Vicky sobrevivió al abuso de su padrastro (padre de su pequeña hija) y a una violación grupal en Florencio Varela en marzo de 2019. Victoria Mateluna tiene una herida que no termina de cicatrizar. Un dolor que –ella lo intuye y lo dirá- la acompañará siempre. La sensación de sentirse libre por primera vez en su vida se eclipsa cuando habla del hostigamiento constante de los diez violadores presos, que fueron condenados a 15 y 16 años por abuso sexual agravado por la pluralidad de hombres que participaron. Uno de ellos, Alexander Krick, le envió dos veces solicitud de amistad por Facebook desde la cárcel. Los abogados defensores apelaron la condena y la causa está en trámite de revisión en el Tribunal de Casación de La Plata. Los familiares de los violadores hacen “escraches” al juez Diego Agüero y a la jueza María Florencia Butiérrez para instalar la idea de “causa armada” por jueces “feminazis”.
“Dale que me toca a mí”
A los 17 años y con una hija --cuyo padre es su padrastro violador, que abusó de ella entre los 8 y los 15 años--, Vicky fue a una fiesta en una casa del barrio Santa Rosa. La fiesta devino pesadilla cuando empezaron a violarla más de diez jóvenes. “Dale que me toca a mí”, se peleaban los violadores. Vicky gritaba, lloraba y decía No. Nadie la ayudó, ni dijo basta, ni llamó a la policía. El mismo día hizo la denuncia y le extrajeron restos de semen mediante hisopados. A diferencia de otros varones, que suelen desconfiar de la palabra de la víctima, Diego Agüero, titular del Juzgado de Garantías Nº 6 de Florencio Varela, junto con el secretario Martín Grizzuti le creyeron. En el patio de ese juzgado que la contuvo, Vicky, que ahora tiene 20 años, recibe a Página/12. El año pasado terminó la escuela secundaria revela con la sonrisa de una pequeña victoria dibujada en sus labios. Trabajó en una carnicería y como moza; estuvo un tiempo practicando kick boxing y se entusiasma al anunciar que la próxima semana va a comenzar clases de tela, una actividad de acrobacia circense.
Necesita hablar para sanar y dar vuelta la página de una historia tramada por sucesivas violencias. Aunque pudo identificar a diez jóvenes, sabe que fueron más porque esa noche del 30 de marzo de 2019 en la casa del barrio Santa Rosa vio a otros. De hecho, hay cinco ADN encontrados en las muestras que le tomaron de varones que la violaron y continúan sueltos por Florencio Varela. “En un momento no sé qué me pasó, pero me dormí. Antes de cerrar los ojos vi a muchos hombres, no solamente a los que acusé. Esos cinco ADN son de hombres que quizá me los cruzo todos los días, pero no sé quiénes son”, dice Vicky con el temor a flor de piel. “En 2020 quedé internada de tanto pensar en todo lo que estaba viviendo, cuando liberaron a los cinco que habían dado negativo el ADN. Como vivían cerca, no podía dormir. Si salía a la calle, me los iba a cruzar. Antes no quería salir, hasta que vi que ellos empezaron a hacer su vida, me mandaban solicitud de amistad por Facebook, y me dije: ¿Por qué tengo que estar mal? Ellos tienen que estar mal, tienen que estar presos. Entonces esa siempre fue mi fortaleza: querer justicia. Por eso sigo adelante”, plantea Vicky y en la expresión de sus ojos almendrados, que de a ratos parecen verdes, hay coraje y una profunda tristeza, como si fueran dos caras de una misma moneda.
Violencia patriarcal
“Yo siento un poco de paz porque creí que no iba a ganar el juicio, pero todavía sigue ese dolor, no se va -cuenta Vicky-. Todos los días me acompaña y me pone triste ver a otras mujeres que no pudieron tener justicia. Estoy tranquila, pero con un poco de miedo de terminar muerta porque recibí amenazas de muerte y ellos me quisieron hacer callar. El miedo siempre está; solamente me falta ahora que se le abra una causa a la que era mi amiga, Marisa Aguilar”. La pregunta que se hace Vicky desde el 30 de marzo de 2019 es por qué Marisa no la ayudó en esa casa del barrio de Santa Rosa. “Si ves a una persona llorando es porque no le gusta. No me podía defender, pero lloraba. No entiendo por qué no le abren una causa a Marisa. Ahora tiene 18 años y sigue en contacto con los violadores; subió una foto a Facebook haciéndome burla, me mandaba mensajes bardeándome y yo le mandé un mensaje preguntándole por qué no me defendiste, porque me violaron y no hizo nada; seguía diciendo que yo quise, que soy una puta”, recuerda Vicky y la palabra “puta” le duele en el alma.
“No entiendo por qué la justicia no quiere meter presa a Marisa. Quizá porque es mujer y pudo haber tenido miedo. Yo también soy mujer y si la veía a ella que le estaban haciendo eso no iba a permitirlo. Marisa me vio agarrándome la cabeza y llorando y no me defendió. En el juicio dijo que no se acordaba de nada. No puede no acordarse de algo tan grave. Marisa siempre apoyó a los violadores, nunca se puso en mi lugar”. La Justicia recién allanó la casa ocho meses después de la violación. “Tendría que haber ido el mismo día que hice la denuncia o al otro día. Si ellos hubiesen ido al otro día, habrían sacado del colchón millones de pruebas”, aclara Vicky y vuelve a esa noche en que vio todo negro y se quedó dormida. “Cuando me desperté, ya era de día. Yo estaba abierta de piernas y me quejaba del dolor. Veía la puerta entreabierta y a un hombre que quería entrar. Alexander Krick le decía: ‘no, mirá cómo está’; pero quería entrar igual. No le vi la cara, no sé quién era. Cuando me levanté, me fui sola a hacer la denuncia”.
