Hace 25 años, en la ciudad de La Habana las figuras legendarias del son y el bolero vivían al margen del sistema. Las que habían podido seguir adelante con sus carreras, lo habían hecho resignando su glorioso pasado por un presente gris. Para colmo, desde fines de los '80 la timba (suerte de salsa a la cubana que resulta de la mezcla de son, jazz y nueva trova) había opacado por completo al resto de los ritmos afrocubanos. Hasta que un fabuloso accidente le brindó a estos músicos, en su mayoría septuagenarios, una segunda oportunidad para llevar adelante su propia versión de la Revolución cubana. Y todo esto gracias al sello World Circuit, que desembarcó en esa época en la nación caribeña con dos proyectos. El primero consistía en un disco de fusión en el que dialogarían soneros de la isla con artistas africanos, liderados por el guitarrista y compositor estadounidense Ry Cooder (autor de la banda de sonido del film Paris, Texas, así como colaborador de los Rolling Stones, Neil Young y Eric Clapton).
Sin embargo, las cosas no salieron bien. Los músicos africanos no pudieron viajar por un problema con sus pasaportes, lo que obligó a que el segundo proyecto, dedicado a la recuperación del sonido de descargas de las grandes orquestas de la época de oro de la música cubana, se convirtiera en un tributo al son, al bolero, a la guajira y a otros ritmos tradicionales. Así nació Buena Vista Social Club, laboratorio sonoro antillano que tiene en Omara Portuondo a su única cantante mujer. Para celebrar su primer cuarto de siglo, la disquera británica lanzó una edición especial del álbum que incluye un segundo disco con canciones inéditas. “No deja de sorprenderme lo que sigue pasando con ese disco”, reconoce la intérprete, vía mail, desde la capital cubana. “Es tan lindo recibir las muestras de cariño del público. Ahora podemos ver a generaciones que han seguido nuestras canciones en estos años. Pero ninguno de nosotros podía imaginar el éxito de este proyecto”.
La cantante participó en el álbum por casualidad. Una vez que comenzaron las sesiones de grabación en los estudios EGREM, el 26 de marzo de 1996, Juan de Marcos González, músico y productor cubano convocado para el proyecto original, se encontraba reclutando a artistas de la vieja guardia de la música tradicional de ese país. Cuando supo que Portuondo estaba en la sala contigua, irrumpió y le contó lo que buscaba. Entonces ella aceptó audicionar. “Necesitaban una vocalista. Al enterarse de que estaba allí grabando mi disco, vinieron a buscarme”, recuerda quien el 29 de octubre último alcanzó los 91 años. “Es cierto que canté ‘Veinte años’ sin apenas ensayar. Fue todo muy natural”. La leyenda dice además que después de salir del lugar se tomó un avión, aunque antes dejó registradas las canciones “Tiene sabor” y “Lágrimas negras” (incluidas en 2015 en Lost and Found, disco de rarezas de Buena Vista Social Club).
-¿Usted eligió los temas o le sugirieron lo que debía cantar?
-Tendríamos que revisar, porque ya he perdido la cuenta de cuantos temas habré grabado a lo largo de mi carrera musical.
-¿Sabe si tenían pensado incluir a otra mujer dentro del proyecto? Terminó siendo la única…
-Cuando terminé de grabar, ahí supe que estaban buscando una voz femenina. No sé si contactaron antes a otras cantantes, pero al enterarse de que yo estaba haciendo mi disco en el mismo estudio vinieron rápido a buscarme. Así surgió.
-Al momento de grabar, ¿el resto de sus compañeros estaba en la sala?
-Tengo un grato recuerdo del momento, porque al entrar en la sala de grabación vi rostros conocidos, tanto de los solistas como de los instrumentistas. No hubo ensayo, fue todo muy fresco. Nos salió del corazón.
