A partir de abril del año pasado, cuando las vacunas ya estaban entrando al país pero la dosificación se escalonaba primero en grupos de riesgo y luego en orden etario a partir de los más grandes, Laura Moiron Campos empezó a usar doble barbijo por las dudas: la segunda ola de covid sacudía a la Argentina y parecían volver los fantasmas del 2020. El temor la llevó a redoblar esfuerzos no únicamente para no contagiarse, sino también para no transmitirle el virus a su gente cerca.
Sin embargo, una tarde, después de regresar a su casa en el barrio porteño de Balvanera, sintió olor a quemado en el ambiente. Pensó que su pareja estaba haciendo tostadas. Pero en el hogar no había nadie. Era jueves. Al otro día tuvo un poco de dolor de cabeza. Y el sábado comenzó lo peor: “Me fui a dormir y sentía como si me estuviesen arrancando los brazos y las piernas. Tenía un dolor tremendo en las articulaciones y en la espalda. Soñaba pesadillas en las que todo estaba vacío y derrumbado. Era de esos sueños en los que sabés que estás soñando, pero luchaba por despertarme y no podía”.
Supo que el olor a quemado era un síntoma de covid positivo por una publicación en redes sociales de la actriz Marcela Kloosterboer, quien comentó que le había ocurrido lo mismo. “No tuve fiebre ni problemas respiratorios. Solo dolor, mucho. Me sentía destruida. Durante ocho días no pude salir de la cama”, recuerda Laura.
Al noveno día, cuando logró levantarse, se hisopó por antígenos y el resultado le dio negativo. Temió tener dengue, aunque los exámenes tampoco le diagnosticaron esa infección vírica. Más relajada, volvió a salir a la calle recién una semana después. Pero una inédita taquicardia le preocupó. Decidió esperar quince días y someterse a una batería de análisis de sangre, tomografías y resonancias. Nuevamente todo le dio bien. Nadie sabía explicarle qué tenía. Más bien, le decían que no padecía ninguna afección.
En junio del 2021, Laura recibió una buena noticia: le llegó el turno para darse la primera dosis de la vacuna contra la covid-19. Fue inoculada el 29 de ese mes con Sinopharm. Y al otro día sintió fuertes dolores en la cabeza y en la espalda. “Supuse que era el efecto adverso de la vacuna, como leía o me enteraba que le pasaba a muchos”, razonó, sin saber que sería el inicio de su calvario.
“En el transcurso de esa semana empiezo a perder la visión. Me sentía rara. A los siete días de recibir la vacuna fui a hisoparme y, esta vez, me dio positivo. Comencé a recibir distintas versiones y ninguna certeza”. A medida que crecían las dudas, también aumentaba su angustia. Y los síntomas: “Luego empecé a sentir fatiga y una niebla mental que me duró meses. Prácticamente no podía caminar: salía por el barrio y me pesaba el cuerpo. No podía más con mi vida. Y no me daba bola nadie”.
Laura, que tiene 41 años, comenzó su periplo por hospitales y consultorios: “Primero me dan un turno en el Ramos Mejía; pero cuando voy, me dicen que no atienden por covid. Vuelvo a insistir y consigo otro en el Santojanni, a pesar de que no me hacían ningún seguimiento, como sí le pasó a otros casos positivos. En el área de Neumonología confirman que tengo una taquicardia importante y me mandan a hacer análisis. Ahí me sale insulinorresistencia, algo que no solo no tenía antes, sino que tampoco hay antecedentes en mi familia. Además me faltaba vitamina D”.
Volvió a hacerse una tomografía en el pulmón y le salió bien. También resonancias y ecografías Doppler, sin resultados alarmantes a la vista. La revisaron desde oculistas hasta cardiólogos. Nadie encontró nada más que taquicardia y resistencia a la insulina. Un médico le sugirió no comer harinas ni azúcares. Otro, tomar más sol. Pero los problemas se agigantaron: “Desde afuera parece que estás entera. Pero no daba más. Si me bañaba con agua caliente, salía zombie. Y no podía leer nada de corrido. Fue todo alarmante”.
