La mirada occidental se disloca y desconcierta en el encuentro con la cultura moderna japonesa. Y a veces exotiza y juzga desde sus propios parámetros. Si hay un lugar donde el simple vista --más que nunca-- no alcanza para decodificar el mundo físico primario, es Japón. Por eso el valor de los estudios culturales del mexicano Mario Bogarín, licenciado en Ciencias de la Comunicación, master en Antropología y doctor en Ciencias Sociales. Desde su cubículo en la Universidad Autónoma de Baja California, México, donde da clases de crítica de arte y estudios culturales, Bogarín ve por la ventana la frontera con Estados Unidos a 35 metros. Allí está La Línea que separa dos ciudades: Caléxico y Mexicali (mezcla de California con México y viceversa). Es un muro marrón de acero con las aberturas de una persiana americana en vertical de cinco metros de altura. Pero Bogarín, cada vez que puede, cruza una frontera mucho mayor: se va a investigar a Japón.
--¿Por qué cree que en Japón se ve bastante eso que, a nuestros ojos, parece una sexualización de la niñez en el anime para consumo visual? Pareciera que en lo que hace a la representación en público --física o dibujada-- Japón tiene otros tabúes.
--Perversos hay en todos lados. Pero piensa en el fenómeno de las estrellas de heavy metal japonés llamadas Baby Metal: tres adolescentes que cantan y bailan en un contexto a lo Megadeath vestidas de lolita con tutú. Nunca un fan las ha acosado ni fue grosero con ellas: todos las cuidan, aunque haya quien tenga sus fantasías. El shinto celebra al niño que nace puro y lo protege como una entidad que apela a nuestra condición primigenia. Su sexualización puede venir de cierta idea de perfección aplicada a la belleza. Todas esas estrellas y artistas del J-Pop no pueden desarrollar una adolescencia normal como ir a la escuela, tener novio o andar por la calle. Una de las Baby Metal abandonó el grupo. Se temió que hubiese muerto y corrió el rumor de que estaba embarazada. La mera hipótesis fue un escándalo que afectó la imagen de la banda: esas chicas deben ser supervirtuosas y sobresalir del promedio en un plano no muy humano. Tienen que irradiar una imagen ideal para inspirar a sus fans a dar lo mejor de sí y acercarse al arquetipo de virtud. Básicamente, son un modelo de persona. Lo musical es secundario: no necesitan una gran voz. Deben ser muy bonitas con rasgos clásicos y poco voluptuosas, bailar y tener un aura virginal con conductas de suma pureza. Y por supuesto hay bandas de J-Pop masculinas. En Occidente prima el talento artístico y los escándalos juegan más bien a favor.
--¿En qué medida el caso puntual de las niñas que hacen J-Pop en el documental Tokyo Idols que se ve en Netflix puede interpretarse a la manera de un espectáculo como cualquiera otro, o tendría acaso implicas de deseos pedófilos disimulados con esos señores yendo a mirar vírgenes bailar?
--Hay que tomar en cuenta que en Japón existe un vasto mercado de idols que implica a personas de muy corta edad (conocidas como Juniors) en espectáculos diseñados plenamente para un público infantil pero que, por la fuerza de la difusión del fenómeno idol, son accesibles para todo tipo de públicos e incluso son ubicadas casi en la misma línea con sus “hermanas” mayores como el grupo AKB48, que son chicas ya desarrolladas o incluso legalmente adultas. Todo ello es consecuencia de la demanda perpetua de novedades en música y merchandising en el negocio japonés, que no suele hacer distinciones entre los productos. Esto lleva a que una banda como Sakura Gakuin --disuelta en agosto pasado-- gozara de la predilección de un público adolescente y adulto (hombres y mujeres). Todo depende hacia quién va dirigido el producto. La estética inocente llamada kawaii atrae muchísimo a gente que hace mucho ya que dejó atrás su juventud, gracias a que posee un poder evocador en una cultura que siempre ha mostrado un gran respeto y veneración por la infancia y la inocencia, siendo estadios que forman parte de la evocación nostálgica de los adultos, como en cualquier lugar, pero potenciados por la gran abundancia de productos donde se ensalzan ideales canónicos sobre la gente joven.
--¿En qué medida eso puede tener un trasfondo místico a nivel de inconsciente colectivo ancestral y de deificación, que no llegamos a ver --nosotros occidentales-- a simple vista?
--Lo que se ve en el documental Tokyo Idols es un atisbo de la vida de hombres adultos y solteros que han invertido --algunos de ellos-- pequeñas fortunas en productos y eventos protagonizados por su artista favorita. Esta es, para mí, la “advocación” que ha adoptado el otaku --fanático del manga y anime-- de los ´90, llevado ahora a la actualidad: son personas mayores que dedicaron los años más productivos de su vida adulta a seguir un ideal --esa niña de la que es fanático-- a través del consumo de la imagen de estas artistas con quienes sostienen a veces intensos nexos vicarios encarnados en objetos ligados a ella, que han comprado --por ejemplo un moño-- como complemento a sus fantasías.
