Uno de los últimos eventos masivos antes de la pandemia fue, en diciembre de 2019, la segunda edición del festival Buenos Aires Trap, donde la inquieta RIPGANG tocó a las 2 de la tarde. Dillom ya empezaba a sentir ojos en la espalda, habiendo grabado esa BZRP Music Sessions que ya no quiere tocar más en vivo pero que el productor metió en su repertorio (junto a Jijiji, sí). Pero hubo otras curiosidades: cuando salieron Paco Amoroso y CA7RIEL a romper todo, todavía era de día. Y tuvieron los mismos 35 minutos headliners como C. Tangana, que recién empezaba a desentenderse de su perfil de rapero, que Nicki Nicole, quien en ese momento tenía apenas un par de temas. Decisiones absurdas que, de todos modos, dejaban una postal maravillosa: Duki al cierre rompiendo un patrullero.
Después, el mundo cambió. Y, en el último tiempo, volver a nuestras actividades cotidianas después de tanto encierro se sintió un poco como volver de la muerte, y POST MORTEM, el disco que sacó Dillom, era el candidato ideal a llenar ese vacío. Porque si alguien supo cómo sacarle provecho a la cuarentena componiendo uno de los mejores discos del 2021 en pandemia, fue él. Si bien muchas canciones ya las había presentado en vivo, el disco no tuvo aún su tour oficial. Así que el show de Dillom en Lollapalooza, expandido y movido al prime time a partir de la baja de C. Tangana, sirvió de abreboca.
Pero antes de Dillom hubo una transición a lo que venía con el show de Duki, que se escuchaba en el escenario Flow dando discursos, como si de un acto de campaña se tratara. Por un lado, Duki está sobrado, cada vez más cómodo en el escenario, y le gusta charlar, le gusta que todos recuerden que él es parte de la mezcla que unió los ladrillos de esta fortaleza -más por justicia que soberbia-, le gusta agradecer, le gusta repetir un slogan que ya nadie usa ("Modo Diablo está en la casa, bebé") y es usado por alguna tienda digital para ilustrar portadas que nada tienen que ver con el género.
Pero también hay otro tema: con 25 años, Mauro es uno de los locales con más experiencia. Y el tiempo es absurdo y en 2022 mucho más. A lo lejos sonó She don't give a fo y se sintió como una canción que parece haber cumplido 10 años, aunque una década es lo que acaba de cumplir su cocina: la primera fecha de El Quinto Escalón.
►Asistencia perfecta
Con puntualidad pulcra, mientras Noduermo (filmmaker de la mayoría de los videos de Bohemian Groove) relojeaba tras bambalinas, a las 20 se anotició Dillom, vestido como el señor de las pesadillas. Así como el artista español Rojuu, que ya tenía cierta gente escuchándolo pero tuvo que esperar a cumplir 16 para poder tocar en Razzmatazz, o como el barcelonés Cecilio G., que en Million Dollar Baby cuenta cómo se colaba al Sónar y hoy esa empresa le paga por cantar; en este caso Dillom también hizo alarde de las contradicciones temporales.
En el único momento de la noche donde le habló al público en plan confesión, el niño caricatura contó que en 2014 fue su primera vez en el Lollapalooza, justo en el debut del festival, y que desde ahí estuvo en todos. En 2014, Dillom tenía 14. Antes del show, tuiteó que en la última como público había contado la gente que lo conocía y no juntaba más de 15 personas. Mientras oscurecía, ese pibe de cara compradora como garantía de perdón automático para justificar travesuras cumplía un sueño.
Para quien vio alguna entrevista o lo escuchó hablar, es obvio que Dillom esquiva lo sentimental públicamente. Su corazón se abre de manera premeditada, como pasó en la creación de POST MORTEM. Pero no hay un lucro desde lo emocional, incluso cuando los periodistas intentan pincharlo -su background es claro y está a un click de distancia para quien guste-. Aún así, Dillom no pudo ocultar su emoción por estar ahí arriba.
Frente a miles de personas gritando y haciendo pogo hasta con canciones que no llaman al descontrol (como Amigos nuevos, con el que abrió), intentó hacerse el fuerte, respondió al estereotipo del trap, ése que puede coincidir con sus tatuajes o las letras más chispeantes. Pero Dillom es un niño bueno. Y su propia garganta reveló lo que le pasaba por la cabeza: se le fue la voz y después sí, a seguir.
► Encuentros cercanos de un nuevo tipo
Increíblemente acompañado arriba del escenario, con una banda que sonó perfecto y que merecía su presentación -algo que no pasó, quizás por la costumbre de Dillom de estar solo con la pista-. Pero su guitarrista Fermín Ugarte la rompe y su reciente disco Orden y progreso es una agradable adición de pop nacional; y así el equipo de músicos de pelo largo que la estaban viviendo como el resto. A diferencia de jugadas que parecen no encontrar un rumbo, o que se bifurcan porque son diametralmente opuestas a las que se encaran en el estudio de grabación, como sucede con la banda de Duki, que transforma un tema como Midtown de hyperpop a una deformidad post punk en la que Duki tampoco acaba del todo cómodo.
Dillom gana jugadores con sus músicos, pues son excelentes profesionales, que potencian las canciones sin pretender ganar protagonismo con solos de guitarra o movimientos anacrónicos similares. Bueno, tampoco hubo moshpit, un momento que ya era una atracción más durante sus fechas.
Da la impresión de que Dillom sigue calculando sus movimientos, y está cerca de la gente indicada. Se lo veía contento pero también concentrado (no parecía ni transpirar). Y lo que ahorró en palabras fue a parar a un show prolijo y de calidad, en chequear que nadie termine lastimado en el pogo, en compartir el escenario con sus amigos Muerejoven (con quien hizo ASAP y Coach) y Saramalaracara (para Rocketpowers).
El carilindo está construyendo otro tipo de contacto con el público. Al terminar su hora de show, ya sin remera (la de los Ramones, su banda favorita) bajó y se acercó a la valla. El loco abrió sus brazos y ofreció la cabeza en un gesto suave y divino. Hombre alado.