Competencia Oficial
(España/Argentina, 2022)
Dirección: Mariano Cohn, Gastón Duprat.
Guión: Mariano Cohn, Gastón Duprat, Andrés Duprat.
Fotografía: Arnau Valls Colomer.
Montaje: Alberto del Campo.
Intérpretes: Penélope Cruz, Oscar Martínez, Antonio Banderas, José Luis Gómez, Manolo Solo, Nagore Aramburu, Irene Escobar.
Duración: 114 minutos.
Salas: Cines Del Centro, Showcase, Cinépolis, Hoyts, Nuevo Monumental.
7 (siete) puntos
Ya es obvio, pero no menos importante, decir que Mariano Cohn y Gastón Duprat son indisociables, hasta tal punto que hay que forzar la memoria para recordar cuál de los dos dirigió Mi obra maestra y 4x4, sus películas “en solitario”, inmediatamente anteriores a Competencia Oficial. En todas y cada una de ellas asoma una mirada afilada, que tiñe con comentarios sarcásticos lo que retrata, a la vez que provoca un efecto de extrañamiento. Sucede tanto en El artista como en El hombre de al lado, El ciudadano ilustre y Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo. De igual modo en sus documentales: Yo Presidente, Todo sobre el asado. Son mundos que obedecen a una lógica propia –la del “pueblito” en El ciudadano ilustre, la del circuito artístico en El artista y Mi obra maestra, la de la ciudad y sus diferencias de clase en 4x4 y El hombre de al lado–, distinguible y de alguna manera aislable, pero atravesada por una mirada que las relaciona a partir de una obra, de un corpus fílmico.
En este sentido, puede disfrutarse más o menos, según el caso, del cine de Cohn-Duprat, pero lo que no se puede es desatenderlo o mirarlo de soslayo. Hay una impronta que les distingue, y es eso, justamente, lo que hizo posible su película más reciente, motivada por el encargo de Penélope Cruz y Antonio Banderas. De allí resultó el guión de Competencia Oficial, un título que dice de manera por supuesto irónica. En Competencia Oficial, un empresario (José Luis Gómez) cumple 80 años de éxito y dinero pero siente que no será recordado como debiera. ¿Qué hacer? ¿Un puente? Financiar una película parece más apropiado. Y de esta manera se devela el germen algo podrido con el cual el cine convive: hace falta mucho dinero, y cuando éste aparece, lo hace de manos no necesariamente preocupadas por el cine mismo.
Hay que hacer la “gran película”, y para eso se contrata a los mejores. A la mejor directora y a los mejores actores. Ella es Lola (Penélope Cruz), directora de pocas y muy premiadas películas, favorita de la crítica. Es ella quien elige a los dos protagonistas de este film (Antonio Banderas y Oscar Martínez), dedicado a versionar una obra literaria cuyo argumento Lola le cuenta al empresario, quien no leyó ni leerá el libro que compró. Pero la película omite (al espectador) la resolución del relato que hace Lola. De esta manera, el prólogo concluye perfecto por inconcluso, y abre a lo que sigue como si de una caja de resonancia se tratara, en tanto puesta en escena dedicada a recrear, desde los ensayos entre directora y actores, la letra de esta historia primera: la de dos hermanos enfrentados luego de un accidente fatal.
Competencia Oficial apela al mundo de alfombra roja por el que circula cierto cine, cada vez más recluido en sus laureles, vista la preeminencia que de los “éxitos comerciales” prefieren las salas. Pero lo también cierto es que tal aseveración se carcome un poco cuando uno de los personajes (y su mismo actor: Antonio Banderas) proviene, justamente, de esas mismas pantallas de taquilla. De este modo, la competencia tendrá que ver también con el (des)encuentro entre Félix, el actor masivo (Banderas), y el veterano maestro de las tablas que es Iván (Oscar Martínez). Sus métodos actorales responden a praxis diferentes; en un caso, desde la introspección y asunción de dilemas que permitan la caracterización; en el otro, desde la “sencilla” interpretación gestual de lo que el guión precise. Todo ello construye un entramado que se despliega a través de nuevos dobleces, instigados por Lola, perdida un poco (demasiado) en el personaje que ella misma ha construido de sí. En verdad, todos los personajes se encuentran afectados por comportamientos impostados y parrafadas precisas, casi recitadas, que borran el límite entre la ficción y lo real, entre el personaje del ensayo y el de la vida cotidiana.
Es evidente la caracterización de Penélope Cruz como un émulo de Lucrecia Martel. Si Cohn y Duprat –y Cruz– tienen inquina alguna contra la directora, vaya a saberse, nada importa. Lo cierto, a estas alturas, es que Martel es una de las más grandes directoras de la historia del cine. No se trata de un retrato ofensivo, tampoco es una película sobre ella. Pero es cierto también que el cine de la dupla las más de las veces desdice lo que dice. Cuando tira algún dardo lo hace desde la previsión de un escudo; algo demasiado evidente en 4x4 y Mi obra maestra, que apelan a ciertas “lecturas” de las cuales se atajan: la inseguridad ciudadana (y fascista) del primer caso, el “genio” artístico pero chanta en el segundo. Por esto mismo, Lola es pero no es Martel: los lentes, los cigarrillos negros, las pocas y premiadas películas. Pero hay algo más, y vale precisar: la Martel es brillante, Lola es puro ornamento. El cine de Cohn/Duprat puede ser bueno o muy bueno, el de Martel es excelente.
Ahora bien, la virtud de Competencia Oficial está más allá de esto. Se sitúa en un lugar, un espacio, casi sonámbulo y atemporal, tal vez por efecto de la pandemia pero también como plasmación visual de una burbuja en la que estos personajes conviven, forzadamente. Los planos son abiertos, fijos, con mucho espacio, dentro de un caserón gigante, destinado a los caprichos más o menos necesarios para los ensayos. En estos ambientes enormes se desenvuelven los personajes, pequeños, como si la imagen estuviera señalando su insignificancia; una de las escenas lo va a ratificar, al colocarlos en una presunta situación de riesgo, a punto de ser aplastados.
A grandes rasgos, la saña visual encuentra también corolario en cierto desprendimiento semántico: el del cine para “unos pocos”. Hay algo de esto en Competencia Oficial. Y puede haber algo de razón mordaz al respecto. De igual modo cuando la atención esté puesta en reírse de otras sensibilidades, más “experimentales”, para bajarlas a tierra con simples golpes de pared: el gag en cuestión es muy bueno –con la escucha del vinilo y los golpes del vecino– pero lo que dice/desdice no lo es tanto, habida cuenta de hacer caber todo en una misma bolsa. La egolatría está en cualquiera, sea o no artista, pero el relativismo puede estar a la vuelta de la esquina.
Competencia Oficial es capaz de perfilar, así como lo logran las anteriores películas de la dupla, un mundo impiadoso, de leyes autónomas, casi delirantes. Al tratar sobre el mundo del cine, se sitúa a sí misma dentro del asunto. Pero desde un lugar intermedio, que es también el que Cohn y Duprat ocupan, muy prudentes (y con talento, desde ya), en su relación con el circuito de las alfombras rojas, el de los complejos comerciales, y el del streaming.