Sed, último libro de Amélie Nothomb traducido al castellano, no es del todo una “novela”, aunque ese género tiene límites muy amplios. Tal vez se podría definirlo como una lectura narrativo-filosófica del Nuevo Testamento. Es, eso sí, una mirada más (hay muchas en la literatura) de la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, esa historia que conocemos todos en Occidente, seamos o no creyentes. Con tantas versiones dando vueltas en la memoria, además del recuerdo de los textos de la Biblia, está claro que estas páginas son parte de un debate sobre el tema. Según cada recorrido literario, los lectores y lectoras recordarán diferentes relatos al respecto. A mí, esta nueva pintura de Jesús me lleva a El Evangelio según Jesucristo de José Saramago y a “El hombre que murió” de D. H. Lawrence.
Saramago hace una acusación directa contra Dios Padre (Nothomb también, sin tanto énfasis) y sobre todo pone el acento en la protesta contra la crueldad infinita que ejerce cualquier tipo de poder sobre los débiles (su tema permanente). Lawrence toma a Jesús desde el misterio del sexo (su obsesión favorita) mediante un cruce sincrético entre el Cristo posterior a la resurrección y el mito egipcio de Osiris, que también vuelve de la muerte. Pero esos dos textos son, sobre todo, narrativos. En cambio, Sed es más bien un ensayo sobre la naturaleza humana vista desde los ojos del Dios encarnado (ya que, como en Saramago, es Jesús el que se cuenta a sí mismo en primera persona): como prueba de su carácter reflexivo, basta con decir que en las últimas treinta páginas, lo narrativo desaparece casi por completo.
Aunque no está marcada por números de capítulo, la obra de Nothomb se divide claramente en tres, una estructura tradicional en Occidente. En la primera parte, la vida de Jesús se narra en flash backs a partir del juicio que terminará con su condena. Mientras espera que se decida una suerte que él ya conoce, Jesús reconsidera sus milagros; la relación con Magdalena, su madre y su Padre, y ciertas escenas de su vida. La segunda parte es la crucifixión misma y ahí, la historia es la de un horrendo presente de dolor, salpicado apenas por algunos recuerdos que sirven al protagonista de refugio provisorio. En la tercera parte, después de la muerte, prima una revisión cuidadosa de lo que significa la resurrección, es decir, la presencia constante de quienes ya no están en el mundo. Como siempre, la prosa inconfundible de la escritora francesa es dolorosa y fría, y muchas veces roza cierto humor negro.
Además de la provocación de la primera persona (esa herejía que implica contar lo que habría pensado Jesús, cosa que también hace Saramago), el narrador tiene ideas que se alejan mucho de los dogmas del cristianismo y son esas ideas las que dan sentido a las escenas bíblicas y a todos los personajes (José, María, Judas, Pedro, Simón, Pilatos). Por ejemplo: Jesús habla varias veces contra el pensamiento binario occidental (bien versus mal; vida versus muerte, esa división en compartimentos estancos); es cierto que no propone alternativas ni inventadas ni existentes, pero sí deja bien en claro que la manera europea de entender el mundo le parece falsa, problemática. Uno de los puntos más desarrollados del antibinarismo es la consideración del valor del cuerpo versus el valor del alma, en la que se basa la mayor crítica de este Jesús a Dios Padre.
Nothomb toma partido por el cuerpo. Lo aplaude desde el principio y, cada vez que el narrador toca el tema del amor físico (por Magdalena) y el dolor físico (por la crucifixión), la importancia del cuerpo pasa a ser el núcleo del relato. Jesús describe el “desprecio por el cuerpo” que ve en su Padre, y afirma que ese desprecio es el que hace imposible que Dios entienda a su propia creación (la humanidad) y el que lo lleva al fracaso: al fin y al cabo, no parece un triunfo haber concebido una criatura capaz de inventar castigos como la crucifixión. Por otra parte, la “sed” del título –a la que Jesús define no como una metáfora de Dios sino como Dios mismo: el “momento místico” en que se toma el primer trago de agua en el desierto implica sentir la divinidad-- tiene que ver con el deseo y las necesidades del cuerpo. Por eso, en esta historia, las últimas palabras de Cristo no son “Perdónalos, Padre, no saben lo que hacen” (él sostiene que no dijo nada semejante) sino “Tengo sed”.
Antes y después de la muerte en la cruz, el libro profundiza el análisis de la cuestión del “perdón”. Nothomb hace depender el perdón a los demás del perdón a uno mismo y así, subvierte el sentido del “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Para el Jesús que agoniza, su aceptación de la crucifixión (que podría haber rechazado) fue un error: “No me he amado lo suficiente”, afirma al final. Su sacrificio es una equivocación terrible: “Lo infinito de mi sufrimiento no borra en nada el de los desgraciados que lo han experimentado antes que yo. La misma idea de una expiación resulta repugnante por su sadismo absurdo”.
Es importante tener en cuenta todo eso cuando se piensa en los posibles destinatarios de Sed. Si los lectores deben estar supuestos desde la primera palabra, como afirmaba Césare Pavese, ¿a quién quiere como lector este libro de Nothomb? La primera persona y las ideas sobre el cuerpo y el amor físico de pareja (que se permiten tanto este Jesús como el de Lawrence, el primero en vida, y el otro, después de la resurrección) dejan bien en claro que la propuesta no es para todo el mundo. Por un lado, en ciertos pasajes, la complejidad del pensamiento es apabullante. Por otro, el registro de tonos es peculiar. La autora francesa es capaz de una enorme sequedad filosófica y también de una ternura infinita, por ejemplo, cuando habla de la necesidad que tiene María de que le devuelvan el cuerpo de su “hijo desaparecido justamente para que deje de estar desaparecido” (en Argentina, esa afirmación y, en la misma página, la bellísima frase “mi madre es mi huérfana” se leen indefectiblemente como una referencia directa a las Madres de Plaza de Mayo). Por eso, como en el caso de los textos de Saramago y D. H. Lawrence, cada uno a su manera, los que se asomen a Sed deben ser capaces de aceptar atmósferas de esos dos tipos, de tolerar interpretaciones no dogmáticas de Jesús y sobre todo, de disfrutar de un texto cuyo centro no está ni en la historia ni en el protagonista sino en las ideas que se expresan a través de ellos.