El capítulo estreno de El primero de nosotros fue un golpe al mentón. Pero no de esos que dejan en la lona y al borde del nocaut a quien lo padece, sino más bien uno que intenta despabilar al que lo recibe. A fuerza de una trama dura, con un disparador que abandona las tantas veces revisitadas rencillas amorosas entre amantes imposibilitados de consumar lo que sienten, la ficción que Telefe estrenó el lunes (diariamente a las 21.45) debutó con un episodio que se propuso destrozar la-fórmula-de-siempre de la pantalla chica local. Y lo hizo con un planteo existencial tan contundente como movilizante: qué hacer y cómo seguir viviendo tras el diagnóstico de una enfermedad terminal. Una historia sobre la amistad, los deseos y la vida, que interpela a quienes la vean (en Paramount+ los capítulos de cada semana están disponibles con anticipación) mucho más allá de su rol de televidentes.
Si algo le faltaba a la ficción nacional para que su apoyo sea mucho más que un mero “aguante” a una industria que viene golpeada desde hace años, y cuyos problemas la pandemia agudizó, era la realización de un producto que estuviera a la altura de las circunstancias culturales y audiovisuales de estos tiempos. El capítulo de apertura de El primero de nosotros cumplió con creces en todos los rubros que se le pueden exigir a una ficción: muy buena producción, una puesta pensada en función de la historia, un elenco sólido que no abusa de clichés y una trama que se corre de la fórmula pasatista que durante años signó a la ficción diaria. Lo que se dice una señal necesaria y oportuna de madurez para un producto made in Argentina.
Si los dramones turcos que invaden la Argentina y el mundo parten de historias que plantean fuertes conflictos morales, El primero de nosotros no se quedó atrás. La trama escrita por Ernesto Korovsky y Romina Moretto se presenta, de entrada, con un planteo existencial de alto contenido humano: cómo vivir ante el diagnóstico de una enfermedad terminal. No sólo el eje de la historia girará en torno a quién recibe esa noticia sino también al resto de sus amigos, sobre cómo cada uno procesará y enfrentará esa situación para la que nadie está preparado. ¿Qué pasa con cada uno de ellos cuando, a los cuarenta y pico y de un día para otro, la proximidad de la muerte se vuelve presente continuo e inevitable?
El amigo en cuestión al que le descubren un tumor cerebral es Santiago (Benjamín Vicuña), un psicólogo en apariencia sano, que ama correr, y que en medio de una cena nocturna con sus amigos y amigas de “Los sospechosos de siempre” (tal el nombre de su grupo de Whatsapp) cae desmayado al suelo. La desesperación, la ambulancia, la llegada a la clínica, los estudios y un diagnóstico que nadie quiere escuchar cambiará para siempre la vida individual y colectiva de ese grupo de amigos que se remonta a los años de escuela. Desconcertados, Jimena (Paola Krum), Nico (Luciano Castro), Sole (Mercedes Funes), Valeria (Jorgelina Aruzzi) y Nacho (Damián de Santo) entienden esa noche que ya nada será igual en sus vidas. “Si yo voy a ser el primero de nosotros, les pido que no me abandonen hasta llegar a la meta”, les suplica Santiago, aún internado en la clínica, en una escena conmovedora.
El camino hacia ese final anunciado marcará el desarrollo de una historia que asumirá el tono de comedia dramática, tras este primer episodio que tuvo más de drama que de comedia, con más silencios que gritos, de gestos mínimos que transmitieron emociones sin necesidad de ser subrayados por palabras. Una acertada musicalización (León Gieco, Charly García) redondeó un debut en el que ninguno de sus protagonistas desentonó con una propuesta que busca atravesar el dolor con la emocionalidad a flor de piel. ¿Cuáles son las cosas que desea hacer Santiago antes de que le llegue la hora? Ese interrogante será no sólo el pulso vital de Santiago, sino también el espejo en el que se verán reflejados el resto de sus amigos. “Salgan de acá pensando qué hacer de sus vidas mañana”, les pide.
Historia profunda, que escapa a la comedia costumbrista, madura en su génesis, disparador y desarrollo, El primero de nosotros se presentó como una ficción que invita a los espectadores a ingresar a una dimensión de la existencia humana con la extraña paradoja de celebrar la vida. Aun cuando en el camino sobrevuele, omnipresente, la única certeza de la existencia humana: que la muerte no avisa y siempre gana la partida. “Habrá que entrenar el pensamiento -les dijo Santiago a sus amigos-, que algo sirva de toda esta mierda que me está pasando”.
Un estreno con gran audiencia
El estreno de El primero de nosotros, en Telefe, fue lo más visto del lunes en la TV argentina. La primera ficción original producida en el país por Viacom International Studios promedió 15,4 puntos de rating, según los datos suministrados por Kantar Ibope Media. El programa superó en la competencia directa a otro estreno en la noche del lunes: en El Trece, El hotel de los famosos marcó 13,6 puntos. El reality show conducido por Pampita y Leandro Chino Leunis tuvo una buena audiencia para la alicaída pantalla del canal perteneciente al Grupo Clarín, pero no pudo con la ficción nacional que estrenó Telefe. De hecho, El hotel de los famosos quedó en tercer lugar entre los programas más visto de lunes, ya que el envío de MasterChef Celebrity midió 14,6 puntos, ubicándose por detrás de El primero de nosotros.