En aquel entonces, el guitarrista Eliades Ochoa era el más joven de ese compendio de músicos. Tenía 50 años, cuarenta menos que el mítico Compay Segundo. “Nick Gold, de World Circuit, junto a Juan de Marcos fueron los que lo convocaron”, evoca Portuondo. El tándem lo conoció algunos meses antes de desembarcar en La Habana, durante una actuación del santiaguero al lado de su grupo, el Cuarteto Patria, en Londres. Ahí le propusieron ser parte del proyecto discográfico con los africanos. Una vez que cambiaron los planes, De Marcos inició el alistamiento. Incluso encontró resistencia por parte de artistas como el cantante Ibrahim Ferrer, quien en ese entonces se dedicaba a lustrar zapatos y hacía anotaciones para una lotería clandestina. Le tuvieron que suplicar para que se volviera a parar frente a un micrófono. Tras escucharlo cantar, la comitiva londinense lo invitó a hacer dos discos más en solitario.
-Al igual que sucedió con Ibrahim Ferrer y Compay Segundo, usted consiguió sacar un disco solista como parte del concepto de Buena Vista Social Club. ¿Le sorprendió la oferta?
-El vínculo con Nick Gold siempre ha sido bueno. Conozco a su esposa e hijos, y nos tenemos mucha estima. Efectivamente, Nick me propuso sacar un disco en solitario (Lágrimas negras, 2005), del que tengo mucho cariño y que me ha traído muchas alegrías.
-En 2020 lanzó su más reciente disco, Mariposas, que la aleja del bolero y el son para acercarla a una lectura más moderna de la música afrocubana. ¿Por qué se atrevió a salir de su lugar de confort?
-Yo siempre trabajé muchos proyectos diferentes y hacer algo así me mantiene activa. Además, en esta ocasión puse la mira en el público más joven. Le tengo mucho cariño a ese disco.
-Si se repasa su discografía, en la década del '90 fue cuando comenzó a publicar con más regularidad. ¿A qué se debió?
-Siempre trabajé mucho, nunca he parado y supe adaptarme a los proyectos que ocurrían en cada momento. Cuando te llegan las oportunidades, hay que abrazarlas con fuerza.
-Pronto se cumplirán 65 años de Magia negra, debut solista que aún sigue sonando vanguardista por ese cruce entre la música afrocubana y el jazz. ¿Qué perspectiva tiene de ese álbum a la distancia?
-En aquel entonces, yo estaba de gira con el coro femenino (se refiere a Las De Aída), y los que me rodeaban me incitaron a grabar estas canciones y a hacer este proyecto como solista. Tenía 25 años, por lo que fue un momento muy importante para mí. Cuando me propusieron reeditar ese disco, en 2014, volví a encontrarme no sólo esas canciones, que tantas alegrías me dieron, sino también con muchas anécdotas.
-Mientras ese repertorio comenzaba a tener vida propia, usted fue parte de la Orquesta Anacaona, primer ensamble femenino de música afrocubana, y de Las De Aída, otro proyecto femenino. ¿Cómo era ser mujer en una escena musical básicamente colmada por los hombres?
-Es un grato honor ser figura de inspiración para otras mujeres y artistas. Infelizmente, la desigualdad está en todos los campos de la vida, no sólo en la escena musical. Hay que erradicar el machismo desde todas las esferas de la vida.
-Celia Cruz y La Lupe son otros dos símbolos de la música afrocubana. ¿Nunca le tentó la salsa, al igual que a ellas?
-Yo siempre canté son, que es a lo que usted le dice salsa (en Cuba no se suele usar la palabra “salsa”, tal como lo señala la artista, porque se trata de una etiqueta marketinera creada en Venezuela a partir de un programa de radio, La hora de la salsa, auspiciado por una marca de kétchup local). De hecho, yo grabé un disco con Adalberto Álvarez, que en paz descanse, ya que acaba de fallecer. Ahí me convertí en una de las primeras cantantes en grabar un son.
-El año pasado, el bolero fue declarado “Patrimonio Cultural de la Nación” en Cuba. ¿No llegó un poco tarde ese reconocimiento?
-Es un merecido reconocimiento. Es fantástico, ya que celebra a todos los artistas y boleristas del mundo y de Cuba. Además, es un buen recordatorio a todas aquellas personas que se han enamorado alguna vez escuchando un bolero.
