Un informe producido por la consultora Zuban Córdoba y Asociados a partir de una encuesta nacional (1300 casos, población general mayor de 16 años, 11 al 14 de marzo 2022) arroja, entre otros resultados, un dato que revela algo que también se palpa en las calles y en la vida cotidiana. Se trata, quizás, de una de las consecuencias más graves que –al margen de las que se derivan de los acuciantes problemas económicos pero también ligadas a ellos– afecta la vida política ciudadana: niveles crecientes y alarmantes de escepticismo por parte de argentinas y argentinos.
El trabajo sostiene que “la crisis económica alimenta la desafección política” y que “nunca jamás ha habido una distancia tan grande entre las élites políticas y la gente de a pie”. Dejando de lado todo intento comparativo acerca de si esto ocurrió alguna vez en ésta o en mayor medida, no haría ni siquiera falta estudios para advertir que lo que en un momento fue malestar por lo vivido durante el macrismo, luego convertido en expectativas (¿esperanzas?) ante la llegada del nuevo gobierno, hoy de manera creciente se traduce en recelo y desconfianza no solo con el gobierno, sino en general con “la política” o, como también se señala, “con la clase política”. Es el paso previo (o simultáneo) a decir que “todos son iguales”, “todas y todos son la misma porquería”, sentencias que pueden concluir fácilmente en el “que se vayan todos” ya experimentado en tiempos idos pero no remotos.
Es un derrotero no solo riesgoso para la política y para quienes la ejercen desde espacios institucionales, sino para una sociedad que necesita encontrar caminos para superar sus problemas y para la democracia misma. Porque el escepticismo que expresa el estudio, pero que gran parte de nosotros y nosotras captamos en muchos de los ambientes que compartimos, es la manera por la que las personas deciden desentenderse de lo colectivo (expresado en la política) tras concluir que nadie atiende ni atenderá sus problemas, los de todos los días, los que tienen que ver con su subsistencia y su calidad de vida. En términos sociales es también un grito de “sálvese quien pueda”, tan desesperado como desesperante, disgregador y totalmente opuesto a la solidaridad social que es base de lo colectivo.
Y no se trata de señalar con el índice a quienes así lo sienten o se expresan. No son ellos los responsables (o por los menos no los únicos) y muchos menos los culpables, que también los hay en todos los niveles. Es el momento de retomar –todos y todas– el camino de la política para ponerla en valor como la herramienta principal para el restablecimiento de derechos conculcados poniendo en el centro de atención siempre a quienes más padecen su privación: los pobres.
Lo contrario sería dejar allanado el camino al regreso de la derecha conservadora al poder, con todas las consecuencias que ya conocemos, sufrimos y experimentamos.
El estudio arriba mencionado da un claro indicio en ese sentido. “La idea de un posible escenario de tercios (en materia electoral) empieza a aparecer en el horizonte”. Y agrega el informe que “los partidos libertarios alcanzan un 18 por ciento de intención de voto a nivel nacional. Hay una tendencia de crecimiento en ellos que empieza a ser innegable”.
A tomar nota, de manera rápida y para actuar en consecuencia. Mañana puede ser tarde y las consecuencias muy graves en todos los sentidos. No habrá entonces lugar ni para la queja ni para el “yo no fui”. Aún al margen de la economía y sin quitarle la importancia indudable que la misma tiene, el problema más grave está en la política y en sus protagonistas.