El extenso alegato de la fiscalía federal en el sexto juicio por delitos de lesa humanidad que se lleva a cabo en Jujuy desde junio de 2018, se detuvo el jueves último en el repaso de los crímenes cometidos en el centro clandestino de detención y torturas de la localidad de Guerrero, a 28 kilómetros de la capital provincial, San Salvador.
En la exposición del jueves, el fiscal Federico Zurueta y la auxiliar fiscal Marina Cura abordaron detenciones ilegales realizadas en localidades jujeñas como Calilegua y Libertador General San Martín, y en San Miguel de Tucumán, donde varios estudiantes jujeños fueron arrestados y llevados a Guerrero. Allí algunos fueron asesinados.
Las detenciones en Calilegua y Libertador, pueblo donde se encuentra el ingenio Ledesma, se realizaron en la conocida como "La noche del apagón", cuando hubo un corte de energía generalizado y los grupos de tareas actuaron al amparo de la oscuridad, entrando con gran violencia, algunas veces a los tiros, a distintas viviendas de las que secuestraron a jóvenes que estaban anotades en una lista. Luego, con los ojos vendados, maniatadas y golpeadas, estas personas fueron llevadas a Guerrero.
Le tocó a la auxiliar fiscal alegar las torturas, entre las que se incluyen los abusos sexuales.
“Los malos tratos padecidos se iniciaron desde el momento de la detención”, dejó establecido desde el comienzo Marina Cura. Recordó que las personas que padecieron la detención en ese lugar llegaron encapuchadas, vendadas, atadas y golpeadas. Y les daban un número, "como hacían los nazis con los judíos", como contó en su momento el ex detenido Vicente Lino Cáceres.
La auxiliar fiscal dijo que por todo lo que se sabe de Guerrero, bien se lo podría llamar “el sitio del horror”. Y señaló que a pesar de que no lograron recuperar documentos de ahí, “porque han sido destruidos”, “sin embargo, contamos con el valioso testimonio de cada uno de los sobrevivientes de ese lugar”. “Es abrumadora la coincidencia de los relatos de las víctimas”, ratificó. Los testimonios son coincidentes también en que los represores eran de Gendarmería, de la Policía de Jujuy y del Ejército.
Basándose en esos testimonios, Cura narró las extensas sesiones de torturas con picana en interrogatorios en los cuales las víctimas eran colgadas de los pies con una roldana e introducidas en tachos de 200 litros. Explicó que no recibían atención médica, que la comida era escasa y que tenían prohibido hablarse, a pesar de lo cual se reconocieron entre ellas, porque eran todas conocidas de sus pueblos, y muches habían sido compañeres de la secundaria en la Escuela Normal de Libertador.
Sin poder siquiera ir al baño, estas personas eran sometidas a tormentos todas las noches, sostuvo la auxiliar fiscal. En algunos casos, cuando se quejaban por el frío, les arrojaban agua hervida, provocándoles graves heridas; también usaban alambres calientes para torturarlos en la espalda, los genitales y los glúteos.
La auxiliar fiscal destacó que en medio de estos sufrimientos había víctimas que pedían que las mataran; dos, Salvador Cruz y Román Rivero, intentaron huir y fueron asesinadas. Otros morían durante los interrogatorios, lo que era motivo de risas de los represores.
Cura enumeró a los "atormentados tanto física como psicológicamente" en Guerrero: Johny Orozco, Salvador Cruz, Román Patricio Rivero, Miguel Ángel Garnica, su hermano Dominga Horacio Garnica, su mamá Eulogia Cordero de Garnica, su tío Alfonso Waldino Cordero, Ernesto Reynaldo Samán, Hipólito Alvarez, Casiano Bache, Raúl Ramón Bartoletti, Elisa Norma Castillo, María Azucena Cortez, Luis Escalante, Hilda Figueroa, Rufino Lizárraga, Mario César Maldonado, Héctor Narváez, Delicia del Valle Alvarez de Narváez, Enrique Núñez, Mario Martín Núñez, Ana María Pérez, Isidro Salinas, Rubén Horacio Carrazana, Leandro Rodolfo Córdoba, Domingo Faustino Reales, José Manuel Cabrera, Rubén Edgardo Canseco, Juan Gerardo Jarma, Rubén Molina, Hugo Antonio Narváez, Juan Carlos Espinoza, Walter Hugo Juárez, Guillermo Genaro Díaz, Germán Tomás Córdoba, Humerto Filemón Campos, Vicente Lino Cáceres, Juan Miguel Lodi, Alfredo Mérida, Alfredo Benjamín Cortez y Raúl Cortez, “entre otras víctimas que también estuvieron cautivas en ese lugar”.
Y avanzó destacando algunos testimonios: la hija de Hipólito Alvarez declaró que cuando su padre volvió tras ser liberado estaba tan sucio, la ropa tan llena de orín, que no lo pudo reconocer; cuando entró a la casa, perdió la fuerza, cayó, y lloró por una hora aproximadamente; tenía la espalda quemada, las manos llagadas.
El testimonio de Enrique Núñez es otra muestra de la crueldad de los represores. Fue muy golpeado, estuvo diez días sin comer y sin ir al baño, al cabo lo dejaron frente al Hospital Pablo Soria; tantas lastimaduras había recibido en los ojos que estuvo ciego durante unos 30 días, alguien lo llevó al hospital, donde estuvo unos 40 días y “recibió tratamiento para la vista, la deshidratación y para la desnutrición”.
