“Cuando seas grande no vas a recordar nada de todo esto. Tal vez alguna impresión general y borrosa." Las palabras que Johnny pronuncia sin demasiada delicadeza delante de su pequeño sobrino Jesse resuenan en cualquier persona que tenga a su cargo, de forma permanente o temporal, a un chico de menos de doce años, recordatorio al mismo tiempo de su propia infancia. Es que la memoria, salvo excepciones (que las hay, las hay) funciona de esa manera: a medida que crecemos, las primeras etapas de la vida comienzan a difuminarse, unificadas en una serie de hitos y recuerdos puntuales que nunca terminan de armarse en un todo continuo, como ocurre con el presente y el pasado cercano.
C’mon C’mon – Siempre adelante, cuarto largometraje del realizador californiano Mike Mills, construye un presente de unos pocos días que, en el futuro, será recordado por Jesse como un evento importante pero borroneado, apuntalado en la memoria por algunos datos de color específicos: una sensación, alguna palabra, tal vez un olor. Es la historia de un hombre cuarentón y la de un niño de nueve años muy especial que, por esas cosas de la vida, terminan pasando una breve temporada juntos. El pequeño, por primera vez en su vida, lejos de su madre; el segundo, aprendiendo de a poco a relacionarse de verdad con ese sobrino con el cual, hasta ese momento, había interactuado poco y nada. En un rol muy alejado de los extremos del Guasón, Joaquin Phoenix encarna a un periodista radial cuya misión, fruto de un encargo profesional, consiste en viajar por los Estados Unidos entrevistando a niños y adolescentes para conocer qué opinan sobre el mundo en el que viven y cómo imaginan los años venideros. Woody Norman, que a pesar de su tierna edad ya tiene una filmografía importante tanto en el cine como en el universo de las series, pierde su acento británico de nacimiento para interpretar a Jessie, un chico avispado y algo precoz que, sin embargo, no logra encauzar del todo su hiperactividad e inquietud general ante el mundo.
Juntos no serán dinamita, pero la dinámica entre Johnny y Jessie da como resultado un ejemplo particular y sensible del subgénero fílmico “adulto debe pasar algunos días con un hijo ajeno”, suerte de relato de crecimiento por partida doble y cruzado. En un blanco y negro que destaca los contrastes de la ciudad de Nueva York y aporta un tono melancólico a las escenas que transcurren en Los Ángeles y Nueva Orleans, C’mon C’mon –película injustamente olvidada en las nominaciones a los premios Oscar– se estrena en salas de cine el próximo 7 de abril. Una primera vez en el caso de la Argentina: los dos primeros largometrajes de Mills, Impulso adolescente (2005) y Beginners, así se siente el amor (2010) habían sido editadas directamente en formato de dvd, mientras que la anterior Mujeres del siglo XX (2016) fue lanzada por la plataforma Qubit.
Antes del llamado telefónico que todo lo cambia Johnny está de visita en Detroit, entrevistando a un grupo de jóvenes con su micrófono y equipo de grabación de audio profesional. El relato de C’mon C’mon forma parte del mundo de la ficción, más allá de la inspiración en la vida real, pero las conversaciones entre el adulto y los menores son tan reales como puede imaginarse. “Trabajamos a partir de una lista de preguntas que consensuamos junto a Joaquin Phoenix y Molly Webster, quien aparece en pantalla y es realmente una periodista radial”, afirmó Mike Mills en conversación con el medio especializado Slant Magazine. “Son entrevistas muy reales. Joaquin es un gran entrevistador, sabe escuchar y estar allí presente. Lo hicimos bastante seguido. A veces filmábamos todas las escenas programadas para determinado día y hacia el final de la jornada terminábamos con algunas entrevistas. O viceversa. Realmente logramos que el resto del rodaje se empapara de esas respuestas. Cuando uno está haciendo un documental y se empieza a meter en los hogares de la gente, en sus escuelas, eso realmente te cambia la cabeza. Uno se transforma en una especie de visitante, y hay que saber escuchar. Fue bueno poder llevar esa energía al resto de la filmación”. Ese aspecto de verosimilitud empapa toda la historia: Mills adopta un estilo hiperrealista que se contagia a los diálogos, las actitudes, las situaciones y las resoluciones.
