“Una autora radical y subversiva”, “una pionera de la autobiografía en las historietas”, “una artista que ha construido una obra eminentemente personal y libre, sin ninguna preocupación por el decoro”. Con estos y otros elogios, el Festival Internacional del Cómic de Angoulême -uno de los más prestigiosos en materia de noveno arte, equivalente al Festival de Cannes para la historieta- entregaba su máximo galardón a la canadiense Julie Doucet. En su edición número 49, que transcurrió entre el 17 y 20 de marzo, el Grand Prix fue a parar a las manos de esta historietista de culto, mayormente conocida por la delirante, transgresora, jugadísima Dirty Plotte.
Cuando las muchachas era una rara avis en la escena predominantemente masculina del cómic, ahí estaba Julie con sus tebeos zarpados, sórdidos y la mar de entretenidos. “Podía ser todo lo irrespetuosa, imprudente, picante que quisiera porque no tenía que rendirle cuentas a nadie”, recuerda quien sentó el tono desde la primera entrega de Dirty Plotte, en 1988, cuando lo editaba por cuenta propia y en formato fanzine. Con apenas 22 pirulos, se encargaba de fotocopiar, engrapar, distribuir cada copia, cuyos primeros números la mostraban, por ejemplo, levitando de la cama al baño para cambiarse el tampón; dada vuelta, ojo al piojo, en pos de evitar goteos.
En las entregas sucesivas, Doucet abordó desde masturbación, defecación y cáncer de teta, hasta autoflagelación, dolor y placer; siempre “con una genialidad obscena”, según destaca la crítica. De hecho, la acreditada revista NY Review of Books marcaba recientemente que “sus representaciones paródicas de violencia intensa siguen siendo inquietantes; su tratamiento elástico del sexo y del género sigue siendo atrevido; y su manera abierta de tratar una identidad femenina en construcción sigue siendo vital”.
En Dirty Plotte, hay tiras donde Doucet se imagina siendo un macho alfa de comportamiento sexual agresivo, pero la serie termina con giro insólito: el pene de Julie acaba siendo “útil” porque almacena bolígrafos, y “romántico” porque le brotan florecillas. En otro número, su reflejo en el espejo cobra vida y, corpóreo, tiene sexo consigo misma. Hay entregas donde la Julie ilustrada se masturba jubilosamente con una trompa de elefante. Donde se recrea como una colosal Godzilla que riega la ciudad con su menstruación. Donde los varones tienen, en sus frentes, vaginas implantadas por vía quirúrgica. Donde prostitutas mudan de piel y se revelan lobas.
En una de estas historietas, Julie despierta de una pesadilla tenebrosa, contenta de estar en “un infierno conocido”: su departamento, donde los electrodomésticos tienen pulso y una rabia asesina. En otra, se dibujando haciendo un sugerente striptease para los lectores: se saca la pilcha y luego se arranca las tetas, para finiquitar la performance destripándose con un cuchillo. Eso sí, más tarde se tomaría revancha: cubierta en vendajes y frente a una variedad de afilados cuchillos, pide que algún lector voyeur se ofrezca como modelo “para unos dibujitos”. El ojo por ojo llega al número siguiente, cuando despedaza a un tal Steve -con su consentimiento, por supuesto-, garabateando “The end” con el miembro ensangrentado del tipo.
Frente al inclemente escrutinio masculino, la implacable Doucet responde con ferocidad. Es brutal, es poderosa. Y sí, efectivamente es libre. Porque en Dirty Plotte no hay límites formales: algunos cómics son largos, otros cortos; los hay narrativos y sin trama; con y sin diálogos. Evidentemente tampoco hay tabúes. Al explorar sin restricciones sus miedos, sus frustraciones y sus fantasías, Doucet invita a la carcajada desquiciada o, en su defecto, al rugido. El nombre de la tira ya da pistas: en jerga quebequense, “plotte” refiere despectivamente a la vagina y, por extensión, a la mujer misma. Julie se apropia de la palabra y redobla la apuesta, suma el “dirty”, orgullosa de su “raja sucia”.
Hay que decir que, si bien hacía tebeos desde el secundario (fue a una escuela católica para señoritas en los suburbios de St. Lambert), Dirty Plotte fue su primer proyecto sostenido, que mantuvo -a ritmo febril- hasta 1998. Compaginaba las primeras entregas caseras con sus estudios en la Université du Québec à Montréal, donde completó una licenciatura en grabado. Quedó tan prendida del cómic que se volcó de lleno a esta forma de arte, donde compartía en francés y en inglés “mis sueños, mis angustias, mis fantasías, etcétera, etcétera, etcétera”. En el ’91, la flamante editorial canadiense Drawn & Quarterly la fichó, editando las sucesivas entregas de Dirty Plotte. Por esos días, Julie se muda a Nueva York, “donde no me fue demasiado bien, como cuento en My New York Diary. Luego me instalé Seattle y, en 1995, volví a irme, esta vez a Berlín”. En el ínterin, “otras editoriales -de Francia, de Alemania- publicaron otros libros en otros idiomas”. A fines de la década del 90, regresa a Montreal y abandona las historietas, cansada de sentirse “aislada”. Retoma su primera pasión: xilografías, linóleos, serigrafías… Exhibe en galerías y, al tiempo, abre su propia editorial, Le pantalitaire. Lo más reciente: tras un largo parate en el cómic, en breve saldrá Time Zone J, donde recuerda en primera persona un turbulento romance con un soldado galo, que empezó por carta, cuando tenía veintitantos.
Retomando los hilos, Doucet se ha convertido en
la tercera mujer en recibir el Grand Prix del Festival de Angoulême, que reconoce
a un autor o autora por el conjunto total de su obra. La primera había sido la
gala Florence Cestac en 2000, a la que seguiría -casi dos décadas después- la
mangaka japonesa Rumiko Takahashi, en 2019. También es digno de mención que la
canadiense se impusiera ante dos candidatas, Pénélope Bagieu y Catherine
Meurisse, por la simple razón de que nunca antes tres mujeres habían ocupado
los puestos de finalistas.