En el café-restaurante In den Vergulden Turk, el día 26 de agosto de 1910, Sigmund Freud concedió una cita, a las trece horas, a Gustav Mahler. Ese fue el punto de encuentro para la única sesión, que tuvo lugar a lo largo de una caminata por la ciudad de Leiden de cuatro horas de duración.
El encuentro, que hubiera podido tener lugar en Viena, donde ambos residían, fue precedido por tres intentos seguidos de otras tantas anulaciones por parte del músico; la ocasión se demuestra ciertamente extraordinaria y en la urgencia provocada por una especie de ultimátum del analista, presto a continuar su viaje hacia Sicilia luego de una breve estancia en Holanda.
Sirvan de ejemplo estos nobles antecedentes de la sesión no estándar (en un espacio y un tiempo singulares) a fin de indagar las peculiaridades de la sesión online, cuya extensión se ha visto precipitada por la situación de emergencia impuesta por la pandemia, si bien es cierto que ya se había empezado a practicar, aunque de manera discreta, por algunos analistas del Campo Freudiano en nuestro siglo.
En el año 2017, Eric Laurent admitía la introducción de las sesiones telemáticas e invitaba a los analistas a no ser tecnófobos: “El análisis consiste en todo lo que pueden decirse dos cuerpos hablantes, dos parlêtres en un encuentro inédito (…) no hace falta ser tecnófobos. Lacan no se contentaba con las cartas manuscritas en pergamino, respondía al teléfono y enviaba de buena gana telegramas para que llegara más rápido. El analista contemporáneo puede servirse de Skype cuando las circunstancias no permiten hacer de otro modo. Hay dichos que tocan, incluso si son mediatizados por Internet. Tampoco hay que contentarse con Skype. Es una limitación, como el teléfono o el telegrama. Hay que servirse de Skype para luego pasar de él”.
En su texto El malestar en la cultura, Freud había llamado la atención acerca de los avances tecnológicos, que ampliaban el campo perceptivo como es el caso del teléfono o el microscopio, medios denominados “analógicos”. Ante las dificultades de mantener sesiones presenciales que impuso la situación de emergencia sanitaria, las sesiones telefónicas demostraron ser un mal menor, aunque suponen un esfuerzo añadido que algunos pacientes (que ya contaban con la experiencia del diván) intentan paliar haciendo la sesión tumbados y con algún soporte para sostener el teléfono.
A mi juicio, y siempre teniendo en cuenta el axioma que rige nuestra práctica del uno por uno, una de las dificultades que suponen las sesiones telefónicas y más aún, las telemáticas, se deriva precisamente de su inclusión en el ámbito de la comunicación, propiciando un ilusorio contexto de simetría entre los dos cuerpos que se dan cita a una hora frente a la pantalla.
¿Cómo hacer lugar a la opacidad, a lo que no puede verse, cómo operar con el silencio cuando el medio parecería convocar (de convocare: llamar a todos) la respuesta? Notamos que en esta modalidad se demuestra “el arte de responder al costado”.
La posibilidad de extender nuestra práctica a través de las nuevas tecnologías no nos exime de la responsabilidad de saber en qué consisten y cuáles son los riesgos que comporta su uso. Nos enfrentamos a una transformación de tal magnitud de nuestras vidas, a un “movimiento de aceleración que hace tanto más necesario el psicoanálisis en nuestro mundo”, en palabras de Lacan.
Siguiendo el análisis de Javier Echeverría, nos vemos obligados a reconocer que las tecnologías digitales nos transforman en tecnopersonas, súbditas de los propietarios de los lenguajes mediante los cuales accedemos a los tecnoentornos (donde se genera el tecnoespacio y el tecnotiempo). Mediante el uso de nombres de usuario y contraseña se nos posibilita (si disponemos del software adecuado) participar en ellos, “nuestras identidades en la red son simples máscaras, tecnomáscaras”, (Echeverría, L. Almendros. Tecnopersonas. Cómo las tecnologías nos transforman).
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP). Párrafos escogidos de Novedades sobre la sesión analítica. Publicado el 28/01/2022 en zadig españa.