George Raft (Rick), vestido de smoking blanco, juega una partida de ajedrez contra él mismo en el Café Rick’ s de Casablanca. Ella Fitzgerald toca el piano rodante y canta: It had to be you. Es una noche movida, han entrado y salido personajes babilónicos. Nadie espera que esa noche lleguen al café Hedy Lamarr y Ronald Reagan encarnando a la señora y al señor Laszlo, éste, un revolucionario marcado por los nazis que necesita llegar a América para proseguir con su lucha antifacista. Victor Laszlo pretende irse de Casablanca con su mujer, Ilsa Lund, la misma que dejó plantado a Rick en la estación de trenes de Marsella, tiempo atrás, cuando vivían el amor y la bohemia, justo en el momento en que los alemanes ocuparon París.

*

¿George Raft? ¿Hedy Lamarr? ¿Ronald Reagan? ¿Ella Fitzgerald? Todo el mundo sabe que Humphrey Bogart, Ingrid Bergman y Paul Henreid son los protagonistas de la cinta de Michael Curtiz. Algunos, menos, que el falso pianista Dooley Wilson, es el compañero de Bogart. Este año se van a cumplir ochenta del estreno, y sobre ella han escrito Umberto Eco, Guillermo Cabrera Infante, Marc Augé, y tantísimos más. Aquellos actores estuvieron en carpeta para los roles principales. George Raft se negó por tercera vez a una propuesta de la Warner, y en cada una de éstas Bogart fue su reemplazo. Podría decirse que Bogart existe por las negativas de Raft. (¡Mala tuya, George!) Ingrid Bergman era la mejor para el papel de la joven nórdica, bellísima y delicada como un conejo. Y Laszlo ¿cómo iba a ser Reagan? Menos mal que Henreid aceptó, a pesar de creerse un poco eclipsado por Bogart. Daba el tipo, sabía encender un cigarrillo para la dama y el caballero, sabía ser elegante y conspirar sin una pistola encima. Nada de tiros. Astucia, oratoria y valor para cantarles la marchita- La Marsellesa, digo- en la cara a los nazis. Para tiros, Reagan, que ya iba a tener su propia Casa Blanca (el chiste es de “Caín” Infante).

*

Para mis viejos ya debió ser una película antigua. Se estrenó en diciembre de 1942. Antes en Buenos Aires que en Los Ángeles. Ellos la habrán visto re-estrenada. Casablanca fue un estreno habitual en trasnoches de T.V. de la década del setenta. Yo la tenía, como al pasar. Pero el taciturno Rick, que fuma con ojos tristes, salió hasta en las historietas. Me acuerdo de una tira de la revista Fantasía llamada Víctor Vanel, escrita por Julio Álvarez Cao y dibujada por Enio, en la década del ochenta. Quedaba bien allí, acaso porque el filme tiene alma de fotonovela. Es, se ha dicho, una antología de todas las películas de amor y de aventuras. Previsible, más allá del final…

Bueno, no revelemos el final, Casablanca se está por estrenar siempre.

*

Todo pudo ser distinto menos la música. En el origen está la emoción de un lejano autor teatral neoyorkino que mordió la magdalena proustiana una noche en Niza, cuando oyó, en el café La Bella Aurora, unas melodías de su país, entre ellas, As time goes by. Venía de contemplar la expansión del nazismo en Bélgica e inmediatamente a la vuelta del viaje escribió: “Todo el mundo viene al Rick’s”. Por eso la música es lo más importante. Como decía Borges: todas las artes aspiran a la música, por el poder inmediato que tiene de convocar la memoria. Eso fue lo que ocurrió con el dramaturgo Murray Burnett, eso es lo que ocurre siempre en los grandes relatos, en las obras de arte, donde hay un pequeño comienzo -una nota, un color, un hipograma- del que sale una serie, un orden impuesto al caos, un río para el coágulo sensitivo en el alma del creador.

Burnett debe ser más nombrad. El no tiene la culpa que Hollywood sea una factoría que desarma los sueños para ver cómo están hechos, y los ponga luego en la cinta trasportadora para que pasen por otras manos. Sucesivos guionistas: los hermanos Epstein, Howard Koch, Casey Robinson. No importa, a pesar de ello, queda la línea esencial de la que salió la película, la canción aquella que evoca el tiempo del amor que pasó. Por más que el músico Max Stirner la haya adornado con todas las variaciones imaginadas, desde su fusión inicial con la música insignia de la Warner, hasta los adagios y fanfarrias.

*

La trama de Casablanca, compleja, irónica e inverosímil, no es para “contar”. Ni siquiera en la charla del café. (Como hizo una vez mi mujer, de novios, en un café de la avenida Pellegrini, donde me contó, como si estuviera viéndola, Lo que el viento se llevó.) Sin embargo, Casablanca, palimpsesto y parodia, puede ser a su vez parodiada. Baste ver Sueños de un seductor de Woody Allen, y comprender que los mitos se renuevan y perduran porque somos nostálgicos.

(Spoiler: Muchas veces mi escepticismo bogartiano, que viene de la época de Sam Spade, me hizo creer y contar que Rick se iba con Ilsa al final de la película. Los imaginaba muy viejitos, en París, relatando su historia de amor en un set de cine, el día que ella se volvió a poner el vestido azul porque los nazis fueron vencidos, y los pensaba como Michael Douglas y Melanie Griffith en Un destello en la oscuridad.)

*

¿Tiene sentido hablar de Casablanca hoy? Cuento con un amigo librero que exhuma: Casablanca, una Historia y Un mito, de J.A. González Casanova, en edición de Kairós. Es un truco habitual y no por ello dejo de asombrarme al ver los anaqueles imponentes. Más allá del refugio de los ideales, de la conciencia de los gestos congelados en el blanco y negro que nos espera siempre, más allá de la estructura mítica, qué decir hoy de Casablanca.

Menciona este amigo una vaga e imprecisa cita libresca. Algo así como: “¡Qué bien estábamos con París ocupada!” Es una cita problemática, al estilo de las de Hannah Arendt.

 

Nada que ver con la actualidad, como Casablanca.