El tipo se le acerca en el club y le dice que la mejor manera de llegar a X es tomar un colectivo que, minutos más tarde, ven desaparecer delante de sus ojos. El tipo suelta una carcajada porque el próximo pasa en una hora, aunque luego, como haciendo enmiendas, le sugiere una ruta alternativa. Como no va a esperar toda una hora con los patrulleros de cacería lo sigue hasta la estación. Allí se entera de que el tren directo a X no le sirve, es en 50 minutos y la cita en media hora, si no llega a tiempo no les quedará otra que levantar todo. El tipo le recomienda que tome el que está por llegar y se baje en Z, taxis no va a encontrar porque hay una huelga informal, pero sí hay colectivos. Cuando aparece el tren, lento y saturado de pasajeros, el tipo lo demora, le dice que le robaron la billetera, así que saca un billete sucio y se lo da para perderlo de vista. Por las dudas, se cerciora de que el tren vaya a Z, algo que le ratifican los que están apiñados en la puerta, pero que cambia al rato porque anuncian un desvío hacia H, un problema de sabotaje de las líneas, así que un bigotudo le sugiere que si va a X se baje en la próxima para tomar otra combinación.

Cuando baja ve una línea de policía y perros en la entrada de la estación. Sale junto a la multitud que va a sus casas, todos con las cabezas gachas, queriendo correr, pero caminando despacio. Sigue al gentío sin pensárselo porque la estación se ha vuelto peligrosa y pararse o preguntar delataría que no es de allí, y entonces pueden venir las preguntas, ¿a dónde va?, ¿de dónde viene?, ¿por qué bajó en esta parada? Arma varias respuestas, todas frágiles, todas tan agujereadas que se olvida del resto hasta que se da cuenta de que la gente se ha desperdigado, quedan unos pocos dando vuelta y una certeza: lo están siguiendo. Es una sensación clavada en la espalda y la nuca, que confirma en el reflejo de la vidriera de una zapatería, en esas dos figuras detrás que sincronizan el paso con el suyo. La funeraria es su salvación. Está a una cuadra de la zapatería y hasta la yuta respeta esos lugares, seguro que incluso el más sádico torturador vive rodeado de pesadillas que conjura santiguándose o mostrando deferencia en sitios solemnes o sagrados.

Entra a preguntar por los servicios que ofrece la funeraria, es un desvío de la cita en X, pero no le queda más remedio. Lo hacen pasar a una sala llena de féretros con una respetuosa, grave amabilidad. Él no mira a sus espaldas, pero los ve de reojo. Van de civil, el pelo corto, engominado y la cara alzada, altanera, destilan prepotencia, pero tal como había calculado, ni se atreven a mirar; más aún, se persignan como si pasaran delante de una iglesia.

El tipo que lo atiende en esa atmósfera silenciosa, solemne, lleva traje negro y una cara alargada, huesuda y pálida, pero es extremadamente solícito y comprensivo. Él le habla de un tío muerto, una familia sin recursos que él va a ayudar por el parentesco, pero también porque el barrio entero está dispuesto a poner el hombro. El tipo se sonríe, los dientes afilados y largos, sumados al atuendo, acentúan ese aspecto de Drácula que tienen algunos empleados de funeraria. Le muestra su última innovación en féretros, féretros resistentes al fuego salvo al sacro y definitivo, están de promoción y dada la situación suya, le va a hacer un excelente precio, no va a encontrar nada mejor en el mercado. El tipo se explaya con una complicada explicación científica sobre la madera que ellos trabajan, tiene un discurso que mezcla sin pudor al vendedor nato y la tecnología tanática de punta, pero no importa, lo único que le interesa es haberse hecho invisible y en eso falla porque justo en ese momento ve a los dos policías de civil en la puerta y le pide entonces que abra el féretro y el tipo lo hace, ningún problema, el cliente siempre quiere ver lo que va a consumir. La tapa abierta lo resguarda de los policías que han entrado y se ponen a hablar con el otro empleado que les explica --la nitidez del sonido del lugar es asombrosa-- lo que Drácula le dijo a él, debe ser el verso estandarizado de la funeraria.

Drácula adivina lo que él está pensando y le dice que la acústica del lugar es perfecta, los viernes y sábados por la noche retiran los féretros y hacen conciertos de música clásica, esta noche es el Requiem de Mozart, puede quedarse si quiere. Lo escucha a medias porque está atento a los policías que siguen hablando con el otro empleado, puede que bajen la voz por respeto o puede que sea para que él no escuche, quizás están esperando el mejor momento por si él estuviera armado, eso no pueden saberlo, no van a arriesgar la captura con un paso prematuro. Cuando Drácula le acerca el rostro para preguntarle qué altura tiene el finado, no puede ocultar el miedo ni la duda. Como yo, le macanea, un poco más flaco, y Drácula se sonríe satisfecho, ¿quiere probar uno? ¿Probar uno? Sí, probarlo, le contesta Drácula, eso le abarataría los costos, porque no tendría que tomar medidas a las apuradas, si usted calza en ese féretro se lo lleva o nos da una dirección y se lo enviamos.

No tiene tiempo de pensarlo así que le contesta que sí y vuelve a calcular, ¿tendrán la cana la dirección en X?, quizás alguien lo cantó, por eso la línea de policías y perros en la estación. Siempre solícito, Drácula le alcanza una escalera enana, él sube los tres peldaños y se sumerge en el féretro dispuesto a nadar de noche. Es la medida ideal, le dice Drácula, la voz superpuesta con la del otro empleado que le está explicando a los policías la tecnología tanática de punta, los tipos ni miran en su dirección, parecen genuinos clientes que quizás sean policías, así que se deja llevar y cierra los ojos.

El féretro es francamente cómodo. Con inocultable satisfacción, Drácula le explica que todos los clientes le dicen lo mismo, la tela es mullida, el fiambre duerme como nunca, por eso la compañía está progresando a toda velocidad y tienen sucursales, y él se ha comprado una casa con pileta y otra de verano. X está cada vez más lejos, aun si sortea a los policías y vuelve a la estación va a ser muy tarde, así que le pregunta si tienen sucursal en su zona y el tipo le dice que van a alquilar un local, en la avenida principal, muy bien ubicado y él asiente y acota que está bastante cerca de su casa. Si es así, le dice Drácula, cuando le llegue el momento, se ahorraría el envío. Nota que los policías han salido, girando en el féretro, con la cabeza del lado de los pies, se asoma y los ve parados en el cordón de la vereda de enfrente, hablando con un patrullero, señalando la funeraria. ¿Hacen entrega a domicilio y en el acto?, le pregunta. Drácula echa una mirada a la plaza y se sonríe, también él ve una oportunidad. Le dice que si quiere lo lleva, los coches están en la puerta trasera, pueden transportarlo así, a cajón cerrado, en menos de media hora estará en X, eso sí, el anticipo es en efectivo, completará el pago al llegar a destino.

El féretro se cierra, comienza a moverse, primero bajo ruedas, luego en un desplazamiento hacia arriba sostenido por un conteo de voces masculinas, 1, 2, 3, y un envión hacia lo que debe ser el interior del coche fúnebre. Hemos sacado a mucha gente así, le dice Drácula. La voz suena distinta con la madera de por medio, como si se estuviera alejando. ¿Usted no viene?, le pregunta alarmado. Tengo trámites que cumplir, contesta Drácula. Las entregas son así, hay formularios que rellenar, nadie se salva de eso. 

@MarceloJusto11