Uno de los principales desafíos de la economía argentina es bajar los niveles de inflación. Sobre el escalón del 53 por ciento que dejó el gobierno anterior, se sube el incremento de la inflación mundial a raíz de la guerra entre Ucrania y Rusia, que genera presiones en los precios internacionales de los alimentos y en los mercados hidrocarburíferos. Un recorrido histórico puede dar luz sobre la complejidad del tema.
Todos los meses se mide el Índice de Precios al Consumidor (IPC) que es el principal índice de inflación, aunque no el único. Existe también el índice de precios mayoristas, y de diversos sectores, como por ejemplo, el de la construcción. El IPC es un promedio ponderado de distintas regiones del país y de diversos sectores de la economía y contiene alimentos, industria y servicios.
Como todo promedio, esconde muchos cambios de precios relativos que son esenciales para entender la dinámica inflacionaria y muy relevantes para dar cuenta de la complejidad teórica de la temática. Es decir que dentro de un incremento promedio de precios se pueden esconder subas fuertes de algunos productos mientras otros siguen fijos o incluso caen, lo que implican nuevos precios relativos, es decir una nueva relación entre los precios de los distintos bienes. De esa forma, si bien la inflación se define como un incremento generalizado de los precios, éste contiene movimientos de precios relativos, lo que significa que algunos precios aumentan más que otros.
Algo de historia
La inflación es un problema clásico de la macroeconomía que surge a partir del siglo XX, si bien tiene antecedentes históricos importantes como los episodios inflacionarios que sucedieron a las revoluciones de independencia de Estados Unidos o la revolución francesa. Luego de las preocupaciones de los primeros economistas clásicos sobre los precios relativos entre alimentos e industria que David Ricardo proponía resolver con la apertura a la importación de granos de parte del Reino Unido, la problemática de los aumentos de precios quedó de lado durante el siglo XIX. La razón principal fue la fuerte caída de los precios industriales provocada por los sucesivos cambios tecnológicos y mejoras de productividad logrados en el auge de la revolución industrial británica.
Como lo menciona el economista Thomas Piketty, la inflación es un fenómeno que surge en el siglo XX, en particular luego de la Primera Guerra Mundial. Empezó en Francia y el Reino Unido, con niveles que se ubicaban entre 20 y 30 por ciento anual. En el país galo perduró durante los años veinte, mientras que en el este europeo comenzó una dinámica hiperinflacionaria. La hiperinflación europea de los años veinte, que afectó a Alemania, Austria, Serbia, Hungría, Polonia y la Unión Soviética fue el primer motivo de preocupación y llevó a la inflación al primer plano de las discusiones teóricas. La creciente inflación que conocían los países europeos en esos años fue el preludio de otros episodios inflacionarios generalizados en la Europa de la segunda posguerra que dieron lugar a numerosos debates sobre el tema a lo largo del Siglo.
En América Latina, la historia inflacionaria es más larga y ya desde su independencia los países de la región debieron convivir con continuos procesos de devaluación monetaria y aumento de precios. En Argentina, la guerra con Brasil y el default del préstamo de la Baring Brothers será el comienzo de una larga historia inflacionaria que perdura hasta nuestros días. Estos incluirán también los episodios hiperinflacionarios que vivió gran parte de la región a fines de los años 1980 producto de la crisis de la deuda externa tomada en la década anterior. A partir de los años 1950 y con el auge de la corriente estructuralista aparecerán nuevas interpretaciones sobre la inflación, más relacionadas a la naturaleza periférica de esos países, que se enlazan y enriquecen con los debates que se dan en el centro.
Esquimales
El shock petrolero de los años setenta es en sustancia lo más cercano a lo que puede ocurrir en este 2022. En efecto, las presiones en los precios internacionales de los alimentos, que se suman a lo que ocurre en los mercados hidrocarburíferos, no se pueden explicar por los monopolios o la emisión monetaria, dos razones que generalmente se esgrimen para explicar la inflación. En este caso se trata de una inflación que impacta a nivel global y que se superpone a la que se vivió en el 2021 producto de la pospandemia y los efectos de cuellos de botella en algunos productos.
Estos distintos tipos de inflación, que reconoció el propio FMI al incorporar el concepto de multicausalidad en sus documentos institucionales referidos a Argentina, hacen que a cada causa se le debe asignar una herramienta, y de esa forma se complejiza la situación. La historia económica argentina es tan abundante en esta materia que es costumbre diferenciar los distintos tipos de inflación, así como los esquimales diferencian distintos tipos de blanco. La inflación estructural, la inercial, la importada, la cambiaria, por costo, por demanda, monopólica y monetaria pueden ser contradictorias y también pueden verse como complementarias, como la propia nieve cuando se van instalando distintas capas a través del tiempo.
Estas diversas capas de inflación remiten a diversos históricos más o menos recientes que trajeron su ingrediente para que la situación actual se vuelva más complicada. En primer lugar los incrementos de precios internacionales de los años 2006/2008 no se pudieron gestionar de forma a evitar un impacto sobre los precios locales. Debe asumirse que los shocks externos inflacionarios son sin dudas los más difíciles de evitar aunque las políticas para poder paliarlos son varios, desde las retenciones hasta la apreciación cambiaria. Mientras las retenciones generan resistencia en los sectores afectados (incluso muy indirectamente) debido a la memoria del conflicto por la resolución 125 de las retenciones móviles de 2008, planchar el tipo de cambio pareciera ser más adecuado para un gobierno que le suele escapar a los conflictos, aunque pueda afectar la competitividad de alguna industria. No obstante, debe ponderarse que las reservas internacionales disponibles en la actualidad no harían posible una política de apreciación cambiaria que se sostenga en el tiempo.
La inflación importada tuvo repercusiones dramáticas en otros países: los incrementos de los alimentos de 2011 fueron el caldo de cultivo de las primaveras árabes. En Argentina, esa inflación internacional se suma a causas locales como son los incrementos del tipo de cambio durante el macrismo, que modificaron todos los precios relativos locales. Sin dudas la última devaluación de agosto 2019, que llevó el dólar de 40 a 60 pesos implicó reacomodamientos de precios relativos que aún se estaban produciendo cuando llegó la pandemia en 2020.
El ritmo de inflación de 50 por ciento que dejó el macrismo también implicó que los contratos incorporen ese dato, como en el caso de los alquileres, y por lo tanto trasladen la inflación del pasado hacia el futuro. Esos componentes hacen difícil que en este año la inflación sea inferior a 50 por ciento.
De cara a las elecciones de 2023 es necesario que el gobierno muestre mayor control sobre la inflación, ya que la inestabilidad nominal termina siendo negativa para la subjetividad del conjunto de la población. Por más que el promedio de los salarios registrados de 2021 le hayan ganado a la inflación, ese dato es empañado por la dinámica de los precios. Lograr una mayor estabilidad de las variables nominales es una cuestión relevante en la última etapa del gobierno, tanto como mejorar la situación salarial y social de la población.
*Coordinador
del Departamento de Economía Política del Centro Cultural de la Cooperación