Raquel Disenfeld es, a esta altura, no solo una profesional con más de cincuenta años de experiencia en salud mental, es también –o quizás ante todo- una feminista y defensora de las causas justas que a lo largo de tres décadas ha pasado por diferentes experiencias grupales y comunitarias y participado de cada una de las marchas en apoyo al colectivo.
A la vida de Higui de Jesús llegó para mirarla con sus bondadosos ojos y prestarle generosa ayuda desde el momento en que le tocó transitar lo que ya todxs sabemos: “A Higui llegué por una compañera, La Galle –dice Raquel-. Me preguntó si la podía atender estando todavía detenida. Ahí empecé a asistir a las actividades que se organizaban para pedir por su libertad, y en junio hubo una movida en la que conocí a su madre y a su hermana. A las pocas semanas le dieron la posibilidad de esperar el juicio en libertad y ahí nos comunicamos. Me acuerdo que una de las primeras cosas que me compartió es que ella estaba construyendo su casa, que había puesto una ventana, o arreglado esto o aquello. Es muy autodidacta”.
¿Y cómo fue el proceso de acompañamiento?
Raquel Disenfeld: El encuadre es de libertad siempre, de participación. Siempre acordábamos los momentos de encuentro mutuamente. Al comienzo estaba la imposibilidad de poder dormir. Le aparecían de noche cuando se acostaba, entre sombras, las imágenes de abuso de sus padrastros (el primer abuso fue a los siete años). Y los insultos, los gritos, la amenaza de muerte, el miedo, el dolor en el cuerpo. Y también esto de que ella nunca había pensado en que iba morir a ver morir nadie ni que iba a dejar a un hijo sin padre, algo que dijo en la primera sesión. Los grupos de acompañamiento realmente fueron los primeros que tuvo en su vida y a veces arreglaba con las chicas de esos grupos para ir a la casa o que fueran a visitarla para poder dormir, porque a la noche irrumpían las imágenes traumáticas. Gracias a esos grupos se siente querida y valorada Higui. Cuando las conoció pudo compartir y socializar, recuperar su autoestima.
Podemos decir que Higui tuvo la fortuna de dar con una profesional que leyera su situación desde una respuesta a la violencia recibida, y no con alguien –que lxs hay- que hiciera la lectura inversa, ubicándola en el centro de la responsabilidad subjetiva…
R. D.: Cuando hay un hecho de defensa de la vida por incumplimiento de los derechos humanos, por incumplimiento del derecho a la libertad, por tener que luchar contra alguien para sobrevivir, o si una persona está sufriendo violencia psicológica, económica, violencias diversas que vienen desde el afuera, no se puede trabajar fuera del contexto desde ningún marco teórico. A mí siempre me viene una metáfora que extraje de una película que se llamaba Adiós, Tío Tom, en la que un científico se preguntaba qué enfermedad sufrían lxs negrxs que se escapaban del esclavismo para irse cerca de los ríos. Es decir, interpretaba patológicamente el impulso a la libertad.
¿Y qué lugar tiene lo psicopatológico dentro de tu práctica clínica?
R. D.: Yo no utilizo un contexto psicopatológico, porque muchas veces en los contextos psicopatológicos radica la discriminación hacia las víctimas y las sobrevivientes.
Es una gran deconstrucción salirse de esta referencia para abordar los tratamientos. Sobre todo habiéndote recibido hace algunas décadas…
R. D.: Yo me recibí en 1971, hace más de cincuenta años. Ya en esa época había una definición de la psicología que decía que era el estudio de la conducta en un contexto determinado. Leí uno de los informes referidos a Higui en el que se decía que ella podía estar padeciendo algo paranoico y que eso hacía que proyectara en la sociedad su propia agresividad. Esto, que no corresponde con Higui, es un enfoque de una psicóloga de Tribunales. Hay violencia en su historia, pero por efecto de haber sufrido situaciones de violencia múltiple. No se puede ver la respuesta de una persona sin pensar en el origen contextual de los síntomas; manifestaciones que veo como consecuencias de las violencias. Es necesario poner en perspectiva el género, la cultura del odio, la homofobia, para comprender estas situaciones y cómo el trato a las lesbianas es diferente que el que se le da a los varones.
Se podría decir que en la historia de Higui eso es absolutamente palpable, ¿verdad?
R. D.: Higui sufrió discriminación como mujer, como lesbiana, como negra, como pobre, sufrió violencia económica, psicológica y sexual. Siempre se ha psicopatologizado a las mujeres. Se la ha acusado de fantasiosa y de resentida. Cuando fue el alegato de la fiscal dijo que Higui tenía interiorizada la imagen de defenderse como un hombre. A mí me interesa aclarar que la pulsión de defenderse no es de hombre o mujer sino de cualquier ser humano luchando por su supervivencia. Otra de las cuestiones que destaco es que Higui se hizo a sí misma. De ella digo que es una lesbiana visceral porque no se apoyó en ningún grupo que la referenciara sobre cómo construirse. Se fue construyendo a sí misma. Y también quiero hablar de la cuestión de su solidaridad: muchas veces ella hacía para cumplir con la demanda económica de la familia, para darles de comer.
¿A qué edad empezó a trabajar?
R. D.: A los ocho años, en casas, cuidando chicos. También hacía trabajos de jardinería, o porque la veían chongo le ofrecían cosas como limpiar pozos ciegos y además la estafaban. Ella bancaba todo esto por la parte económica de la familia, que era estructuralmente tremenda. Y en la escuela, por mostrarse cómo era sufría todo tipo de discriminaciones.
¿El feminismo y la perspectiva de género estuvieron desde el comienzo de tu práctica terapéutica?
R. D.: Al feminismo llegué mucho más tarde. Yo ya había tenido acercamiento a la antipsiquiatría. Y además viví los años en que la Facultad varias veces estuvo cerrada, viví la Noche de los bastones largos en la calle Independencia, porque además de la de Ciencias Exactas, también entró la infantería en la Facultad de Psicología. Era una Facultad con mucha diversidad, con una perspectiva social, veíamos el materialismo dialéctico. El feminismo llegó para mí con Eva Izquierdo, anarquista, a mediados de los 90. Ella venía de una comunidad del sur y en la biblioteca José Ingenieros empezamos con una agrupación, Mujeres libres, inspiradas en la agrupación Mujeres libres de España. A esa agrupación la integraron entre otras, dos madres de Plaza de Mayo y ahí conocí también a Lohana Berkins. En la actualidad, continúo en Mujeres libres, soy abolicionista del sistema prostituyente, ecofeminista y sigo luchando contra todas las formas de opresión. La lucha contra la opresión es la lucha contra el patriarcado. Defenderse es salud. El feminismo me permitió ver las relaciones que existen entre el terrorismo de Estado y el terrorismo sexual y cómo en los encuentros de lecturas, en las luchas, en las marchas, en las asambleas, en las jornadas, nos retroalimentamos y liberamos juntxs.