--¿Cuáles son los procedimientos de socialización y reglas que las idols deben seguir para mantener su imagen de pureza e inocencia ante un mercado tan exigente y un público que parece ubicarlas en un lugar parecido al de una monja shinto?
--En la cultura idol se valora la inocencia, real o impostada, y esa es la principal baza para apropiarse del ideal que se tiene sobre las mujeres jóvenes (aunque también sobre los hombres) como un ejemplo a seguir. Como todo modelo ideal, esto implica que el arquetipo pase por encima de las voluntades e individualidades de las chicas que deben permanecer en un estado casi religioso de preservación de sus virtudes, pues de lo contrario serían personas como todos los demás y no valdría de mucho la inversión que se hace en ellas para volverlas protagonistas de una gigantesca fantasía colectiva. En la medida en que se dispone de ellas en la forma de idols, los fanáticos acceden a un fragmento de esa dulzura e inocencia que pueden comprar a través de un mundo de artículos devenidos fetiches en algunos casos. Y este es un atractivo adicional con estas chicas: desde los CD y muñecas con su imagen hasta el cheki o fotografía laminada que incluye la firma de la artista predilecta, un objeto que al menos en su formato, recuerda a las estampitas de santos que incluían oraciones y efigie.
--El fenómeno tiene cierto paralelismo con una entronización que vi en Nepal de las diosas vivientes, las niñas Kumaris que aparecen frente a la masa de fieles y llevan una vida apartada del resto de los mortales: cuando menstrúan por primera vez, “desencarnan” y “regresan” a la vida terrenal. Algo parecido les sucede a las niñas endiosadas del J-Pop al cumplir 18 años: las suplantan por otras que mantengan su “pureza”. Aquellas tienen ropaje tradicional y las japonesas otro moderno.
--¡Híjole! ¡Es así! Al crecer, esas japonesas pierden su halo sagrado. Si partimos de que en el J-Pop lo musical es secundario, pues lo central es la veneración. Y hay que preservarlas en estado de pureza: son un modelo de conducta, un referente social. Por eso al madurar son desechadas bajo el eufemismo de que “se gradúan” y son reemplazadas por otro modelo idéntico: la gente las olvida fácil. Su cuerpecito debe perdurar siempre igual, mientras sea posible, antes de que lo perviertan las mismas cosas que a un mortal común. El trasfondo de esos shows puede verse como un ritual arcaico en un marco posmoderno. Pero todo eso es tan humano. Es un mecanismo muy elemental de veneración de un arquetipo. Es el mito del eterno retorno nietzcheano, ajustado a otra dinámica. La aparición de Hatsune Miku --el holograma que canta y baila y llena estadios-- brotando mágicamente del escenario --o las idols de carne y hueso rodeadas de una pompa laser-- son un momento sacro. En el fondo es el mismo shock de cuando aparecían Los Beatles. Y Madonna es una idol occidental. Esa estetización es una fetichización devenida en una liturgia muy elaborada y seguida por el público, que tiene mucho más en común con los fans occidentales de lo que imaginaríamos. Esta es una industria que desecha a sus grandes estrellas varias veces al año y eso obedece a las exigencias de un mercado como cualquier otro. Los fans tienen también la esperanza de acercarse físicamente a ellas. Y de no ser posible, alimentan su deseo mediante la contemplación del objetivo de sus afectos --o sea la imagen de ella-- congelado en el tiempo. Esto no significa que la ídola necesariamente quede convertida en niña eterna: en general los públicos no desean que las artistas cambien mucho en relación a cómo las conocieron. Muchas de ellas, siendo incluso mayores de edad, “decepcionan” a sus fanáticos si se enteran que “su chica” sale con alguien o, peor aún, se va a casar.
--Existen varios de estos “escándalos” en que a las “diositas” se les escapa una conducta muy humana.
--El primer caso ocurrió en 1985, el llamado “escándalo de las fumadoras”: seis de las primeras once miembros de la banda Onyanko Club fueron captadas fumando en la cafetería Kissate, después de abandonar el estudio de grabación. Era una conducta estrictamente prohibida en la industria del género Idol japonés. Lo agravaba el hecho de que en ese momento todas eran menores de edad y estudiantes de secundaria. Otro es el caso de Minami Minegishi, integrante de AKB48, quien en 2013 protagonizó un escándalo que llevó a que la degradaran al estado de “paria” dentro de su banda --es como mandarla al banco de suplentes--, luego de que se descubriera que había pasado la noche en casa de Alan Shirahama, un joven miembro del grupo Generation, algo que va contra las políticas de la agencia que controla a la agrupación de ídolas. La chica decidió rasurarse la cabeza en una crisis de pánico como acto de contrición y posteó un video rapada, entre lágrimas, que ilustra la presión a la que estas jóvenes viven sometidas: “No espero poder ser perdonada por hacer esto, pero lo primero que pensé es que no quiero renunciar a AKB48. No puedo pensar en dejarla ahora ni a aquellos con quienes he pasado mi juventud, además de los fans. Sé que estoy siendo demasiado optimista, pero quiero permanecer como Minegishi Minami de AKB48 si es posible. Todo es mi culpa, lo siento”.
