Este jueves cuando las principales plazas del país rebalsen, una vez más, de gente movilizada, nos volveremos a preguntar por qué a 46 años del golpe genocida la memoria se potencia de esa forma y el repudio colectivo se ensancha a sectores sociales que hace poco tiempo eran indiferentes y pedían por el olvido.
La madrugada del 24 de marzo de 1976 irrumpía en nuestra historia un fenómeno nuevo, diferente, desconocido hasta entonces. Nuevos métodos represivos, inimaginables por el grado de terror, de salvajismo y ensañamiento. Centenares de campos de concentración, maternidades clandestinas, torturas interminables hasta la muerte, apropiación de bebés (500 contabilizados), 15 mil presos políticos, 30 mil desaparecidos y una trasformación regresiva de la economía que clausuró el segundo ciclo de industrialización por sustitución de importaciones. Esta larga penuria colectiva que soportó Argentina durante un lustro culminó con la invasión a las Islas Malvinas y otra secuela de muertos y suicidados, más penurias acumuladas. Esto se inauguró la madrugada del 24 de marzo de 1976.
La resistencia que nació de aquella pacífica ronda de una docena de madres que recorrían embajadas, ministerios y templos en la desesperada búsqueda de respuesta a la pregunta por el paradero de sus hijos fue convirtiéndose en un rito que todos los jueves golpeaba la cara de los genocidas. De lo pequeño a lo grande, aquella pequeña procesión llego en los últimos años prepandemia a poner en la calle cerca de un millón de personas.
Los más de mil genocidas condenados en juicios justos, con derecho a la defensa, sometidos a jueces naturales fue la respuesta que el cuestionado Poder Judicial argentino supo dar al terrorismo de Estado convirtiendo las sentencias en espacios de verdad de memoria y de justicia. La inmensa mayoría de los argentinos cree que lo que se denuncia es verdad, que esos hechos sucedieron tal como se los denuncia y que los reos son culpables. Por eso la marcha del 24 de marzo es irreversible.
El propio sindicalismo, con grandes enfrentamientos con las corrientes más radicalizadas del movimiento obrero, durante el último gobierno de Perón, que sirvió de trampolín para que las patotas sindicales participaran de miles de asesinatos, a la vuelta de una generación se descuelga el sambenito y también condena el terrorismo de Estado. La potencia y el prestigio del que goza la Intersindical por los Derechos Humanos entre les organismos de derechos humanos demuestra la histórica confluencia entre la clase trabajadora y los derechos laborales. Hoy el negacionismo sindical queda en el recuerdo de las palabras de Jorge Triaca y Ramón Baldasini frente a la Conadep: “No sabía que hubiera desaparecidos”.
Hoy mismo, cuando la derecha en todas sus variantes ha convertido a la reforma laboral en una consigna de batalla, el rechazo y la resistencia que genera entre los trabajadores habla de que definitivamente en este país la reforma laboral está alojada en el territorio del terrorismo de Estado. No va a resultar fácil convencer de las bondades de entregar conquistas para pagar la deuda y salvar la patria.
Las nefastas consecuencias que sobrevinieron al 24 de marzo están clavadas definitivamente en la conciencia colectiva de los argentinos y la memoria individual de los sobrevivientes con tanta profundidad que resulta imposible hacer olvidar. Es el techo de la derecha neoliberal y el piso de las aspiraciones populares. La repetición macrista de aquel ensayo oligárquico reabrió las viejas heridas y puso sobre la mesa el debate inconcluso de un país que no termina de definir su destino.
Las interminables marchas y concentraciones siguen sumando reclamos. Es el punto más alto de confrontación política con una polarizada derecha que ha hecho de la provocación su práctica cotidiana. Hasta el lenguaje de los nuevos referentes es diferente al de los viejos cuadros liberales de medio siglo atrás. Javier Milei al lado de Alvaro Alsogaray es un maleducado prepotente que se lleva el mundo por delante.
La batalla de fondo es la que preparan los dueños del poder real. El puñado de poderosos que están penalmente enjuiciados por su complicidad con los crímenes de la dictadura se sienten amenazados por el avance de las causas y están fortificando su aguantadero en los tribunales.
Con todas estas cuestiones dando vueltas en modo creciente afirmamos que estamos en puertas de una potente movilización que volverá a transformarse en la más importante del año.
* Victorio Paulón es secretario de Derechos Humanos de la CTA.