Un defensor particular cuestionó a Vicky porque no salió de la habitación. La jueza Butiérrez tuvo que advertirle que la mayoría de las preguntas que le hacía poseían estereotipos de género al intentar culpabilizar a la víctima de lo que había ocurrido. Otro describió el hecho, es decir la violación, como “una relación sexual intensa” para intentar suponer la existencia de un consentimiento. “Hacer fila, pelearse para el abuso, pegar ‘nalgadas’, grabar y violar a la vez a la víctima en forma anal, vaginal y oral mientras todos miran, tocan o chupan un seno y gritan en una clara arenga de grupo, de superioridad de género y numérica, no es meramente violencia sexual y cosificación de la mujer. Es síntoma de violencia patriarcal y símbolo obsceno de masculinidad”, fundamentaron Butiérrez, Jorge Moya Panisello y Santiago Zurzolo Suarez, integrantes del Tribunal en lo Criminal n°1 descentralizado de Florencio Varela.
Todos sabían
“A pesar de haber vivido una vida de mierda, quiero seguir adelante y sentirme bien, quiero sentirme hermosa y ser una persona porque nunca me permitieron ser lo que yo quiero ser”, subraya Vicky. “Porque uso una remera corta, estoy provocando. Porque uso un short, está mal. No es que quiero provocar sino que me gusta vestirme así y me siento cómoda. Una vez que estoy bien siempre buscan algo para que me sienta mal. Ya estoy cansada de eso. ¿Por qué siempre la culpable es la víctima? Si la víctima quiere salir adelante, está mal. Siempre la miran de mala manera a la víctima. Yo no puedo vivir toda la vida pensando que fui violada, aunque lo viva todos los días y lo recuerde. Quiero vivir mi vida, poder ser alguien, tener mi casa, un trabajo estable, y poder pensar otras cosas. Porque así como me ves normal, todos los días me levanto y pienso en lo que me pasó. Muchos me dicen ‘vos podés’, pero por dentro me duele el corazón”.
El padre de Vicky, adicto a las drogas, murió hace muchos años. Su madre, que la abandonó, fue golpeada por sus parejas y tuvo una hija producto de la violación de su propio hermano. Nadie le creyó a la madre. Después conoció a Carlos Rolando Acosta, el padrastro de Vicky. “Ahí empezó mi pesadilla porque me violaba de chica. Yo tenía ocho años y todos los días que podía aprovechaba y me violaba -repasa Vicky esos años de abusos, sometimiento y terror-. Él me obligaba a mentir, me decía que si no era de él no iba a ser de nadie. Me hacía faltar al colegio; una vez se enteró que hablaba con un compañero y me hizo faltar un mes; casi repito de grado. Todos sabían pero ninguno hacía nada”. La madre también sabía. “Mi mamá es lo único que tengo y yo la quería con todos sus errores, pero como sigue teniendo contacto con mi padrastro decidí no hablarle más. Mi mamá nunca me acompañó en el juicio, nunca me dijo: ‘hija, estoy acá, te quiero mucho, perdoname’. Nunca tuvo carácter de madre”.
Libre y viva
El padrastro de Vicky le daba miedo con solo mirarlo a la cara. “De chiquita me hizo creer que iba a vivir toda la vida en esa casa, que no iba a tener salida. Hasta que un día nació mi hija, producto de la violación de mi padrastro, conocí a mi primer novio y dije basta. Mi primer novio siempre sospechó porque yo no podía tener relaciones con él, me costaba. Hasta que pasaron cuatro meses y no aguanté más y le conté. Y ahí hicimos la denuncia contra mi padrastro y no me dieron bolilla. Después que sufrí la violación en manada, recién ahí se abrió la causa y lo metieron preso”, resume Vicky el camino que la llevó a denunciar el abuso sexual intrafamiliar. Acosta, el padrastro de Vicky, fue condenado en noviembre de 2019 a 17 años de cárcel.
Vicky decidió dar en adopción a su hija. “Con una mano en el corazón, yo crié a mi hija obligada. No la odio porque es una niña que nació de mi vientre, pero no la elegí”, afirma y confiesa que si hubiese tenido los recursos para pagar, no sabe si habría abortado. “No podía abortar porque me daba miedo la opinión de los demás o vergüenza de mi misma. Soy una persona que me cuesta expresarme, me cuesta hablar, me cuesta decir lo que siento”, reconoce y explica por qué eligió dar a su hija en adopción. “Quiero que ella sea feliz y que tenga todo lo que tendría que tener. Ahora seguro me van a juzgar porque entregué a mi hija o van a decir que soy una ‘mala’ madre. Siempre intenté ser una buena madre, la cuidé como pude... ella me ama y yo también la amo, pero no se merece la vida que tenía, la vida que me tocó a mí. Ojalá, Dios quiera, que tenga una familia que le pueda dar mucho amor”. Vicky sonríe y con la esperanza entre los dientes agrega: “Me siento más tranquila porque recibí la justicia que merecía. Hoy soy libre y sigo viva, a pesar de todo”.