A Humberto Filemón Campos le dijeron que era el número 200 y que se olvidara de su identidad. Fue torturado, estuvo vendado y maniatado; como otros, reconoció a compañeros, “estaban todos tirados en el piso, pelados, sin cubiertas (no tenían ningún tipo de abrigo), atados, con las manos en la espalda, encapuchados y también atados de pies”.
Otros testimonios, como los de María Azucena Corez y René Rodríguez, dieron cuenta de que les daban agua o comida con orina. Y que algunos estaban perdiendo la razón por las torturas.
Hasta que un día no los oyeron más
Otra forma de tortura fue escuchar los llantos, los ruegos, los delirios, "constituyen la violencia psicológica", dijo la auxiliar fiscal.
Por ejemplo, Hipólito Alvarez contó que a Salvador Cruz, lo golpeaban mucho más, escuchaba sus gritos hasta que un día sonó un disparo y no lo volvió a oir.
Hilda del Valle Figueroa también recordó a Cruz, dijo que intentó escapar junto a Rivero y fueron asesinados a tiros. “Yo escuché morir a Rubén Canseco. A otros, como los (hermanos ) Garnica, directamente no se los escuchó más”, añadió.
Al principio podía ver por debajo de la venda, por eso observó cuando tiraron a Germán Córdoba fuera de ese edificio por una puerta de dos hojas de ese lugar.
Casiano Bache, contó que su amigo Domingo Faustino Reales le dijo “me muero Casianito”, y está efectivamente desaparecido, reseñó Cura.
Bache también escuchó como "golpearon brutalmente a Cruz y a Rivero", y cuando los mataron. Dijo que cuando golpeaban a Rivero se podía oler la sangre, y que escuchó que Rivero rogaba para que lo dejen de lastimar.
Salvador Cruz era el tío de Campos, quien también escuchó "cuando lo garroteaban" y que los represores se reían porque tiraba espuma por la boca, porque era epiléptico. También se reían, dijo, cuando contaban como anécdota que habían matado a tiros a Rivero, y añadió que siempre se escuchaban tiros hasta que un día no se supo más ni de Cruz ni de Rivero.
Vicente Cáceres también refirió el asesinato a patadas de un "chango" ni bien ingresaron al centro clandestino, porque había increpado a sus captores. Y recordó que a Johny Orozco y a Bebe Córdoba los mataron de a poco.
Oscar Escalante escuchó la tortura a Juan Carlos Espinoza, con picana, hasta que lo mataron. Una vez escuchó que decían sobre Canseco, “ya se nos ha ido este, vayan a tirarlo”.
El día de Gendarmería
El día de Gendarermía Nacional, el 28 de julio (que recuerda la fecha de su creación en 1938) quedó trágicamente grabado en la memoria de las personas que padecieron la detención en Guerrero.
La auxiliar fiscal reseñó que ese día las mujeres fueron obligadas a preparar empanadas en el primer piso del centro clandestino y luego violaron a algunas de ellas; a los hombres los golpearon con guantes de boxeo hasta dejarlos inconscientes.
En la inspección que se hizo en este debate se confirmó, como habían reseñado los testimonios, que en Guerrero había un gran sala en la planta baja, donde los detenidos y detenidas estaban tirados en el piso, sin abrigo, a pesar de que era invierno, una imagen que un ex detenido comparó con el infierno, tan cruel era la imagen que se apuró a cubrirse los ojos. "El salón de los sentenciados", en palabras de Humberto Campos, que también contó que estaban en tan pésimas condiciones que muches deliraban, y tenían gangrenas, lo provocaba un olor insoportable.
“Yo supongo que la gente que nos custodiaba en ese lugar estaba drogada”, especuló Bache buscando una explicación para el ensañamiento de los represores.
El día del acto por el aniversario de Gendarmería, el 28 de julio de 1976, a Bache lo llevaron lo llevaron a la planta alta, lo torturaron e interrogaron y, ya creyéndolo muerto, le gatillaron en la nuca, pero salvó su vida porque no salió el tiro.
Ese día los represores festejaban a su manera. Cuatro custodios golpearon a Rivero con guantes de boxeo. Bache escuchó esta agresión hasta que "todo quedó en silencio" y escuchó que lo arrastraban. Luego siguieron con Cruz, que no aguantó mucho porque el silencio sobrevino al cabo de una hora, y solo escuchó los disparos finales. Luego fue su turno, cuando lo dejaron tras gatillarle en la nuca.
Raúl Bartoletti añadió que cuando les daban comida, “era una especie de puchero, pero era grasa pura; nos ponían el plato y comíamos con la boca, metiendo la cara en el plato”, como si fueran perros.
La auxiliar fiscal aseguró que en el debate quedó demostrado que “Efectivamente y claramente en ese lugar qe cometieron delitos que afectaron la integridad sexual" de al menos tres detenidas. Entre otros testimonios, citó el de Eulogia Cordero de Garnica: “Hicieron lo que quisieron con estas señoritas, lo que hicieron con estas chicas fue terrible”, testimonió. Y también estos hechos eran motivo de burla de los guardias, recordó en su momento Campos.
“En este sitio, en este centro clandestino surge claramente que los represores ejercieron claramente una relación de poder en relación a las víctimas que estaban en ese lugar y que se encontraban en condiciones de extrema vulnerabilidad”, acusó Cura, quien destacó la valentía de las tres mujeres, que declaron en este proceso.