“Este pibe es un fenómeno”, dice Ramón cuando ve a Nacho chapar apasionadamente con una chica en una fiesta a la que fue con su mejor amigo y compañero de banda, Pablo. “¡Es de otro planeta!”, agrega a los pocos minutos, también con admiración, cuando ve a Nacho chapar apasionadamente con un pibe. Y ese es precisamente el tono en el que Porno y Helado elige abordar todos los temas que toca: con una pincelada de aparente superficialidad que dice lo que tiene para decir en el tiempo que necesita, sin subrayados ni gritos. La serie creada y protagonizada por Martín Piroyansky hace referencia a cuestiones LGBT, a asuntos vinculares y generacionales de los que navegamos los treintis, más como una viñeta que como una pancarta o un tuit enfurecido.
Estrenada en Amazon Prime, Porno y Helado es una miniserie de ocho capítulos que se puede maratonear sin que nos demos cuenta. Hay al menos dos zanahorias que a este cronista lo hicieron querer ver más y más: las ganas de seguir riéndose y las ganas de ver en pantalla a Susana Giménez, que se hace esperar como buena diva.
La historia está centrada en tres amigos, en tres buscas que no saben muy bien dónde están parados y se van abriendo camino a fuerza de carisma y buena suerte. Pablo (Martín Piroyansky) y Ramón (Nachito Saralegui) no tienen vida social y su plan de cada viernes a la noche es juntarse a ver películas porno y tomar helado. Sin tocarse, sin besarse, sin pajas cruzadas. Como amigos que ven una peli. Un corte de luz los obliga a cortar esa espiral y cruzan hasta el bar de taxistas de enfrente, que funciona como una especie de portal mágico hacia otra realidad. Allí conocen a Ceci, Cecilia Von Trapp (¿otra referencia queer?), una encantadora estafadora interpretada por Sofía Morandi. Por vueltas de la vida que no vienen al caso, Pablo y Ramón arman una banda y Ceci se convierte en su mánager. Juntos, descubren un mundo de hípsters, taxistas, políticos y músicos que parecen conectados por hilos invisibles.
Mientras esperamos la participación de Susana, nos sorprende un Favio Posca que interpreta a Picky Valeroso, un alter ego de ¿Fito Páez? que compone canciones espantosas sobre animales y se mueve como una estrella en un mundo que Pablo, Ramón y Ceci apenas empiezan a conocer. “No sé si es Baires o Montevideo”, podría haber cantado el personaje de Favio/Fito para jugar con el hecho de que la serie fue hecha con actores argentinos y uruguayos, a uno y otro lado del charco, gracias a un plan de fomento a la industria audiovisual que está haciendo que muchas producciones se radiquen allí.
Si todo texto tiene su lector ideal, el de Porno y Helado es el millennial. Pero no cualquier millenial sino el que se crió en los 90 y primeros 2000 de una Argentina mirando mucha pero mucha tele. Así, hay muchas referencias metatextuales que están ahí, esperando ser descubiertas. Se hacen guiños, por ejemplo, a la pelea de Mauro Viale con Alberto Samid de ese mítico mediodía de 2002, a la salida fallida de Fernando de la Rúa del estudio de Videomatch después de que el Oso Arturo lo salvara de un manifestante, a Germán Kraus y al inolvidable Dibu, y a las coreografías que Marcelo Iripino le armaba a Susana en los 90, ¡con la mismísima Susana bailando un tango en un supermercado.
Como Cher en Mamma Mia 2, Susana llega hacia el final de Porno y Helado sabiendo que la habíamos estado esperando desde el minuto cero. Si no contamos a los sketches de Susana Spadafucile en su programa de Telefe, este es su primer papel de comedia desde Esa Maldita Costilla. Susana es Roxana, la esposa de un senador nacional que busca convertirse en presidente. Se mueve en limusinas y vive en una mansión, como esperaríamos de la Su, y nos sorprende con un fetiche sexual muy particular que no vamos a spoilear para mantener un poco de misterio.
El casting, hecho por Iair Said, Martina López Robol y Diego Fernández Mazzotti, es una de las claves del éxito. Desde la dueña del bar de taxistas, interpretada por la uruguaya Graciela Iribarren, hasta la señora que se enamora de Ramón, la también uruguaya Myriam Gleijer, hacen aportes fundamentales para una serie que necesita de un timing bien preciso.
Además de mostrar a un pibe bisexual canchero, de tener a un personaje apellidado Von Trapp y de haber logrado que Susana se autoparodie o autohomenajee, Porno y Helado presenta otros guiños LGBT en este tono light que le sienta bien. Por nombrar sólo algunos: Ceci hace un trío con una lesbiana y un hombre, sin que sea un tema que necesite explicación para ninguno. Segundo, el asesor del senador casado con Susana, es abiertamente gay y bastante maligno. El padre de Pablo hace cross-dressing y lo sabe toda la familia menos él, “porque sos un poco retrógrado”. El diario íntimo de este hombre, en el que se define como transformista, llega a manos de Pablo y se convierte en la usina de letras de la banda que tiene con Ramón. El hermano de Pablo, de ocho años, se maquilla y da tutoriales de makeup en TikTok. Tras una discusión, los mejores amigos se reconcilian con un beso de lengua.
Viñetas sí, pancartas no. En una época en la que cada cosa que hacemos o pensamos pareciera ser pasible de convertirse en una consigna, la serie escrita por Martín Piroyansky, Martina López Robol, Santiago Korovsky y Rodrigo Moraes nos viene a decir que bajemos un cambio, que hagamos un meme y no un hashtag. Que no todo es grave y que a veces no hay nada mejor que juntarse a hacer pavadas con amigos, incluso caminando sin rumbo o tomando algo en un bar de mala muerte.
Porno y Helado está disponible en Amazon Prime Video.