Bill Evans vino a tocar dos veces a la Argentina. La primera en 1973, con Eddy Gómez en contrabajo y Marty Morell en batería; la segunda seis años después, con un trío que completaban Joe LaBarbera en batería y Marc Johnson en contrabajo. Del paso por estas pampas del gran pianista al frente de dos de sus tríos más perdurables, quedan numerosas anécdotas. Varias de ellas fueron escritas y otras todavía retozan en los cenagosos, pero siempre atractivos, ámbitos de la tradición oral. De aquellas visitas quedan también, y esto es lo trascendente, grabaciones.
Resonance Records, el sello de Los Angeles dedicado a la recuperación perlas inéditas del jazz, acaba de editar en dos álbumes dobles, en CD y LP dos cintas que estaban en el inagotable archivo de Carlos Melero. Como en tantos eventos musicales importantes de la época en Buenos Aires, el sonido estuvo a cargo del recordado ingeniero que, según su costumbre, conservó grabaciones de los conciertos. De aquellas “travesuras” del impenitente Melero quedaron registros que hoy constituyen documentos de notable interés para completar el periplo de Evans en su plenitud, que es como decir del gran jazz en su mejor momento. Morning Glory, que recoge el concierto del Teatro Gran Rex de junio de 1973, e Inner Spirit, con el concierto de 1979 en el Teatro San Martín, devuelven dos noches del pianista estadounidense al frente de dos tríos formidables.
Se trata de ediciones muy bien cuidadas, con un sonido óptimo teniendo en cuenta la circunstancia de las grabaciones y un muy bien perfilado y exhaustivo aparato crítico. Hay textos como el del crítico Marc Myers, fotografías de época y entrevistas actuales a los músicos de ambos tríos, una entrevista de 1979 al mismo Evans. También forman parte de las notas los capítulos que Claudio Parisi dedicó a las visitas de Evans a Buenos Aires en su libro Grandes del jazz internacional en Argentina (Gourmet Musical).
El arte del diálogo
En su primera visita Evans llegó a Ezeiza el sábado 23 de junio, tres días después de la estremecida jornada del regreso de Juan Domingo Perón del exilio. El domingo 24, a las 10 de una mañana helada, el flaco de pelo lacio hasta los hombros, bigote delgado, anteojos gruesos y sonrisa tibia que se ve en las fotos que entonces tomó Tito Villalba –además de fotógrafo valioso baterista de la época– tocó en el entonces “cine-teatro” Gran Rex con Eddy Gómez y Marty Morell, sus compañeros entre 1968 y 1974. De aquella actuación quedó el registro de cerca de una hora y media de música, que ahora es el álbum doble que no podía sino llamarse Morning Glory, título que viene de la balada de la cantautora Bobbie Gentry con el que comienza el segundo disco. Fue una mañana de gloria para los numerosos admiradores de Evans en Buenos Aires que desafiaron el frío y la “madrugada” de domingo. Entre ellos muchos músicos, claro. Entre otros, las crónicas de la época recuerdan a Hugo Díaz, Domingo Cura, Chico Novarro y Enrique “Mono” Villegas.
Desde el primer tema, “Re: Person I Knew”, en el que Eddie Gómez ya se planta con un solo extremo y personal, hasta el final los clásico “Waltz for Debby” y el estremecedor “My Foolish Heart”, el trío ofrece una muestra sensible, sin grietas, del arte del diálogo: el prodigio individual que busca en la comunión una instancia superior.
Los días más felices
Desde el piano, Evans da la impresión de saberlo todo. No hay un segundo de vacilación en su toque y cada nota, cada gesto, produce un significado. El pianista regula la economía del trío con sentido dramático. Maneja con plasticidad los planos entre fondo y figura, pide y otorga, cede y empuja, entra y sale de la trama. Gómez sabe cuándo pasar al frente y lo hace incluso “cantando” con el arco, como en la maravillosa versión de “The Two Lonely People”. Cuando el contrabajista acompaña trajina el trío con un sentido del ritmo que comienza en su toque seco pero redondo que produce otra voz sobre la voz de la mano izquierda del piano.
El swing sensible y demoledor de esta gran máquina de jazz se completa con la batería de Morell, siempre precisa y mesurada pero capaz de descolgarse en solos atractivos. En este sentido, los nueve minutos de “My Romance” o los trece y pico de “Beatiful Love” son muestras de la perfección posible. La revolución de terciopelo que Evans había comenzado con su primer trío --con el tempranamente malogrado Scott La Faro y Paul Motian—se cumple en la plenitud de esta formación perfectamente aceitada. De aquella mañana fría de Buenos Aires, este recuerdo deja la sensación de que los días más felices, también, fueron con Bill Evans.
En otra Buenos Aires
La Buenos Aires que encontró Evans en su visita de setiembre de 1979, un año antes de su muerte, era muy distinta a la de junio de 1973. Aquella ciudad agitada y expectante por el regreso de Perón se había convertido en la sigilosa y opaca de la última dictadura cívico militar. También Evans era distinto. Y distinto era su trío, prácticamente recién formado. LaBarbera y Johnson, que habían tocado juntos en banda de Woody Herman, se reencontraron a fines del ’78 en el que sería el último grupo del pianista, que llegó a Buenos Aires después de tocar en Río de Janeiro. La etapa argentina preveía presentaciones en el Teatro Opera, en Rosario, San Nicolás y finalmente en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín. De este último concierto es la grabación que da forma a Inner Spirit.
Otra hora y media de música, que comienza con “Stella by Starlight”. Enseguida se escucha que lo que en otros tríos de Evans se elaboraba a partir de un implacable sentido de las simetrías acá deja espacio a más espontáneas formas de asombro. Hay una elasticidad juvenil --LaBarbera tenía entonces 31 años y Johnson 25-- que este Evans crepuscular escucha e interpreta a su manera, para terminar de darle otro nervio a la música.
Si en la versión de “Laurie” hay mucho del Evans romántico de otros tiempos --sensible en la introducción, claro en la enunciación melódica y acoplado a la dinámica del trío en los desarrollos--, en “I Loves You Porgy” en solo de piano y “Some Day My Prince Will Come” se escuchan los caminos de un pianista algo más cáustico. La versión torrencial de “Nardis”, el tema del período modal de Miles Davis que cierra el álbum, es el punto culminante de este carácter tardío que definitivamente abre más espacios a la individualidad. La extensa y ácida introducción del pianista, con excursiones de altísimos niveles de invención armónica, y el solo de Johnson en contrabajo, quedan entre lo mejor del tema. Y de un álbum que da cuenta de una noche en la vida del último Evans.