--Fue como si degradaran a una geisha al nivel de maiko (aprendiz).
--En Japón, el cortarse el cabello es signo de arrepentimiento y penitencia. El video de Minegishi fue una bomba en los medios japoneses y tuvo ecos en el extranjero, donde el incidente fue visto como una excentricidad más de la exótica industria japonesa del entretenimiento. Algo bueno le habrá dejado a Minegishi su “acto de arrepentimiento” ya que se convertiría con el tiempo en la única miembro original de AKB48 en permanecer en el grupo hasta comienzos de la década presente, con un récord dedieciséis años en la banda. En los últimos años, los escándalos de esta naturaleza han subido de tono implicando una mayor interacción del público gracias a las redes sociales. Hace poco, la idol y seiyuu --actriz de voz para anime-- Runa Narumi, fue descubierta en una relación con el youtuber Mokou, a quien le era infiel con un empresario cuya esposa terminaría develando el asunto. Estas revelaciones fulminaron la carrera de Narumi cancelando sus contratos. El crítico cultural Hiroki Azuma ha denunciado esta cultura de la cancelación al estilo japonés, señalando lo inadecuado de forzar a las jóvenes a renunciar a una vida propia mientras están bajo autoridad de las agencias artísticas que buscan satisfacer los deseos de los seguidores que se niegan a verlas crecer como adultos normales.
--La idol puede posar en bikini porque muestra su cuerpo frágil e inocente sin impurezas. Pero desnudarse ya no: se le caería el aura virginal. Como en toda sociedad, aquí existen parámetros de lo que no se puede mostrar. En Irán una mujer es pura para un religioso si se cubre el cuerpo. En Japón, más bien hay que demostrar la lisura de la piel transparente y una huesuda delgadez.
--Al final de cuentas, el tema central en todo esto es la pureza. Y ella puede mostrarse en bikini porque nadie se atrevería a hacerle algo. También hay eventos sin show musical a donde asisten miles de fans exclusivamente para darle la mano --o sea para tocarla durante 15 segundos cronometrados-- o tomarse una foto con ella, previo pago de la entrada. Al crecer adquirimos sabiduría y malicia, pero también envejecemos y engordamos. Esto implica decadencia y muerte. A esas chicas congeladas en la cumbre de la adolescencia les falta muchísimo para alcanzarnos: tienen toda la vida por delante. ¿Y quién no quisiera volver a tenerlo todo por delante? Esto se entronca con el concepto estético del mono no aware --que también constituye la estética infantil kawai--, entendido como una nostalgia por esa belleza que se va al caer la hoja del cerezo.
--En Japón existen fiestas de cosplay, decenas de miles de jóvenes que se disfrazan de personaje de anime con suma sofisticación. Allí existe una concepción antropológica central para entender muchas conductas: el honne y el tatemae. El segundo a una máscara de perfección e inmanencia que uno no debe sacarse en público. Y el primero es el verdadero “yo” que --se espera-- permanezca siempre oculto ante los demás. ¿Cómo pueden aplicarse estas dos caras al cosplay?
--La categoría de honne implica los verdaderos sentimientos y deseos de una persona, que podrían ser distintos a los aceptados o requeridos socialmente, mientras la categoría de tatemae es la fachada que uno muestra en público. Ambas son un conjunto de tácticas de sociabilidad que no difieren en lo esencial de las conductas humanas en el resto del mundo. Lo interesante aquí son los extremos a los que este binomio es llevado para resolver tensiones individuales y grupales, tanto en la familia como en las relaciones amistosas o en la cultura corporativa japonesas. En el caso del cosplay los usuarios de la vestimenta de personajes de manga/anime utilizan la práctica diaria del tatemae como una forma de “enmascarar” sus verdaderos deseos --como todo japonés-- pero al disfrazarse juegan de alguna manera con una estrategia de doble vía en la que es obvio que siestán disfrazados, no se están mostrando tal como son. Pero a su vez están presentándose en sociedad a través de una caracterización que muestra de mejor manera su propio imaginario individual encarnado en los personajes.
--El que participa del cosplay está de fiesta, divirtiéndose, algunos bailan, posan, se ríen, exteriorizan cuando en general eso está mal visto. En algún punto se liberan y se quitan la máscara del tatemae. ¡Pero luego se ponen otra de plástico o de maquillaje extremo! Para poder ser “ellos mismos”, terminan adquiriendo como una tercera personalidad.
--Esta relación honne/tatemae se vuelve un dispositivo de negociación bajo la práctica del cosplay por el poder que tiene de permitir canalizar los verdaderos deseos de sus usuarios, más allá de la identidad que la sociedad reconoce/exige de ellos en la vida cotidiana. Se ha teorizado que las complejidades de honne/tatemae son las causantes de que exista el fenómeno de los hikikomori, jóvenes que renuncian a formar parte de la sociedad y se aíslan en sus habitaciones al no sentirse capacitados para entender los finos equilibrios de una sociedad tan estrictamente reglamentada.