Cuatro meses después del primer hisopado positivo, Laura Moiron se sentía peor que aquel entonces. Ahí supo lo que nadie pudo explicarle: tenía covid prolongado, un cuadro que la ciencia apenas está descubriendo y del que aún no existe un consenso sobre cómo diagnosticarlo y tratarlo. Cada país lo estudia a su manera, con diversos recursos. Lo único que abundan son las hipótesis y las estimaciones estadísticas. La más repetida de estas últimas indica que lo padece al menos una de cada diez personas contagiados por SARS-CoV-2. Laura es una de ellas.
Algunos lo llaman covid prolongada, otros covid persistente, y se tiende a declararlo cuando una persona supera las cuatro semanas de contagio con síntomas.
Los síntomas son numerosos, tantos como los del propio coronavirus, y la afección no distingue edades. Si bien las molestias más comunes se centran en los pulmones, también pueden presentarse en otros órganos como el corazón, los riñones o el cerebro. Así, puede aparece fatiga extrema, agotamiento, diabetes del tipo 2 y problemas cognitivos como producto de inflamación y bajos niveles de oxígeno en sangre.
Hay un problema crucial en las investigaciones: no se sabe con precisión inobjetable las consecuencias de la covid prolongada hasta que se sigan sucediendo casos que permitan hallar patrones comunes. Tampoco existe un análisis definitivo que permita hallar esta afección en laboratorio.
Una especie de colmo: en la era de los protocolos, no existe ninguno para tratar la covid prolongada. En distintas partes del mundo se formaron grupos abocados a estudiar este fenómeno, incluso en Argentina. Aunque, de momento, sin resultados que establezcan una estandarización de diagnósticos y tratamientos.
Por lo tanto, tampoco hay una terapia específico. El virus se acantona en un lugar del cuerpo como pueden ser los tejidos intestinales o los ganglios linfáticos.
“No me daba bola nadie. No me atendían. Empecé a reclamar por Twitter, arrobé a funcionarios. Y tampoco tuve suerte. Parecía que no había solución posible”, se lamenta Laura. Hasta que, en su búsqueda desesperada, comprobó a fines del año pasado que otras personas estaban en la misma situación. Y en todo el mundo.
“Encontré un grupo en Barcelona. Personas que estaban en la misma que yo, o incluso peor: gente que salía de su casa y a las tres cuadras perdía el conocimiento, se extraviaba; otra a la que la niebla mental le duró mucho más tiempo que a mí, e incluso gente que tenía una vida muy sana, con alimentación saludable y actividad física, pero terminan andando con bastón”, explica Laura Moiron.
Una curiosidad: fue a través de ese grupo de España (donde el virus circuló antes que en Argentina y con una fuerte carga viral) que logró conocer otros casos en su propia país, a través de un médico catalán. La triangulación derivó en la creación de “Covid persistente Argentina”, el colectivo del cual Laura forma parte. “El cuadro inicial era de resignación: no había rehabilitación poscovid acá. Entonces empezamos a hablar entre nosotros sobre esta enfermedad, cómo se daba en cada uno, cómo afectaba en la vida cotidiana y de qué forma cada uno la iba llevando”.
En el caso de Laura, lo único que le sirvió en un principio para mitigar los malestares fueron pastillas de melatonina (reguladoras de un sueño que por su cuenta no podía conciliar) y aceite de cannabis. Supone que su cuerpo desarrolló una resistencia química, ya que por caso el tramadol (un analgésico opioide que actúa sobre células nerviosas) no le hacía efecto alguno.
El 18 de enero de este año, seis meses y medio después de aquel primer positivo, Laura volvió a hisoparse con el mismo resultado. Entonces tomó una decisión drástica: decidió dejar su vida de cuatro décadas en Buenos Aires para establecerse cerca del Hospital San Luis, donde se enteró --a través del grupo “Covid persistente en Argentina"-- que se creó un área poscovid centrada en rehabilitación cardiopulmonar y biomecánica. Está desde la semana pasada, yendo todos los días a las diez de la mañana.
“Me dijeron algo que hasta entonces no sabía: tengo un hemisferio del cerebro afectado. El tratamiento no involucra ningún tipo de medicación. Todo se basa en ejercicios de respiración más kinesiología en piernas y brazos con bicicleta fija, pesas, pelotas y sentadillas”, explica Laura. “Vine devastada, con dolores insoportables, insomnio, venas muy inflamadas. Hay mucha negación a la covid persistente de varias partes. Ojalá esto no solo me ayude, sino que también sirva para encontrarle solución a algo que padecemos muchos más de los que se imaginan”.