-A partir del proyecto Buena Vista Social Club, hubo un redescubrimiento no sólo de las leyendas musicales de la isla sino también del bolero, del son y de la guajira. ¿Los jóvenes de su país sienten empatía por estos géneros?
-Cuba es una isla musical y eso se nota en cada rincón del país. Forma parte de nuestra esencia, de nuestra cultura. Además, hay una gran tradición educativa, con muchísimos artistas talentosos en todas sus expresiones artísticas. Con respecto a la música, los jóvenes son conocedores de estos y otros géneros, pero siempre hay un respeto al tratar los clásicos cubanos.
-Cuando recibió la edición conmemorativa de Buena Vista Social Club, ¿qué sintió al enterarse de que había temas inéditos?
-Me produjo una serie de sentimientos: nostalgia, felicidad, cariño. No estuve involucrada en los detalles, pero sí puedo decirle que me alegro de que editaran estos temas. Es un buen regalo para celebrar los 25 años del proyecto.
-Esos clásicos de la música cubana siempre estuvieron ahí. Tomando en cuenta que eran parte de su cotidianidad, ¿no le llegó a parecer irónico que muchas décadas después fueran apreciados por públicos de todo el mundo?
-Fue una oportunidad de dar a conocer estos géneros a nivel mundial. Está muy bien que pase, no importa cuándo. Es parte más de nuestra cultura, de nuestra identidad.
-Luego del “Adiós Tour”, su última gira como Buena Vista Social Club, ¿cómo siguieron con sus vidas?
-Yo seguí siendo la misma persona. Todos los integrantes, en mayor o menor medida, hemos seguido trabajando. Lo bello es que muchos nos conocíamos de antes y el proyecto nos unió creando una gran familia, llena de cariño y respeto. Pasamos muchísimas horas juntos: viajes, extensas giras, espera en los aeropuertos. Son muchos los recuerdos que vienen a la mente cada vez que escuchas un tema. O bien incluso cuando los interpreto.
-De todos los recitales que ofrecieron, ¿atesora alguno?
-Han sido muchos, la verdad. Me parecería injusto quedarme sólo con un recuerdo, cuando fueron tantos y tan diferentes, desde los muy personales a eventos como la actuación en la Casa Blanca o el concierto del Carnegie Hall. Ese fue un momento mítico, si eso responde a su pregunta.
-¿Y de la Argentina qué recuerda?
-Tengo gratos recuerdos de mis numerosas visitas a la Argentina. Creo que la última vez que estuvimos allá con el Buena Vista fue en 2018. El público argentino es muy querido, siempre nos arropó con mucho cariño en cada actuación.
Si el año pasado disfrutó de una nueva nominación al Grammy Latino (su single “Bolero a la vida” compitió en la categoría “Mejor canción tropical”), del estreno de su documental Omara y del recibimiento del premio World Pioneer 2021, el 18 de febrero apareció su colaboración con C. Tangana (el tema “Te venero” está incluido en La sobremesa, el nuevo disco del cantante español). Unos días antes, la cantante había anunciado su última gira mundial, que lleva por nombre “Vida”. “Siento que es un buen momento para dejar personalmente a mis seguidores en los países más lejanos, a los que, como aún no se ha inventado la teletransportación, parece más difícil que pueda volver”, justificó la artista, que ultima su próximo álbum de estudio. “Para mí, cantar es vivir, es mi manera de ser. Si me preguntan por mi lugar favorito, será siempre el escenario, la canción que canto, el próximo aplauso. Mientras tenga voz y alguien quiera oírme, permítanme cantar”.
-¿Puede compartir su secreto para llegar a los 90 años y, de paso, con tanto ímpetu?
-La pandemia fue muy dura. En mi caso, tomé todas las precauciones. Pero aún así no dejé de cantar. Celebré conciertos en mis redes sociales y seguí grabando mi nuevo disco. No sabría decirle el secreto. Supongo que debe ser tener una vida sana, porque no bebo ni fumo. Hago mis pequeños estiramientos y me rodeo de personas queridas. Mi vida se basa en el amor, el trabajo y en el agradecimiento.