Entre generaciones
El llamado telefónico de su hermana Viv (la actriz Gaby Hoffmann, hija de la superestrella de Warhol Viva, a quien puede verse por estos días en la serie de HBO Lakers: tiempo de ganar) no toma a Johnny por sorpresa. Él sabe que los problemas psicológicos de su ex son más graves de lo que todos sospechaban y la inminencia de una internación –complicada por el rechazo del futuro paciente– complica el día a día de una típica madre trabajadora. Hace rato que Johnny y Viv no se ven, desde la enfermedad y muerte de su madre, que no hizo más que potenciar ciertas diferencias entre los hermanos. Pero ahora es necesario que vuelvan a encontrarse, que Johnny vea a su sobrino y, tal vez, si es posible, ocuparse del chico durante unos días. Johnny escucha a la gente de las generaciones más jóvenes como parte del trabajo pero, ¿será capaz de hacer lo mismo con el inquieto Jessie? Una cosa es poner el micrófono delante de los otros y dialogar durante un rato, intentando comprender las diferencias de opiniones, las nuevas ideas, y otra muy distinta es iniciar una inesperada carrera como niñera de un chico nada sencillo de tratar. Para Mike Mills, “tanto Beginners como Mujeres del siglo XX son películas sobre las distancias generacionales. Mis padres nacieron en los años '20 y me tuvieron a los 40 años, en 1966. En esa época nadie tenía hijos a esa edad. Mis amigos no compartían eso. Mientras me metía en el punk rock, en el skate, todo eso, a finales de los '70, mis padres contaban historias sobre la Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Una desconexión realmente loca. Pero al haber crecido en los Estados Unidos de la década del '30 los hallaba realmente subversivos. Había vibras muy antiautoritarias en esa cultura, como en las películas pre-Código Hays. Mi mamá amaba a Bogart, todo ese elemento de forastero, de outsider, que rodeaba a Bogart. Así que todos esos espacios históricos y la manera en la cual encajaban o no se transformaron en una verdadera experiencia encarnada en mí. Y es algo que sigue surgiendo en la escritura. No estoy seguro de que eso haya ocurrido con C’mon C’mon. O tal vez sí, ya que fui padre a los 46. Y este film tiene mucho que ver conmigo y con mi hijo. Y existe una increíble brecha generacional entre él y yo”.
“¿Por qué no estás casado?”, insiste Jessie en más de una ocasión. Johnny no parece demasiado interesado en responder la pregunta, pero en cierto momento resume su relación pasada con una mujer y cómo el vínculo terminó disolviéndose. El personaje que interpreta Phoenix está siempre abierto al diálogo, pero en general su vida gira alrededor de la escucha y no de la confesión en primera persona. Hay algo muy cerrado en él, a pesar de su don de gentes, que se presenta bajo la forma de una melancolía recurrente, y es el periplo junto a Jessie, primero en Nueva York, luego en algunas ciudades del sur de los EE.UU., lo que lo va enfrentando a una nueva posible visión del mundo.
C’mon C’mon no es una road movie en términos específicos, pero hay algo de esa ética narrativa en la manera en la cual los cambios de escenario van alterando la relación y la vida de cada uno de los protagonistas. En otras manos, con otro tono jugado más a la comedia doméstica o al dramón lacrimógeno, la película podría haberse construido como un (otro más) relato derivativo lleno de gags más o menos efectivos y/o de escenas que saben pulsar los botones en el momento preciso, un poco como podría hacerlo un robot. Lo que logra Mills es de otro orden: el guión es tan inteligente, la dirección actoral tan precisa y la directiva de evitar los énfasis innecesarios tan evidente, que C’mon C’mon se impone como un relato novedoso. Por supuesto, allí están las marcas extremas de lo real y lo posible, como el extraño juego de roles que Jesse propone de tanto en tanto, anticipado por su madre, que implica la apropiación del pequeño de una personalidad diversa: él es un huérfano y su madre (o Johnny, por qué no) una madre que ha perdido a sus hijos tiempo atrás. O los escapes del niño en la bulliciosa ciudad, que podrían haber propiciado la utilización de los resortes del suspenso tradicional, pero que el realizador expone simplemente como un pequeño recordatorio de uno de los miedos más profundos de cualquier padre o madre.
Alrededor del dolor
Y el dolor, desde luego, que siempre está presente. Aquí la cercanía de la muerte y el duelo no son tan visibles como en Begginers, en donde el personaje encarnado por Christopher Plummer le anticipaba a su hijo la realidad de una enfermedad incurable, pero los breves flashbacks al pasado reciente –ramalazos que recuerdan una de esas pérdidas que acompañan por el resto de la vida– vuelven a poner de relieve un tema esencial en la obra del cineasta. “Mi mamá murió cuando yo tenía 33 años, y mi papá cuando había cumplido 38”, recuerda Mills en la mencionada entrevista. “Mi hijo vio un primer corte de C’mon C’mon y me dijo ‘¿otra vez hiciste una película sobre tus padres muriendo?’. Mi respuesta fue algo así como ‘Tenés nueve años. Sé bueno y quedate callado’. Pero es así, es algo central al corazón de mi trabajo. Vengo dando vueltas en círculos alrededor de ello. Vuelvo una y otra vez. Cuando alguien muere, todos los que están alrededor sienten el impacto. Mi perspectiva no es tanto la de quien muere sino la del personaje que está alrededor del moribundo. El dolor te lleva a tu verdadero núcleo y revela muchas cosas que en nuestra vida normal, de todos los días, están cubiertas por muchas capas. La pena es muy poco educada. Hay una gran sabiduría, un poder casi alucinógeno en el dolor. Luego de la muerte de mi padre, me sentí como si brillara: estaba tan triste y devastado, pero al mismo tiempo tan vivo, que el hecho de hacer conexiones que usualmente no hago me hizo sentir las cosas de una manera muy potente. Como si uno estuviera drogado con hongos de dolor”.
Crecer es difícil, tanto para los más pequeños como para los adultos. En palabras de la autora Claire A. Nivola, a través de su libro Niño estrella, uno de los varios textos parafraseados a lo largo del film: “El niño estrella se sentía atraído por aquel planeta azul y verde que giraba en la oscuridad vacía y fría del espacio. Los mayores le advirtieron: para visitar el planeta Tierra tienes que nacer como un niño humano. Allí te sumergirás en el río del tiempo de la Tierra. Sentirás alegría y miedo, satisfacción y frustración, tristeza y fascinación”.