de tomar altura. Con Martegani como conductor, el conjunto de Troglio prevaleció en el desarrollo, ayudado por el timorato planteo de Huracán, que se sintió inferior desde el primer minuto. Por eso, más preocupado por cuidar su arco que en agredir a su adversario, el equipo de Kudelka casi no pateó al arco en los primeros 70 minutos de juego.

Sin sobrarle demasiado, San Lorenzo llevó las riendas del partido, aunque le faltó profundidad para inquietar a Marcos Díaz, más allá de un remate cruzado de Cerutti que contuvo el arquero. Con Centurión apagado, Fernández Mercau con escasa participación y Uvita Fernández desconectado del equipo, la responsabilidad creativa recayó exclusivamente en Martegani, que se hizo cargo de la situación, pero no tuvo socios para progresar de forma más activa. 

Con los ingresos de Blandi y Ortigoza, San Lorenzo tuvo más llegada y generó sus mejores oportunidades a través del goleador, con un cabezazo, y de Centurión, con un remate cruzado. Pero si bien creció en ataque, el desgaste de haber llevado tanto tiempo la iniciativa le empezó a pasar factura y a regalar espacios que en la primera mitad no había entregado. Por eso Huracán, que casi no había atacado, se encontró en el último cuarto de hora con dos oportunidades clarísimas, sobre todo con un mano a mano que Torrico le ganó a Candia. La sensación, a esa altura, es que si se hubiese animado antes, tal vez otra sería la historia.

Igualmente, San Lorenzo tuvo una última chance en los pies de Leguizamón, pero Marcos Díaz se jugó el pellejo yendo al piso y le ahogó la chance, más allá de que se llevó un fuerte golpe y la boca ensangrentada. Así se fue un clásico de vuelo bajo, en el que los dos se quedaron con la sensación de haber podido hacer más y con gusto a poco por el resultado, aunque por diferentes circunstancias.